40 años de sacerdocio misionero comboniano

El pasado 29 de septiembre, fiesta de los Santos Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael, el P. Enrique Sánchez González cumplió 40 años de sacerdocio. Aquí nos deja este hermoso testimonio de agradecimiento a Dios por todos esos años de ministerio sacerdotal, misionero y comboniano.

«El próximo 29 de septiembre de 2024, Dios mediante, cumpliré 40 años de mi ordenación sacerdotal misionera y comboniana. Pienso que sea una fecha que no puede pasar inadvertida y puede ser una oportunidad para agradecer al Señor por este bello don.

Es también una ocasión para decir gracias, a través de la oración, a tantas personas que han compartido conmigo este largo caminar y que han hecho posible que llegara a este día, sobre todo quienes me han acompañado con su cariño, su amistad, su apoyo material y espiritual.

No he sido un sacerdote solitario, sino que he gozado de la cercanía de muchas personas que me han ayudado a vivir con gratitud este regalo inmerecido. Con todas ellas quisiera bendecir al Señor por haberme llamado a este ministerio, a esta vocación.

Para recordar lo que han sido cuarenta años de ministerio sacerdotal, como misionero comboniano, necesitaría escribir muchas páginas y creo que no terminaría. Porque ha sido una experiencia marcada principalmente por la fidelidad, la misericordia y la bondad del Señor que no tienen límites.

Basta una palabra para resumir todo lo que he vivido y esa palabra es simplemente: Gracias, no merecía tanto.

Recorriendo los años hacia atrás, sólo puedo darme cuenta de que he llegado hasta el día de hoy porque el Señor ha mantenido su palabra, nunca me abandonó y siempre se mantuvo a mi lado.

Él ha sido presencia, consuelo, luz en el camino, fortaleza en los momentos de cansancio, misericordia en los tropiezos y caídas; pero también motivo de entusiasmo, de felicidad y de inmensa alegría.

He sido sacerdote, ciertamente, no por mis méritos o virtudes. Ha sido gracia suya que se ha ido derramando a través del tiempo y que me ha permitido ir diciendo un “sí” día tras día. A veces con el corazón lleno de alegría y de entusiasmo, en otras ocasiones agarrado sólo de lo pobre de mi fe y confiando en su Palabra.

Como a Josué, en el antiguo testamento, a mí también se me ha dado muchas veces el poder escuchar aquellas palabras del Señor que decía: “Como estuve con Moisés estaré contigo; no te dejaré ni te abandonaré. ¡Ánimo, sé valiente! Que tú repartirás a este pueblo la tierra que prometí con juramento a sus padres. Tú ten mucho ánimo y sé valiente para cumplir todo lo que te mandó mi siervo Moisés; no te desvíes ni a derecha ni a la izquierda, y tendrás éxito en todas tus empresas” (Josué 1, 5-7)

Durante cuarenta años puedo decir que me ha tocado ser más testigo que protagonista de una historia que ha ido creciendo y floreciendo. Ha sido una historia en donde el Señor me ha llevado de sorpresa en sorpresa y en donde me ha concedido vivir todo lo que nunca hubiese pensado.

Han sido años durante los cuales no todo ha sido grandioso y espectacular, y no han faltado los momentos de prueba, de dolor, de tentación y de oscuridad. Sobre todo, cuando me olvidé de que no era yo quien llevaba las riendas de mi vida, sino que había optado porque fuera Él quien se encargara de guiar mis pasos.

Hoy, de lo profundo de mi corazón brota espontáneo el agradecimiento, sobre todo porque han sido años bendecidos y vividos en el ejercicio de un ministerio, de un servicio a la vocación misionera comboniana que el Señor me regaló.

Mis cuarenta años de sacerdocio han sido vividos, en su mayor parte, sirviendo a la misión a través de muchos años de entrega al Instituto de los Misioneros Combonianos. Mi experiencia no me permitió vivir en un ministerio directo al servicio de una comunidad parroquial, pero eso no ha impedido que, a lo largo de todos estos años, haya tenido la fortuna de compartir la vida con muchas personas que han entrado a mi corazón para quedarse ahí por siempre.

