León XIV: “Esta es la hora del amor”

+ Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo Emérito de SCLC

HECHOS

¿En la Iglesia hay diferencias? Afortunadamente las hay y qué bueno que las haya. No somos monigotes de una estructura; somos seres vivos, cada cual con sus legítimas diferencias. Si Dios que es Dios es diferente como Padre, como Hijo y como Espíritu Santo, qué bueno que los discípulos de Jesús no seamos idénticos, sino muy diferentes, como diferentes son los doce apóstoles, y como diferentes son Jesús y Juan Bautista; pero todos unidos por el amor, tratando de luchar por que el amor de Dios reine en el mundo.

¿En la Iglesia hay divisiones? Lamentablemente las hay y qué malo que las haya. Las hay no sólo entre católicos y evangélicos, entre católicos y ortodoxos, sino al interior mismo de las comunidades católicas. Hay quienes siguen obstinados en que la Misa sólo debe ser en latín y comulgar siempre en la boca, y quienes hemos asumido por convicción la renovación impulsada por el Concilio Vaticano II; hay quienes aceptamos de corazón al Papa Francisco y a sus antecesores, y quienes los han rechazado, por cuestiones doctrinales o disciplinares; hay quienes forman parte de un grupo de evangelización y de pastoral con una línea más social, y quienes van por una línea más devocional. Lo triste es que no saben convivir serenamente y valorarse en todo lo bueno que cada quien tiene, sino que unos excluyen y atacan a los otros, como si sólo ellos fueran los únicos intérpretes auténticos del Evangelio. Esto es muy doloroso y preocupante. A esto hay que agregar las divisiones políticas y sociales en la humanidad.

He disfrutado mucho cuando, en una diócesis, unos sacerdotes estaban divididos y han aprendido a amarse, siendo diferentes entre sí; cuando unas religiosas rechazaban a otras que tienen hábito y se dedican a la pastoral educativa, y ellas se consagran a una pastoral de otro estilo fuera de los espacios tradicionales; cuando los del Movimiento de Renovación Católica en el Espíritu conviven y trabajan juntos con los de Comunidades Eclesiales de Base; cuando nosotros católicos convivimos fraternalmente con líderes de otras confesiones religiosas, cristianas y de otra índole; cuando los miembros de una familia estaban distanciados, y aprenden a respetarse y amarse. ¡Qué hermoso es vivir unidos, siendo diferentes, valorarnos y respetarnos unos a otros! Esta es la unidad que se requiere, y esta es la voluntad de Jesús.

ILUMINACION

El Papa León XIV, al iniciar oficialmente su ministerio petrino, ha insistido mucho en eso:

“Fui elegido sin tener ningún mérito y, con temor y trepidación, vengo a ustedes como un hermano que quiere hacerse siervo de su fe y de su alegría, caminando con ustedes por el camino del amor de Dios, que nos quiere a todos unidos en una única familia.

Amor y unidad: estas son las dos dimensiones de la misión que Jesús confió a Pedro. A Pedro, pues, se le confía la tarea de “amar aún más” y de dar su vida por el rebaño. El ministerio de Pedro está marcado precisamente por este amor oblativo, porque la Iglesia de Roma preside en la caridad y su verdadera autoridad es la caridad de Cristo. No se trata nunca de atrapar a los demás con el sometimiento, con la propaganda religiosa o con los medios del poder, sino que se trata siempre y solamente de amar como lo hizo Jesús.

Todos hemos sido constituidos «piedras vivas», llamados con nuestro Bautismo a construir el edificio de Dios en la comunión fraterna, en la armonía del Espíritu, en la convivencia de las diferencias. Como afirma san Agustín: «Todos los que viven en concordia con los hermanos y aman a sus prójimos son los que componen la Iglesia». Quisiera que este fuera nuestro primer gran deseo: una Iglesia unida, signo de unidad y comunión, que se convierta en fermento para un mundo reconciliado.

