Tras la última matanza en Sudán, algunos miran a Dubái (y a Occidente)
Entrevista realizada por Por Miguel Ángel Malavia
y publicada por Vida Nueva Digital
Fotos: Cáritas Sudán y archivo de Jorge Naranjo.
El comboniano español Jorge Naranjo, que lleva 17 años como misionero en el país, denuncia la complicidad de los Emiratos Árabes Unidos.
La guerra civil en Sudán, que enfrenta al ejército regular (y a otros grupos independientes que se le suman) y a una milicia llamada Fuerza de Apoyo Rápido, ha tenido en las últimas horas uno de sus episodios más oscuros, cuando los paramilitares del segundo grupo se han hecho con el control de El Fasher, capital de Darfur del Norte, en la región septentrional del país africano. Tal y como han denunciado los militares, han decretado una matanza sin control y han asesinado, desde el domingo 26 de octubre, a “más de 2.000 civiles desarmados, la mayoría mujeres y niños”.
Aunque no hay cifras oficiales, la Organización Mundial de la Salud (OMS) sí ha dado el miércoles 29 de octubre un dato que puede ofrecer una idea de la salvajada perpetrada: tras ser atacado el Hospital Materno Saudí de El Fasher, hay “460 pacientes y acompañantes asesinados”.

Doble vocación
Alguien que conoce bien lo que sucede es Jorge Carlos Naranjo Alcaide, madrileño de 51 años, que tiene dos almas que encarna en Sudán: su fe, que se plasma en su condición de sacerdote y misionero comboniano (llegó a Jartum en 2008), y su pasión por la ciencia y la tecnología.
Por esta segunda vocación, entre otras muchas cosas, dirige el Comboni College of Science and Technology (CCST) y es miembro del Comité Científico del Archivio Comboniano, del Consejo de Administración del Northern College of Medical Sciences and Technology (Meroe) o del Consejo Asesor del Centro de Investigación del Micetoma de la Universidad de Jartum. También es uno de los fundadores de C-Hub Limited Company, una incubadora que apoya la creación de start-ups digitales por parte de jóvenes sudaneses y refugiados en Sudán, y del Comité nacional de ICOMOS Sudán.
Es decir, es un hombre hondamente comprometido con la esperanza y que, tras 17 años en un país africano devastado por una cruenta guerra civil, no deja de mirar a lo alto y a los lados, abrazando a Dios y a sus semejantes. Lo que, como le cuenta a Vida Nueva, pasa por encarnarse en su realidad cotidiana “Mi trabajo en la universidad, en Jartum, está a 700 metros del palacio presidencial. Así que, cuando el 15 de abril de 2023, estalló el conflicto bélico, el campus, que también incluye una escuela de primaria y secundaria, se convirtió en un campo de batalla. La situación fue muy difícil, con 1.000 niños en primaria y 600 en secundaria, más los jóvenes que iban a la universidad, que eran en ese momento unos 150”.
Cada vez más cruel
Desde esa “primera manifestación de la guerra”, la realidad es que “cada vez se ha vuelto más cruel”. Lo que ha llevado a que “mucha gente de la capital se haya visto a huir de sus casas, muchas veces a la fuerza y a punta de kalasnikhov. Desgraciadamente, muchos de los estudiantes que conocí, al irse a la carrera, no pudieron llevarse ningún documento universitario y han acabado en el extranjero sin poder demostrar el grado de su formación”.
En ese primer momento de desesperación, “el primer objetivo que nos planteamos los combonianos, gracias a la generosidad de mucha gente, fue apoyar la evacuación de las personas desde lugares que se habían convertido en campo de batalla hasta otros más seguros”.
La mayoría optaba por “volver a las zonas rurales de donde eran originarios y donde a lo mejor estaban sus abuelos o los padres”. En ese sentido, muchos acudían al sur del país, “donde la Iglesia católica mantiene una presencia muy significativa”. Trabajando en red, gracias al “sostén solidario de muchos”, pudieron “apoyar financieramente” ese éxodo hacia un ámbito de mayor seguridad.