Lo que me ha permitido perseverar en mi vocación misionera, puedo decirlo con toda honestidad, no han sido mis virtudes o mis capacidades, sino la presencia de tantas personas que me han hecho entender que el sacerdocio no es un regalo personal, sino un instrumento para entregarse amando a los demás.

Con sencillez, puedo decir que, si soy hoy, todavía, sacerdote y misionero es algo que se lo debo a tantas personas que he encontrado por los caminos de la misión. Todas sin excepción han contribuido en la construcción de lo que soy, como persona y como sacerdote, como misionero y como comboniano.

Tal vez, las personas que más me han ayudado a ser agradecido con la bendición del sacerdocio son aquellas con las que compartí apenas unos cuantos meses en la misión de Mungbere, en la República Democrática del Congo.

Ahí quedó mi corazón misionero y ese ha sido un punto de referencia que me ha ayudado a seguir agradeciendo en todas partes el poder compartir el cariño que brota de mi corazón como don que Dios me va otorgando a cada paso. Pero igual están todas aquellas que la misión me permitió encontrar en continentes y contextos tan distintos.

Dios tiene sus tiempos y sus caminos y estoy convencido de que él me ha llevado por donde ha querido y me ha permitido vivir lo que sólo él sabía que me convenía.

En mis tiempos, muchas veces he tenido que hacer las cuentas con mi fragilidad, mi inmadurez y mi incapacidad de entregarme totalmente. Sacerdote no se nace y cada día el Señor va haciendo el milagro de hacernos según su corazón.

En mis caminos me ha tocado vivir días de lágrimas amargas, sintiéndome pequeño ante lo grandioso del sacerdocio; pero, al mismo tiempo, cada momento ha sido escuela que me ha enseñado a entender que mi sacerdocio no depende de mis capacidades, de mis habilidades, ni de lo perfecto que quisiera ser.

Muchas veces he hecho mías las palabras de Jesús cuando agradece a su Padre el haber revelado a los pequeños los misterios de su amor. “Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has revelado todo esto a los pequeños y lo has ocultado a los sabios y astutos”. (Mateo, 11, 25) Y, No creo que exista un sacerdote que pueda presumir de sí mismo, ni considerarse digno del don del sacerdocio.

Dios se ha servido, incluso de mi pobreza humana para ayudarme a entender que sólo su amor basta. Que es en la debilidad en donde se manifiesta su fuerza y que sólo con su gracia es posible seguir avanzando.

En muchos momentos he podido sentir su mano que me protegía, me cuidaba y me guiaba. De todo se ha servido para que pudiera llegar hasta este día, dándome cuenta de que ser sacerdote es una gracia que Dios se encarga de inventar cada día y que va poniendo en mí corazón para vivirla compartiéndola con los demás.

Cuarenta años de sacerdocio, en mi caso, se trata de una vida que ha estado marcada por la sencillez y lo ordinario de cada día entregado con generosidad y con el deseo de brindar a otros la posibilidad de encontrar, aunque sea, un pequeño espacio de felicidad, de consuelo y de paz en sus vidas. Ser instrumento de reconciliación y de perdón ha sido uno de los dones más bellos que he vivido viendo a muchas personas salir de su dolor retomando la vida con esperanza y gratitud.

En el día a día de todos estos años lo extraordinario y lo más bello que me ha sucedido es poder celebrar la Eucaristía siendo testigo de primera mano del gran misterio por medio del cual el Señor ha querido quedarse entre nosotros. Creo que puedo contar los días en que no pude celebrar la misa, incluso en ocasiones solo, en los momentos de la enfermedad que nos obligó a aislarnos.