En nuestro tiempo, vemos aún demasiada discordia, demasiadas heridas causadas por el odio, la violencia, los prejuicios, el miedo a lo diferente, por un paradigma económico que explota los recursos de la tierra y margina a los más pobres. Y nosotros queremos ser, dentro de esta masa, una pequeña levadura de unidad, de comunión y de fraternidad. Nosotros queremos decirle al mundo, con humildad y alegría: ¡miren a Cristo! ¡Acérquense a Él! ¡Acojan su Palabra que ilumina y consuela! Escuchen su propuesta de amor para formar su única familia: en el único Cristo somos uno. Y esta es la vía que hemos de recorrer juntos, unidos entre nosotros, pero también con las Iglesias cristianas hermanas, con quienes transitan otros caminos religiosos, con aquellos que cultivan la inquietud de la búsqueda de Dios, con todas las mujeres y los hombres de buena voluntad, para construir un mundo nuevo donde reine la paz.

Este es el espíritu misionero que debe animarnos, sin encerrarnos en nuestro pequeño grupo ni sentirnos superiores al mundo; estamos llamados a ofrecer el amor de Dios a todos, para que se realice esa unidad que no anula las diferencias, sino que valora la historia personal de cada uno y la cultura social y religiosa de cada pueblo.

¡Esta es la hora del amor! La caridad de Dios, que nos hace hermanos entre nosotros, es el corazón del Evangelio. Con la luz y la fuerza del Espíritu Santo, construyamos una Iglesia fundada en el amor de Dios y signo de unidad, una Iglesia misionera, que abre los brazos al mundo, que anuncia la Palabra, que se deja cuestionar por la historia, y que se convierte en fermento de concordia para la humanidad. Juntos, como un solo pueblo, todos como hermanos, caminemos hacia Dios y amémonos los unos a los otros” (18-V-2025).

ACCIONES

Siendo dóciles a lo que el Espíritu Santo nos pide por medio del Papa León XIV, aprendamos a vivir en unidad en nuestras familias, en las comunidades eclesiales y en el mundo entero.

Papa León XIV: Una sorpresa alegre y esperanzada

Por: Mons. Jaime Rodríguez Salazar, mccj
Obispo emérito de Huánuco, Perú

Cuando una persona con la cual conviviste las alegrías, los sufrimientos y las esperanzas de la Iglesia, ha sido elegida para un importante servicio en la Iglesia, nacen y se van desarrollando tantos recuerdos sobre la persona elegida y el trabajo que se ha desarrollado con ella. Su servidor Monseñor Jaime Rodríguez Salazar, Misionero Comboniano y obispo emérito de Huánuco Perú, comienza estos breves recuerdos con ustedes porque Dios en su providencia ha querido que me encontrase en Perú con su Santidad cuando fue elegido obispo de la Diócesis de Chiclayo y como integrante de la Conferencia Episcopal Peruana.

Del padre Robert Francis Prevost, OSA, había conocido que desempeñó el importante servicio de Superior General de la Orden de San Agustín, promoviendo el amor y la fidelidad a esta vocación de la vida consagrada en dialogo fraterno y respetuoso con la vocación sacerdotal diocesana y las autoridades de la diócesis. Terminado este servicio fue asignado a la provincia religiosa Agustina del Perú. Llevó a cabo varios servicios pastorales en la Diócesis de Chiclayo. El desempeño apostólico generoso, sacrificado y entusiasta lo pusieron en evidencia como buen pastor y así fue propuesto como obispo. El Santo Padre Benedicto XVI lo eligió obispo y de esa manera recibió la ordenación episcopal el 12 de diciembre de 2014. Tuve la fortuna de participar en su ordenación episcopal dejando en mí varias impresiones que ahora tratare de compartirles.

Monseñor Robert Francis eligió ser ordenado obispo en la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe. Ya había escuchado su gran devoción por ella y el querer ser ordenado el 12 de diciembre me lo confirmó.  Están todavía en mi mente las impresiones del arreglo de la iglesia, los cantos y la liturgia de la ordenación manifestaron el amor y la devoción del ordenando a la Santa Madre de Dios Reina de México y Emperatriz de América.