La ilusión de los estudiantes
Pese a todo, Naranjo recuerda cómo los estudiantes no perdieron la ilusión por continuar con su formación: “A los dos meses, envié un cuestionario a nuestros alumnos universitarios para ver si, a pesar de la situación, deseaban continuar o no de algún modo con las clases. Hasta un 73% de los que pudieron contestar lo hicieron afirmativamente. Así que empezamos, poco a poco, un proceso de transformación digital, formando a los profesores, muchos de ellos igualmente desplazados o refugiados, para adaptar nuestros programas, que eran presenciales, al modo online”.
Pese al esfuerzo, llegó un nuevo revés: “En ese momento, el ministro de Universidades anunció que se suspendían todas las actividades académicas hasta ese 15 de octubre”. Así que, “a partir de ese momento, decidimos operar desde Port Sudán, una ciudad a orillas del Mar Rojo que está a 1.100 kilómetros de la capital, Jartum. Controlada por el ejército sudanés, era una zona bastante segura porque la protege una cadena montañosa paralela al mar. De hecho, cuando el general Burhan, el jefe del ejército sudanés y presidente del Consejo Soberano de Transición, consiguió salir de su cuartel militar en Jartum, donde había permanecido rodeado por las milicias durante meses, se instaló allí”.
Tuvo que ser desde ese nuevo enclave donde “empezamos a organizar esa transición digital de nuestros programas. El desafío fue particularmente complicado para el grado de enfermería, en el que no se puede prescindir de la formación práctica y hace falta que los estudiantes tengan contacto físico. Pero también este escollo se superó, pues firmamos un acuerdo con el Ministerio de Salud del Estado del Mar Rojo y organizamos una clínica práctica para los estudiantes que podían desplazarse a Port Sudán, terminando luego el proceso en varios hospitales”.
Difícil travesía
Sin duda, ese fue un reto mayúsculo, ya que “significaba que algunos de estos jóvenes, de 19 o 20 años, tenían que atravesar 2.000 kilómetros y pasar por los respectivos puestos de control de cada uno de los dos ejércitos para llegar hasta aquí. Para nosotros, eso conllevaba intentar contactar con los dos bandos enfrentados y escribirles cartas para explicar por qué tenían que dejarles pasar. Fue complicado, pero, sobre todo, me quedo con la valentía de los estudiantes, con su deseo de aprender, que les llevaba a arriesgar la vida por construirse un futuro. De ahí mi admiración impresionante por ellos”.
Y es que “algunos, realmente, han pasado experiencias muy duras para poder continuar su recorrido académico. Me quedo con esa esperanza. Aunque están en un túnel, trabajan para salir de él y ver al final del mismo una luz. Lo mismo puedo decir del cuerpo docente, que también está desperdigado por el país en condiciones muy críticas y mantiene su compromiso”.
Pese a todo, el compromiso de todos está dando frutos: “Un claro ejemplo es el Departamento de Enfermería. Una vez que tuvimos que desplazarlo a Port Sudán, donde yo también estoy ahora, se ha beneficiado de ello la comunidad local. Esta zona era muy marginada y el personal de sus hospitales carecía muchas veces de formación sanitaria. Ahora, gracias a nuestra presencia, se están involucrando muchos profesionales de la zona, especialmente en cuidados paliativos, que es algo que dominamos mucho”.
Ayuda a las familias
Así, el panorama ha mejorado mucho: “Hablamos de una ciudad con medio millón de habitantes y que tiene que acoger a miles de desplazados que huyen del conflicto con recursos muy limitados. A nivel estructural, también hay graves carencias en agua o electricidad, por lo que formar a voluntarios de la comunidad local para acompañar a las personas con enfermedades crónicas y terminales en sus propios hogares, ha sido esencial para muchas familias que no tienen tan fácil ir al hospital a menudo para cambiar las gasas de las heridas de su ser querido”.