Ha sido un gran regalo para mí el poder ser instrumento del perdón de Dios y me ha llenado el alma de alegría ver a tantos hermanos y hermanas salir del confesionario con el rostro resplandeciente y agradecido, porque a través del instrumento que soy, pudieron reencontrar el camino de la libertad y de la vida.

He sido padre y hermano para muchas personas y para muchos de mis compañeros combonianos. He sido oído que escucha, hombro sobre el cual han podido recargarse cuando la carga se hacía pesada. He sido simple instrumento en las manos de Dios que quiso tocar por mi medio la vida y el corazón de muchos que volvieron a sentirse amados.

Creo poder decir que mi sacerdocio ha sido un sacerdocio misionero y para la misión. He querido estar siempre disponible y he tratado de responder siempre con disponibilidad y generosidad a todos los servicios y ministerios que se me han solicitado. Deseo seguir en esa actitud y le pido a Dios la gracia de poder seguir diciendo sí a todo lo que se me pida con la certeza de que él me llevará por los caminos que me convienen.

De cara al futuro, siento que no tengo grandes planes ni proyectos y en mi corazón se mueve sólo el querer estar disponible y abierto a todo lo que el Señor seguirá haciendo en mi vida y a través de mí.

Me gustaría que los años que vienen me bridaran la oportunidad de crecer en la experiencia del abandono y que mi sacerdocio siga siendo envuelto por la experiencia de la alegría de saber que Dios pue de hacer grandes cosas en mi vida con lo poco que siento que puedo poner a su disposición.

Pido, como gracia, el seguir creciendo en entrega y generosidad para hacer de este ministerio un instrumento que brinde un poco de vida y de felicidad a todas las personas que iré encontrando por los caminos de la misión.

Me gustaría que los años de sacerdocio misionero que me esperan en el futuro sean años vividos con la pasión que movió siempre a san Daniel Comboni. Una pasión misionera vivida entre los más pobres y abandonados. Una misión vivida en comunión y construyendo fraternidad con las personas que podrá a mi lado.

Me encantaría que los años que vienen mi sacerdocio me permita acercarme un poco más a la cruz del Señor y que se me conceda la gracia de vivir sin poner límites a la entrega, al sacrificio, a la cercanía con quienes tienen necesidad de una palabra y de una mano tendida que les permita descubrir la presencia de Dios en sus vidas.

Hoy doy gracias porque el Señor ha sido bueno conmigo, porque me ha acompañado con una gran paciencia, porque ha sido fiel y en ningún momento me ha dejado solo. Doy gracias porque ha sido misericordioso y compasivo en los momentos en que, por mi fragilidad, no he sabido responder como él lo hubiera esperado.

Doy gracias porque voy entendiendo que soy sacerdote y misionero no por méritos míos, sino por una gracia enorme que el Señor sigue concediéndome, simplemente porque me ama.

Agradezco a quienes se alegran hoy conmigo y a quienes me han acompañado a lo largo de estos cuarenta años. Ha sido una bella experiencia, ha sido un largo peregrinar, ha sido un tiempo único en el que Dios nos ha hecho entender cuanto nos ama.

Que la aventura siga por muchos años y que cada instante se convierta en oportunidad para vivir dando gracias».

P. Enrique Sánchez González Mccj
29 de septiembre de 2024

Noticias de la comunidad misionera comboniana en Beirut, Líbano

La provincia de los misioneros combonianos de Egipto-Sudán tiene una comunidad de formación cerca de Beirut, Líbano. El padre Diego Dalle Carbonare (en el centro de la foto), superior provincial, visitó la comunidad -compuesta por cuatro escolásticos y un formador- para comprobar con sus propios ojos la situación en la que se encuentran los misioneros. Según Naciones Unidas, más de 720 personas han muerto ya en Líbano y 211.000 han sido desplazadas desde el pasado lunes, cuando se produjo la nueva escalada del conflicto en Oriente Medio con las incursiones israelíes en territorio libanés. El sábado 28 de septiembre, desde el Líbano, el Padre Diego envió el mensaje que publicamos a continuación.