La fiesta litúrgica y la fiesta fuera de la iglesia fueron espléndidas, caracterizadas por la alegría de los fieles de tener un nuevo pastor y guía seguro en la presencia y varias actividades de la iglesia chiclayana que había vivido tiempos difíciles por fenómenos naturales como inundaciones, etc. A partir de su ordenación episcopal nos hemos encontrado en las reuniones de la Conferencia Episcopal Peruana y en los encuentros de las comisiones episcopales. La impresión que tuve de él es altamente positiva, comenzando con su personalidad sencilla, humilde, respetuoso en el diálogo sincero y fraterno entre los miembros de la Conferencia Episcopal. Manifestaba un gran interés y dedicación a los varios asuntos que se trataban como la evangelización, las vocaciones sacerdotales, religiosas y de laicos comprometidos en el apostolado, la catequesis, las orientaciones de la Iglesia en los campos de la liturgia, del apostolado, de la ayuda y acompañamiento de los pobres, de las familias, el trabajo social y la atención a los jóvenes en su formación humana y cristiana, incluyendo entre sus actividades el deporte como distracción y educación de las nuevas generaciones.

Al escuchar su nombre de León XIV me hizo recordar el interés que tenía en que los miembros de la Iglesia conociesen las enseñanzas y líneas de acción sociales, recordando las enseñanzas de León XIII sobre este tema (Rerum Novarum).

La Iglesia es misionera por vocación, ya que Cristo dijo a los Apóstoles: Vayan y evangelicen. Cuando se dialogaba sobre el asunto de la evangelización y catequesis en las varias jurisdicciones eclesiásticas y en el mundo, Monseñor Prevost manifestaba un amplio conocimiento de las necesidades y urgencias de hacer conocer y amar a Jesucristo. Por eso en el mensaje que dirigió a los numerosísimos presentes en la plaza de San Pedro y a todos los cristianos del mundo cuando fue proclamado Papa, los motivó para que sean realmente misioneros.

Tomo la ocasión para decir a todos ustedes que leen la revista Esquila Misional y que apoyan la obra misionera de la Iglesia, están cumpliendo con lo que el Papa nos recuerda, ¡ay de nosotros sino evangelizamos!. En este sentido el Santo Padre Francisco, de feliz memoria, nos dice que debemos ser una Iglesia en salida siendo buenos discípulos y testigos de Jesucristo caminando en espíritu sinodal. Aunque este tema es reciente, ya en aquellos tiempos de la labor pastoral de la Conferencia Episcopal Peruana se vivía ese espíritu de vida cristiana y apostólica.

La pascua que continuamos celebrando nos recuerda que debemos ser personas de paz y promoverla en todos los ámbitos de la sociedad. Convertirnos en puentes de diálogo y convivencia fraterna. Estos sentimientos los escuché del que hoy siendo León XIV, era obispo de Chiclayo, ya que el Perú ha pasado por tiempos muy difíciles de carencia de una verdadera paz fraterna que ayudase un justo desarrollo y justicia social. Tendría otras varias impresiones que quisiera exponérselas, pero espero que estas pocas los ayuden a admirar, a orar, apoyar y colaborar con el nuevo Romano Pontífice.

Indulgencia: misericordia ilimitada

En ocasiones resulta difícil hablar sobre indulgencias debido a los abusos que se dieron en el pasado; es decir, cuando se utilizaron como medios para obtener recursos económicos más que como gracias que Dios regala, por mediación de la Iglesia, a los que las buscan con amor y humildad. Las indulgencias son algo muy hermoso que nunca debemos perder.

MAYO
(01-04): Jubileo de los Trabajadores
(04-05): Jubileo de los Empresarios
(10-11): Jubileo de las Bandas Musicales
(16-18): Jubileo de las Cofradías
(24-25): Jubileo de los Niños
(30 mayo-1 junio): Jubileo de las Familias, de los Abuelos y de los Mayores

El papa Francisco afirma: «la indulgencia permite descubrir cuán ilimitada es la misericordia de Dios». Y enseguida nos explica: «…como sabemos por experiencia personal, el pecado “deja huella”, lleva consigo unas consecuencias no sólo exteriores… sino también interiores, en cuanto “todo pecado, incluso venial, entraña apego desordenado a las criaturas que es necesario purificar, sea aquí abajo, sea después de la muerte, en el estado que se llama Purgatorio”. Por tanto, en nuestra humanidad débil y atraída por el mal, permanecen los “efector residuales del pecado”. Estos son removidos por la indulgencia, siempre por la gracia de Cristo…» (Spes non confundit 23).