Aunque sean granos de mostaza, generan mucha esperanza: “En 2024 pudimos formar a 203 voluntarios para este equipo sanitario, siendo algunos cristianos y otros musulmanes”. Y eso, recalca Naranjo, “es importante en un país herido por un conflicto con odios tribales”.
Estos voluntarios, “con diferentes orígenes étnicos y religiosos, comparten su motivación de acercarse a la persona en necesidad, en un ejercicio de misericordia. Un musulmán empieza con su oración: ‘En el nombre de Dios, el compasivo, el misericordioso’. Y, a nosotros, Cristo también nos ha revelado el rostro misericordioso del Padre”.

La misericordia que une
Así que “la misericordia es esa base sobre la que se puede construir algo en común. La misericordia es ese movimiento que hace salir a la persona de sí misma para encontrar a aquel que sufre. Y eso es lo que ha unido a todo este grupo de voluntarios, coordinamos desde la universidad para hacer este servicio en la comunidad”.
En cuanto al conflicto como tal, el misionero aclara que, “actualmente, el ejército regular sudanés controla el este del país y la zona central alrededor del valle del río Nilo, mientras que la milicia de las Fuerzas de Apoyo Rápido está asentada fundamentalmente en el oeste”. Obviamente, “detrás de una guerra de este tipo hay una lucha por el poder, pero no se pueden equiparar los dos ejércitos en el sentido de que lo que vemos aquí es que la mayor parte de la gente huye de los lugares a los que llegan las Fuerzas de Apoyo Rápido y buscan refugio en las zonas que controla el ejército, y eso me parece muy significativo”.
En el caso de El Fasher, suponía un enclave esencial, pues era la única ciudad que quedaba bajo el poder del ejército regular en la región norteña. De hecho, “llevaba asediada desde hace muchos meses. En ella viven 2.600 personas y, a pesar de los llamamientos de las Naciones Unidas, no se permitía el paso de ayuda humanitaria ni se permitía a sus ciudadanos salir”. De hecho, los pocos que lo hacían y caían en manos de la milicia, eran “violados y asesinados”.
Odio étnico
Y todo “sobre una base étnica, pues los paramilitares pertenecen a tribus nómadas árabes y tienen un especial odio hacia las tribus de carácter más africano, a las que intentan exterminar. Y lo peor es que, además de hacerlo, lo emiten a través de las redes sociales con vídeos, como hacen los grupos terroristas”. En ese sentido, apunta que estos grupos son “apoyados fundamentalmente por los Emiratos Árabes Unidos (EAU)”.
Ellos “se benefician de este conflicto porque los dos ejércitos, para comprar armas, tienen que vender oro, y de hecho la producción de este mineral se ha duplicado en este tiempo. El oro entra en los mercados internacionales a través de Dubái, capital de los EAU. Además, tienen muchos intereses estratégicos en la región y por eso apoyan a las milicias. Les hacen llegar las armas a través de Libia y Chad, y ahora puede que también desde Sudán del Sur. También les ofrecen apoyo logístico y sanitario, tratando en hospitales a sus heridos. Por no hablar de que envían mercenarios colombianos”.
Toda una red de complicidades, pues sabe de “un buque con armas que salió de Dubái, pasó por Holanda y Grecia y, a través de Libia, acabó en Darfur… Y es que, a pesar del embargo que pesa sobre Darfur, es increíble pensar cómo toda esta mercancía bélica ha pasado por la Unión Europea”. El resultado lo hemos comprobado en las últimas horas.
De ahí el aldabonazo final de Naranjo, que pone la atención en cómo los Emiratos Árabes Unidos “son un aliado estratégico de Estados Unidos o Israel. Con ellos llegan a acuerdos de trillones de dólares en materias como la inteligencia artificial o las armas… Y, sin embargo, no se escuchan demasiadas voces críticas en Occidente sobre esta relación”.