comboni.org

«Esta vez no os envío el “boletín de guerra” desde Sudán (donde, sin embargo, la guerra continúa, aunque los medios de comunicación lo hayan olvidado), sino desde el Líbano, donde vine la semana pasada para visitar a nuestros escolásticos y su formador. Aproveché también para hacer ejercicios espirituales en una casa jesuita en la frontera con Siria, en la zona de Zahle.
A pesar del silencio de los ejercicios, escuchamos más de una vez por la noche -y hoy también a plena luz del día- algunas explosiones, pero todas lejanas de nosotros.
Hasta donde sabemos, los ataques en curso sólo se producen en lugares estratégicos de Hesb. El Líbano es un país pequeño, pero dividido en zonas, por lo que para aquellos que no viven en la zona chií, la vida parece transcurrir con normalidad. Estamos al norte de Beirut, en una zona cristiana, y estamos lejos de las explosiones de misiles y de las columnas de humo que se elevan al sur de la ciudad.
Sin embargo, incluso hoy, mientras regresábamos a casa por la carretera principal del país que bordea el mar de sur a norte, comprobamos con nuestros propios ojos que por cada 4 ó 5 coches que se dirigían al norte, uno era un coche chiita que huía de la zona de guerra: coches y camiones repletos de mujeres, niños, maletas y colchones, que huyen hacia el norte. ¿Dónde exactamente? Cada familia tiene su propia dirección en estos caminos de esperanza.
Como siempre, ante cualquier tipo de guerra la pregunta es: ¿Por qué? ¿Con qué propósito? ¿Para quién?
El Líbano es una perla de rara belleza, pero la crueldad de los poderosos no conoce motivos. Como siempre, pido sus oraciones.»

Padre Diego Dalle Carbonare, mccj
Superior Provincial de Egipto-Sudán

Inicia la 21ª edición del Año Comboniano de Formación Permanente en Roma

El 23 de septiembre de 2024 comenzó oficialmente el Año Comboniano de Formación Permanente (ACFP) 2024-25. Dieciocho Misioneros Combonianos, dieciséis Padres y dos Hermanos, de doce Provincias, caminarán juntos durante unos ocho meses «hacia más vida», como reza el lema del curso de este año. Recemos por estos hermanos para que vivan plenamente esta experiencia de crecimiento y renovación.

En la Misa que inauguró este viaje, el P. Tesfaye, Superior General de los Misioneros Combonianos, recordó la importancia de esta iniciativa, en la que se invita a los misioneros a participar después de 10-15 años de trabajo misionero, para reexaminar su experiencia misionera -a la luz de la Palabra y del carisma comboniano- y volver a la misión con más fuerza y energía. El P. Tesfaye subrayó que este viaje es un don y un privilegio, teniendo en cuenta que a muchos laicos también les gustaría poder detenerse durante un tiempo tan largo, para renovar sus fuerzas, y no pueden hacerlo.

En la semana de apertura, los dos miembros de la Comisión de Formación Permanente -el P. Alberto Silva y el Hno. Alberto Degan- presentaron la carta de formación que, después de una panorámica de la historia del Año Comboniano, explica la propuesta formativa para el curso, que se centra en cuatro «pilares»: una profundización en la relación con Dios y su Palabra; un encuentro renovado con San Daniel Comboni y con nuestro Instituto; una revisión de la propia experiencia misionera y una profundización en los desafíos de la misión de hoy; y un mayor autoconocimiento en la verdad, la acogida y la integración.

Un elemento clave de este viaje será el intercambio de experiencias entre los dieciocho participantes, que ya han tenido la oportunidad en esta primera semana de compartir sus expectativas sobre el curso. He aquí lo que dijo un participante sobre el camino que les espera: «Espero poder reencontrarme conmigo mismo, relacionarme más profundamente con la persona de Comboni y con Cristo, el Maestro de la Misión».