Además de la sinceridad de corazón, las condiciones para recibir este don de la plena indulgencia son las siguientes: la purificación a través del sacramento de la reconciliación; recibir la santa comunión; la oración por las intenciones del Santo Padre; pasar por la Puerta Santa en alguna de las catedrales o basílicas asignadas para ello; realizar alguna obra de misericordia; igualmente se nos enseña que dichas indulgencias pueden ser ofrecidas en intercesión orante por nuestros difuntos.

En definitiva, en el significado profundo de las indulgencias hay un llamado a experimentar el amor incondicional de Dios que nos lleve a ser mejores discípulos de Jesucristo y audaces misioneros de la «esperanza que no defrauda» (Rom 5,5) al interno de este mundo tan herido.

P. Rafael González Ponce, mccj

¡Todos! ¡Todos! ¡Todos!

Por: Mons. Vittorino Girardi Stellin
Obispo Emérito de la Diócesis de Tilarán Liberia

Foto: www.synod.va

1. Acababa de volver de la celebración de la Semana Santa y en la mañana del lunes de Pascua, me avisaron que el Papa Francisco había fallecido.

Me sorprendió mi primera y espontánea reacción, y sentí el impulso de expresarla a alguien cercano. Lo mío quería ser un simple desahogo, pero unos amigos guardaron lo que les expresé y así ahora tengo la posibilidad de ponerlo por escrito.

Sabía que el Papa Francisco estaba enfermo, y muy enfermo por una neumonía bilateral, pero parecía que, lentamente, se estaba recuperando, por lo cual jamás pensaba que pudiera fallecer tan pronto; para mí, inesperadamente.

Un conjunto de sentimientos, amigos todos, afloraron en mi corazón. Sin embargo, me sorprendía ante todo, el sentir su muerte como la de alguien de mi familia. Me preguntaba espontáneamente, a qué podía deberse este sentimiento, y tan profundo… No pensaba de poderme sentir tan cercano con el Papa Francisco… Pronto surgieron los recuerdos.

La primera vez que conocí de cerca al Card. Jorge Bergoglio, fue en Quebec, en aquel Congreso Eucarístico Internacional; allá escuché su convencida y serena catequesis eucarística, para todos los muy numerosos participantes.

En el 2007, siendo él coordinador de las intervenciones en la V Asamblea General del Consejo Episcopal de América Latina y del Caribe (CELAM), en Aparecida, Brasil, me pidió que me dirigiera a los Pastores presentes, iluminando el tema central de Aparecida: “nuestra identidad misionera de cristianos”.

De ahí en adelante, la cercanía se fue haciendo… familiaridad. Una sorprendente e inmerecida familiaridad. Con ocasión de varios y necesarios viajes a Roma, en los días de audiencia general (los miércoles), aprovechaba para acercarme a él, con los demás obispos, y el abrazo espontáneo y fraternal, siempre quedaba acompañado por la expresión: “¡En Aparecida, Santidad!”

Estos encuentros hicieron que la cercanía aumentara, hasta sentirla “familiar”, y su fallecimiento ha sido para mí una “derrota”.

Gracias, Santidad, por su modo de ser, tan cristiano. Usted bien lo manifestaba, quería ser un auténtico “compañero de Jesús”, compañero y amigo de Jesús como lo había ido aprendiendo en los largos años de formación y de trabajo en la Compañía de Jesús. Su presencia era de la imagen de Jesús entre todos sus hermanos.

Lo manifestó a los pocos días de haber sido elegido Papa, cuando el Jueves Santo del 2013, se acercó a la cárcel para menores Casal del Marmo, allá en Roma y lavó los pies de aquellos jóvenes, y entre ellos a una joven musulmana. Su amor, su ternura, no debía tener frontera alguna. El suyo ha sido siempre un corazón abierto a todos, todos, todos, y soñaba entonces con una Iglesia sin fronteras, abierta a todo el mundo.