La primera semana del Año Comboniano terminará con una misa celebrada en la Basílica de San Pablo Extramuros. En la segunda semana comenzarán las conferencias. El Año Comboniano contará con la colaboración de unos 30 conferenciantes, algunos combonianos y otros no.

Hay tres palabras que resumen el significado de este período sabático: don, derecho y deber. El Año Comboniano es ante todo un don, es decir, un período de gracia, ofrecido a todos los Combonianos que se encuentran en la fase de «media vida»; es un derecho, en el sentido de que todos los Combonianos tienen derecho a participar en este camino para renovar su motivación y energía; y es un deber, en el sentido de que los participantes están llamados a vivir este camino con una actitud participativa y responsable para después volver en medio de su pueblo con un compromiso renovado.

comboni.org

Encuentro en Roma de los obispos combonianos

Cada dos años, el Instituto de los Misioneros Combonianos invita a todos los obispos combonianos a unos días de encuentro para compartir experiencias y desafíos pastorales, celebrar juntos la fe y revitalizar el espíritu comboniano. Este año, el encuentro tuvo lugar en Roma del 17 al 24 de septiembre con la participación de 13 de los actuales 24 obispos combonianos. Al final del encuentro, los prelados escribieron un mensaje a la Familia Comboniana titulado «Peregrinos de esperanza», que publicamos a continuación.
Mensaje de los obispos combonianos a la familia comboniana
“Peregrinos de la Esperanza”

«Porque trabajamos y nos esforzamos
porque hemos puesto nuestra esperanza en el Dios vivo,
salvador de todos».
(1Tm 4,10)

Roma, 17-24 de septiembre de 2024

Queridos hermanos y hermanas:

Hemos acogido como un don la oportunidad de reunirnos para compartir nuestras experiencias de misión y ministerio como obispos combonianos en nuestras respectivas diócesis, pero también para reflexionar juntos sobre los nuevos desafíos de la misión en un mundo en el que parece faltar la esperanza cristiana. Estamos agradecidos por la dedicación de nuestros hermanos y hermanas, laicos y laicas combonianos, que ofrecen sus vidas por la misión de la Iglesia.

Nuestro grupo está formado por un cardenal, dos arzobispos, veinte obispos y un administrador apostólico. En los dos últimos años, el Señor ha llamado hacia sí a dos de nuestros queridos hermanos, Mons. Max Macram Gassis y Mons. Lorenzo Ceresoli, de quienes hemos hecho memoria. Al mismo tiempo, el Santo Padre ha nombrado a Mons. Dominic Eibu, obispo de Kotido (Uganda), Mons. Antonio Manuel Bogaio Constantino, obispo auxiliar de Beira (Mozambique), Mons. Ndjadi Ndjate Léonard, obispo auxiliar de Kisangani (R.D. Congo), Mons. Victor-Hugo Castillo Matarrita, obispo de Kaga-Bandoro (África Central). No todos los obispos estuvieron presentes en persona, pero tuvimos un momento de intercambio con el cardenal Miguel Ángel Ayuso Guixot, con monseñor Luis Alberto Barrera Pacheco y con monseñor Miguel Ángel Sebastián Martínez a través de una videollamada. Otros se unieron con mensajes vocales y escritos. En la reunión estuvimos 13 obispos, acompañados por el Padre Tesfaye Tadesse Gebresilasie, Superior General, y el Padre Cosimo De Iaco, Procurador General.

Agradecemos a la Dirección General y a la comunidad de la curia su acogida y el tiempo que nos han concedido para ponernos al día sobre la situación del Instituto y de la misión. Al mismo tiempo, agradecemos también al Consejo General de las Hermanas Misioneras Combonianas, que nos habló de su proceso de reconfiguración, que han emprendido con gran valentía y pasión por la misión, ya que exige renovación y desarrollo. Agradecemos a Mons. Claudio Lurati y al P. Cosimo De Iaco la preparación y moderación del encuentro.

Del intercambio de experiencias se desprende que nuestra sociedad es cada vez más miope e indiferente ante la injusticia y el sufrimiento humano, mientras que los poderosos y los dirigentes de las naciones se esfuerzan por reconocer lo importante que es perseguir el bien común universal y defender los derechos humanos inalienables. En algunos casos, las decisiones de las naciones están en total contraste y desprecio por el valor de la vida. Pensemos, por ejemplo, en las numerosas guerras que hoy existen en el mundo. Nuestra voz de misioneros combonianos quiere dirigirse a todos en el mundo, sin distinción, para identificar un objetivo común y global contra la insostenibilidad de una economía desvinculada de las normas éticas, y que ahoga cada vez más el grito de los pobres forzados a una miseria inhumana, debido al egoísmo nacionalista, empeñado en producir una catástrofe global, que todos, conscientemente o no, sufrirán. Proponemos la visión evangélica de una economía de comunión basada en dar prioridad al otro antes que a uno mismo, para construir juntos un futuro más humano y fraterno.

Nuestra familia comboniana, en su propio contexto, experimenta también enormes desafíos que no deben afrontarse aisladamente, sino con una visión global. Europa afronta un momento de crisis debido a un retroceso interno marcado por los conflictos de Ucrania y Gaza, que dan testimonio de una grave polarización y politización, olvidando a esa parte de la población que sufre. Otros continentes, en cambio, están heridos por conflictos olvidados que no suscitan la atención y el interés de la comunidad internacional y, por tanto, tampoco de los medios de comunicación. Sudán vive un momento especialmente dramático en el desarrollo del conflicto, en el que no parece haber perspectivas de diálogo y, por tanto, de reconciliación. Pero a ello se suman situaciones igualmente dolorosas y problemáticas en el Cuerno de África, África Central, RD Congo, Mozambique y Sudán del Sur. Incluso en América Latina asistimos a una radicalización de la política más al servicio de los grupos de poder que de los ciudadanos, provocando un fenómeno migratorio incontrolado. Nuestra presencia de fe en estas situaciones de sufrimiento, tanto geográfico como existencial, es un signo de esperanza que, como una luz, muestra el camino. En esto nos anima el camino del sínodo sobre la sinodalidad y el tema del Jubileo 2025: «Peregrinos de la esperanza».

El Papa Francisco enseña que «el mundo tiene necesidad de esperanza, como tiene tanta necesidad de paciencia, virtud que camina de la mano de la esperanza». «Los hombres pacientes son tejedores de bien. Desean obstinadamente la paz, y aunque algunos tienen prisa y quisieran todo y ya, la paciencia tiene la capacidad de esperar. Incluso cuando muchos a su alrededor han sucumbido a la desilusión, quien está animado por la esperanza y es paciente es capaz de atravesar las noches más oscuras.

Esperanza y paciencia van juntas. También podríamos llamarla perseverancia, esa firmeza que animaba y caracterizaba a nuestro fundador San Daniel Comboni que nunca abandonó África, nunca cambió sus intereses a otra cosa que no fuera la evangelización de este continente. Nunca se resignó, ni siquiera ante los mayores obstáculos y dificultades. San Agustín decía que «la esperanza tiene dos hermosos hijos: el desdén y el coraje». Indignación ante la realidad de las cosas, coraje para cambiarlas.

La misión es de Dios y nosotros somos sus colaboradores en la medida en que estamos unidos en torno a Cristo en la Iglesia. El Santo Padre nos exhorta a vivir la fraternidad, a no dejarnos robar nunca la esperanza ni la alegría de evangelizar. Al final de nuestro encuentro reafirmamos nuestro compromiso de llevar la buena noticia del Evangelio viviendo en nuestra carne, personal y comunitaria, la vida resucitada de Jesucristo. Una vida que, aunque lleva las marcas de la pasión, se abre a una vida nueva.