Santidad, Dios en su providencia, le permitió (¿o lo quiso?) que su último Jueves Santo, usted, ya muy enfermo y débil, repitiera ese gesto con que abrió su servicio petrino, yendo a la cárcel romana de Regina Coeli para estar y amar a setenta privados de libertad. No pudo lavarles los pies. No pudo celebrar la Eucaristía con ellos, no pudo darles más, pero les dio todo su amor.

De ese mismo amor, Santidad, sacó las últimas fuerzas para impartir, el día de Pascua, su bendición “Urbi et Orbi”, a Roma y al mundo. Fue su último regalo, para todos nosotros, para todo el mundo.

¡Gracias! Santidad; ¡muchas gracias!

Ya casi de su edad, me brota decirle. ¡hasta pronto! E interceda por mí, para que haga tesoro de su herencia, de quien nos repetía: “¡No se dejen robar la alegría de amar y de evangelizar!”.

2. Hace unos años, cuando todavía hacía parte de la Conferencia Episcopal de Costa Rica, con ocasión de una Asamblea, mis hermanos obispos, me pidieron que, en nombre de todos, le escribiera al Papa Francisco, una carta para expresarle lo que se acostumbra a llamar, el “affectus communionis”, el afecto de la comunión con el sucesor de Pedro. En esa carta le decía al Papa que todos le agradecíamos, sobre todo, su “magisterio de los gestos”.

Los “gestos”, que siempre nos parecían espontáneos, del Papa Francisco, nos sorprendían, nos enseñaban y fueron los gestos que acompañaron todos los breves doce años de su pontificado.

Su primer y sorprendente gesto, fue el de pagar, él personalmente, ya elegido Papa, la cuenta de su hospedaje durante los días del Cónclave… Esa sorpresa se prolongó cuando nos enteramos que seguiría viviendo en la Casa Santa Marta. La conozco por haberme hospedado en ella; es una casa digna, de acogida, pero ciertamente no de estilo palaciego…

Aunque no nos lo dijera, pronto nos hizo comprender que su “sueño” era de una Iglesia que sale de sí misma, hacia las periferias, y no sólo económicas, sino, existenciales, en el sentido más amplio y profundo del término. Nos ha hecho pensar, que las que más le preocupaban eran las periferias de cuantos aún no conocen la Buena Noticia de Jesucristo, de cuantos aún no pueden sentirse “peregrinos de la esperanza”. “De tantos gestos”, uno de los últimos fue su muy largo viaje misionero a Indonesia, Papúa Nueva Guinea y Timor Oriental, precedido por el otro a Mongolia, enorme territorio con su diminuto número de católicos (dos mil), pastoreado por uno de los Cardenales más jóvenes, Misionero de la Consolata, Jorge Marengo.

Cabe preguntarse, amigos lectores, si el Papa Francisco tuviera una especie de “instinto” por las periferias… Él no quería fronteras; no quería una Iglesia con “aduanas”, por eso es que la prefería “hospital de campaña”, adonde se llevan los muy heridos y todo esto lo manifestaba con gestos y medidas prácticas que -obviamente- sorprendían a todos, unos para aprobarlos, otros para juzgarlos inapropiados. ¡Cuánta atención concedió a lo que él llamaba “genio femenino”!, para integrar a mujeres en puestos de autoridad en el Vaticano… Nunca el limosnero vaticano tuvo tanta importancia entre los colaboradores del Papa, como la tiene el actual Card. Konrad Krajewski. Nunca la Iglesia tuvo tantos cardenales de los confines del mundo. Ese mismo “instinto” lo impulsó a pedirnos que invocáramos a María con el título de “Alivio de los migrantes”…

3. No pretendo establecer de dónde le derivase al Papa Francisco lo que alguien ha descrito como el “instinto de las periferias”. Recordemos aquí una de sus primeras manifestaciones, cuando visitó la isla de Lampedusa, triste testigo de que el mar Mediterráneo, se estuviera transformando, dijo el Papa Francisco, en mare Mortuum, mar de los Muertos, ahogados en él, por el intento de escapar de varias formas de esclavitud, hacia la libertad. Sin embargo, me atrevo a considerar su servicio petrino, como una prolongada expresión de fidelidad a su texto programático que es la exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, del 24 de noviembre de 2013, a los pocos meses de haber sido elegido. El título mismo, conecta abiertamente con otra exhortación Apostólica, la Evangelii Nuntiandi, de San Pablo VI, de 1975, a los 10 años de la conclusión del Concilio Vaticano II. Aunque hayan pasado cincuenta años de su publicación, se comenta que la Evangelii Nuntiandi, sigue siendo el documento del magisterio pontificio, aún hoy, más citado.

La afirmación de San Pablo VI que atraviesa y da sentido a toda su exhortación apostólica, es bien conocida: “la Iglesia nace de la evangelización, vive de la evangelización y para la evangelización; sin ella no sería la Iglesia de Cristo”. Esta misma afirmación, no cabe duda, expresa la que podemos llamar el alma de Evangelii Gaudium. El mismo título sugiere la conexión de la segunda con la primera, de San Pablo VI. El Papa Francisco nos ha presentado en ella su programa, envolviéndolo en una viva atmósfera de gratitud a Dios y por eso, de íntima alegría.

De su parte, San Pablo VI, así describió el deber fundamental de anunciar el Evangelio: “Conservemos la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas […] con un impulso interior que nada ni nadie sea capaz de extinguir. Sea esta la mayor alegría de nuestra vida entregada. Ojalá que el mundo actual, pueda recibir la Buena Nueva no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes y ansiosos, sino, a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo y aceptan consagrar su vida a la tarea de anunciar el Reino de Dios y de implantar la Iglesia en el mundo” (80).

Es espontáneo pensar que San Pablo VI, ha descrito aquí el “alma” del Papa Francisco, quien hizo suyo el grito de San Pablo, ¡Ay de mí si no evangelizara! (1Cor 9, 16)… El Papa Francisco nos lo exhortaba con su estilo propio, diciéndonos: “¡no se dejen roba la alegría de evangelizar!”

Para el Papa Francisco, conocer a Jesús es el mejor regalo que pueda recibir cualquier persona; habiéndolo nosotros encontrado, es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestras obras y palabras, es nuestro gozo (cfr. EG 264-267).

Sólo así podemos comprometernos con heroísmo y fidelidad para que la Iglesia de Cristo, pueda ser el lugar de la misericordia gratuita, en donde todo el mundo pueda sentirse acogido, amado, perdonado y alentado a vivir según la vida buena del Evangelio (EG 114).

Para nuestro Papa Francisco todo esto se hacía anhelo y súplica a María y le decía a ella: “Estrella de la Nueva Evangelización, ayúdanos a resplandecer en el testimonio de la comunión, del servicio, de la fe ardiente y generosa, de la justicia y el amor de los pobres, para que la alegría del Evangelio llegue hasta los confines de la tierra, y ninguna periferia se prive de su luz.

Madre del Evangelio Viviente, manantial de alegría para los pequeños, ruega por nosotros. Amén. Aleluya (EG 288).

Tras las huellas del Resucitado

Por: Carmen Aranda, LMC España

Pues sí, a veces vemos a personas como nosotros y no nos podemos imaginar la vida que tienen detrás. En Cáritas atendemos a mucha gente, casi a “todos” los que llegan esperando soluciones inmediatas, comida, ayuda, consuelo, o lo que sea. Cuando vienen muchos corres el riesgo de no “ver” a la persona, sino al número, de no ver por dónde han pasado, ni lo que han vivido, sino “lo que piden”.

Se presentan historias de familias, de chicos que vienen solos, de mujeres con hijos…

Vienen a España heridos y con expectativas. Algunos por decisión y otros empujados por los conflictos que los echan de tierras, de casas y del abrazo de sus familias. Cuando escuchas historias que no te imaginas ni en una película, te das cuenta de lo grande que es el mundo y de la maldad humana, pero también de lo que necesitamos a Dios, y tener una mente y un corazón dispuestos.

En medio de ese acompañamiento, a veces en el desahogo se verbaliza estar “peleado con Dios”, “¡cómo un Dios bueno, ha permitido que yo haya sufrido tanto!”. “¿Dónde estaba Dios cuando he estado amenazado de muerte?” “¿Dónde estaba Dios cuando me han echado de mi casa y robado todo lo que tenía?”