Saludamos y bendecimos a todas las comunidades de la Familia Comboniana con el compromiso de un mutuo recuerdo en la oración.

Los Obispos Combonianos

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San Daniel Comboni elegido «patrón» de una zona misionera en Manaos (Brasil)

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Los misioneros combonianos llegaron a Manaus, Amazonia, Brasil, en 2006, y la archidiócesis de Manaus les confió el cuidado pastoral de una zona misionera periférica en el distrito de la ciudad de Monte das Oliveiras el 13 de diciembre de ese año. Hoy, los padres Carlos Romero Arrieta, John Bosco Mugerw, Siro Stocchetti y el escolástico Simeneh Lemessa Mintesnot forman parte de la comunidad comboniana de Manaus.

En Brasil, las áreas misioneras se diferencian de las parroquias tanto por el espíritu misionero que las anima como por su organización. Una zona misionera no tiene una «iglesia madre», sino que se compone de comunidades autónomas que viven en comunión. La de Monte das Oliveiras reúne a quince comunidades y se conoce con el nombre de distrito.

A principios de este año, las quince comunidades, reunidas en consejo, iniciaron un proceso de toma de decisiones con el objetivo de reunir información, evaluar alternativas y hacer una elección final para tomar la mejor decisión posible sobre quién podría ser el «Patrón» de su área misionera. El 26 de agosto, la mayoría de las comunidades eligieron a San Daniel Comboni, y el obispo auxiliar de Manaus, Mons. Zenildo Lima da Silva, validó la elección.

Las comunidades se preparan ahora para celebrar la primera fiesta patronal, el 10 de octubre, memoria litúrgica (para ellos «fiesta») de San Daniel Comboni.

Hoy en Brasil hay tres parroquias (Guriri, en el Estado de Espírito Santo; Salvador, en el Estado de Bahía; São Luís, en el Estado de Maranhão) y un área misionera que tienen a San Daniel Comboni como patrón. Hay también muchas comunidades cristianas que llevan el nombre de este santo misionero y profeta.

Creemos que, por intercesión de San Daniel Comboni, nuestro servicio misionero prestado a estas comunidades crecerá en fidelidad al carisma del Fundador para el bien de la población de esta región, confiada al cuidado pastoral de nuestro Instituto.

Padre Raimundo Rocha, mccj

Carta a los LMC: «No podemos olvidar nuestro primer amor»

Estamos todos empeñados en la preparación de la próxima asamblea internacional de los Laicos Misioneros Combonianos (LMC), que se realizará del 9 al 15 de diciembre de 2024, en Maia (Portugal), acontecimiento fundamental en la vida de nuestro movimiento misionero. Sólo cada seis años tenemos la oportunidad de reunirnos los LMC de los tres continentes (Europa, África y América) y de los más de 21 países en los que estamos presentes. (En la foto: Misión de Mongoumba, República Centroafricana).

Es sin duda un momento de ilusión que queremos preparar bien. Un momento que determinará las orientaciones para los próximos 6 años. Este año de una manera especial con el horizonte puesto en el reconocimiento de nuestro carisma por parte de la iglesia universal en un futuro cercano, muestra de nuestro caminar a través de los años y nuestra madurez.

No podemos, ni queremos olvidar nuestro servicio misionero en nuestros países de origen, sabemos que la misión está en todos lados, pero seguimos teniendo presente nuestra llamada a servir fuera de nuestras fronteras. En medio de todo esto surge de nuevo una emergencia de continuidad en alguna de nuestras misiones, en este caso Mongoumba, que celebraba hace poco nuestro 25 aniversario de presencia continuada.

No podemos olvidar nuestro primer amor… Cada uno de nosotros ha sido llamado a la misión y en particular el LMC nació con el objetivo de hacer posible ese sueño misionero de salir a otros países a compartir nuestra vida con otros pueblos, a ser misioneros allá donde el Señor nos llamase.