Me ha pasado…por inspiración, estar en la oficina y se me ocurre invitar a una de estas personas heridas a participar de la Pascua en la parroquia. Un Triduo vivido en Comunidad. No dice que no, pero no estaba segura de que vendría. Tiene la valentía de hacerlo. Se sienta en el último banco de la iglesia, como queriendo ver pero de lejos, cerca de la puerta. Yo respeto la distancia, y el espacio, pero estoy atenta.

Jueves Santo. Se emociona y dice haber estado tranquila, después de seis años sin pisar una iglesia. Le ha gustado, ha sentido paz. Dice que sus problemas se han quedado por un momento en la puerta, se ha parado todo. Lleva meses medicándose para poder dormir, dice que ha respirado.

Viernes Santo. En la cruz se clavan todas las noticias que hablan de los Cristos que se siguen crucificando cada día. Y se responde a su famosa pregunta “¿Dónde está Dios?” y resulta que Dios está sufriendo al lado de cada persona, y lo que nos toca preguntar es ¿dónde están los hombres y mujeres de buena voluntad para acercar la caricia y el consuelo de Dios a los que están desesperados?”

Sale muy tocada de esta celebración, dice que ha sentido que lo que ha pasado en la iglesia “era verdad”… pero que necesita tiempo para digerir y entender. Necesita tanto tiempo, que no da el salto para participar del Sábado, de la fiesta de la Resurrección.

Me ha dado las gracias por invitarla, a través del móvil. Dice que duerme mejor, que se siente mejor. Quiero pensar que la puerta de la reconciliación se está abriendo, y en ese camino, en esa experiencia ojalá se encuentre pronto con el resucitado que no abandona nunca, que siempre sostiene, que nos ama con locura.

Seguiremos acompañando despacio y atentos.

Pasión por Cristo, pasión por su pueblo

Legado del Papa Francisco (2)

+ Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo Emérito de SCLC

HECHOS

Ha sido sepultado el Papa Francisco, entre múltiples reconocimientos a su forma de ser, de vivir y de realizar su servicio petrino. Se ha anunciado ya la fecha para el Cónclave que elegirá al siguiente sucesor de Pedro, el 7 de mayo próximo.

No han faltado voces que han seguido expresando su inconformidad con lo que hizo o dejó de hacer el Papa Francisco. Nunca han faltado este tipo de reacciones. Por ello, difunden cuanto pueden lo que consideran sus deficiencias y cómo debería ser, según ellos, el nuevo Papa. Esto siempre ha sucedido y debemos ser maduros para escuchar cuanto se dice, pero analizarlo con serenidad, sobre todo conociendo más a fondo cuanto hizo y dijo Francisco.

No es fácil resumir su vida y su ministerio. Son múltiples las facetas que se podrían resaltar. Por mi parte, considero básico traer a colación lo que manifestó en su primera exhortación apostólica Evangelii gaudium sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual, publicada el 24 de noviembre de 2013, en que presenta qué tipo de Iglesia sueña y desea, y que fue lo que marcó su servicio.

ILUMINACION

Algunos le reclamen que descuidó la espiritualidad, por dedicarse demasiado a temas sociales, como cambio climático, migrantes, pobres, descartados, guerras. Nada de eso. ¡No lo conocen! La base de todo, para él y para nosotros, es Jesucristo; pero un Cristo comprometido con la vida digna del pueblo. Por ejemplo, dice:

“Desde el punto de vista de la evangelización, no sirven ni las propuestas místicas sin un fuerte compromiso social y misionero, ni los discursos y praxis sociales o pastorales sin una espiritualidad que transforme el corazón. Esas propuestas parciales y desintegradoras sólo llegan a grupos reducidos y no tienen fuerza de amplia penetración, porque mutilan el Evangelio. Siempre hace falta cultivar un espacio interior que otorgue sentido cristiano al compromiso y a la actividad. Sin momentos detenidos de adoración, de encuentro orante con la Palabra, de diálogo sincero con el Señor, las tareas fácilmente se vacían de sentido, nos debilitamos por el cansancio y las dificultades, y el fervor se apaga. La Iglesia necesita imperiosamente el pulmón de la oración, y me alegra enormemente que se multipliquen en todas las instituciones eclesiales los grupos de oración, de intercesión, de lectura orante de la Palabra, las adoraciones perpetuas de la Eucaristía. Al mismo tiempo, se debe rechazar la tentación de una espiritualidad oculta e individualista, que poco tiene que ver con las exigencias de la caridad y con la lógica de la Encarnación. Existe el riesgo de que algunos momentos de oración se conviertan en excusa para no entregar la vida en la misión, porque la privatización del estilo de vida puede llevar a los cristianos a refugiarse en alguna falsa espiritualidad” (262).

E insiste en la dimensión vertical: “La primera motivación para evangelizar es el amor de Jesús que hemos recibido, esa experiencia de ser salvados por Él que nos mueve a amarlo siempre más… ¡Qué dulce es estar frente a un crucifijo, o de rodillas delante del Santísimo, y simplemente ser ante sus ojos! ¡Cuánto bien nos hace dejar que Él vuelva a tocar nuestra existencia y nos lance a comunicar su vida nueva! La mejor motivación para decidirse a comunicar el Evangelio es contemplarlo con amor, es detenerse en sus páginas y leerlo con el corazón. Si lo abordamos de esa manera, su belleza nos asombra, vuelve a cautivarnos una y otra vez. Para eso urge recobrar un espíritu contemplativo, que nos permita redescubrir cada día que somos depositarios de un bien que humaniza, que ayuda a llevar una vida nueva. No hay nada mejor para transmitir a los demás” (264).

“Toda la vida de Jesús, su forma de tratar a los pobres, sus gestos, su coherencia, su generosidad cotidiana y sencilla, y finalmente su entrega total, todo es precioso y le habla a la propia vida. Cada vez que uno vuelve a descubrirlo, se convence de que eso mismo es lo que los demás necesitan, aunque no lo reconozcan” (265).

Esta dimensión vertical, esta espiritualidad centrada en Cristo, es algo de lo mucho en que el Papa Francisco nos insistió. Pero agregó siempre la dimensión horizontal, para que nuestro seguimiento de Jesús sea pleno:

“Para ser evangelizadores de alma también hace falta desarrollar el gusto espiritual de estar cerca de la vida de la gente, hasta el punto de descubrir que eso es fuente de un gozo superior. La misión es una pasión por Jesús; pero, al mismo tiempo, una pasión por su pueblo. Cuando nos detenemos ante Jesús crucificado, reconocemos todo su amor que nos dignifica y nos sostiene, pero allí mismo, si no somos ciegos, empezamos a percibir que esa mirada de Jesús se amplía y se dirige llena de cariño y de ardor hacia todo su pueblo. Así redescubrimos que Él nos quiere tomar como instrumentos para llegar cada vez más cerca de su pueblo amado. Nos toma de en medio del pueblo y nos envía al pueblo, de tal modo que nuestra identidad no se entiende sin esta pertenencia” (268).

“Jesús mismo es el modelo de esta opción evangelizadora que nos introduce en el corazón del pueblo. ¡Qué bien nos hace mirarlo cercano a todos!… Cautivados por ese modelo, deseamos integrarnos a fondo en la sociedad, compartimos la vida con todos, escuchamos sus inquietudes, colaboramos material y espiritualmente con ellos en sus necesidades, nos alegramos con los que están alegres, lloramos con los que lloran y nos comprometemos en la construcción de un mundo nuevo, codo a codo con los demás. Pero no por obligación, no como un peso que nos desgasta, sino como una opción personal que nos llena de alegría y nos otorga identidad” (269).

ACCIONES

Que el recuerdo del Papa Francisco no se quede en anécdotas, sino en procurar ser dóciles a su ministerio. Seamos muy espirituales, centrados en la oración, en la lectura de la Palabra de Dios, en las celebraciones litúrgicas, pero también muy cercanos a la vida de nuestros pueblos, a sus alegrías y tristezas, para ofrecerles la vida plena que es Jesús.