No podemos olvidar nuestro primer amor… De nada sirven nuestras asambleas internacionales, continentales o nacionales si no damos respuesta a ese primer amor. Si entre todos no somos capaces de dar continuidad y apoyo a nuestras presencias misioneras. Toda organización que queramos tener, todos nuestros documentos solo tienen el fin de servir a la misión, de hacer un movimiento fuerte que posibilite el servicio misionero, un movimiento que nos ayude a permanecer fieles a nuestra vocación.

No podemos olvidar nuestro primer amor…  Porque sabemos las dificultades que tenemos para partir en muchos momentos de nuestra vida, toca siempre volver al primer amor. Para que la organización de nuestra vida no nos ate en demasía y nos permita salir ahora o en un cierto futuro. Para que en nuestra vida mantengamos presentes las presencias misioneras donde estamos y donde están nuestros hermanos y hermanas. Presentes en nuestro pensamiento, en nuestras oraciones, en nuestra organización, en nuestra economía…

No podemos olvidar nuestro primer amor… Cada uno de nosotros fue llamado a la misión. El amor recibido de Dios nos desborda y nos impulsa a entregarnos. Ese amor es el que deseamos contagiar y ofrecer a nuevas personas. Que en nuestros grupos esté siempre presente y sepamos transmitirlo. Que cada nuevo curso pensemos en cómo abrir nuestros grupos a nuevas personas que se puedan acercar, no olvidemos darnos a conocer, decir “Estamos dispuestos a acompañar a cualquiera que sienta una vocación misionera”. Que cada vez que alguien llame a nuestra puerta o realicemos una animación misionera sepamos presentar nuestra vocación y en particular la llamada y el compromiso común a servir a la misión. La Iglesia necesita voces que griten en el desierto y proclamen que es necesario seguir saliendo en primera persona a servir a nuestros hermanos y hermanas más pobres y abandonados.

Misioneros Combonianos y Laicos Misioneros Combonianos en Milán (Italia).

No podemos olvidar nuestro primer amor… Y damos gracias a Dios por cada LMC que ha dejado casa, familia, país, para servir a la misión. De manera particular en estos momentos tenemos presentes a Agnieszka, que aun quedándose sola permanece en Arequipa a la espera de un apoyo, de un relevo. Ojalá que Mercedes y Carolina puedan completar su preparación y salir para Arequipa. A Xoancar que tras tantísimos años continua firme en Piquiá, o a Anna y Gabriele que en seis meses también necesitarán ser sustituidos tras dos años de misión, o Flavio y Liliana que tras muchos años ahora tomarán un descanso tras acompañar a una familia fidei donum que se ocupa de Ipê Amarelo. Y con estas próximas salidas nuestra situación en Brasil se fragiliza de nuevo. Gracias a Élia que regresó a Mongoumba a acompañar a Cristina que en breve regresará a Portugal y a la que agradecemos su entrega. Si Dios quiere, noticia de última hora, Teresa acudirá de nuevo a esta llamada de necesidad en Centro África (RCA). Misioneras que tras el paso de los años siguen respondiendo a su primer amor. Pero que no son suficientes para una misión como la de Centro África y que necesitan de ayuda. Gracias por la juventud que representan Linda, Marzena o Pius en Kenia. Que con entusiasmo llevan adelante el reto de abrir camino en Kitelakapel, nuestra última presencia misionera. Probablemente en unos meses puede que Iza se una desde Polonia para dar mayor estabilidad si cabe a nuestra presencia. Gracias a Regimar y Tito que han renovado para estar en Carapira, porque el tiempo es necesario para hacernos hueco, nuestra misión no habla de inmediatez sino de caminar paciente. También a IIaria y Federica que se han unido a Carapira y están poco a poco entrando en la realidad del pueblo macúa. Y por último a Maria Augusta, gran veterana, que vuelve literalmente a su primer amor en Mozambique tras haber estado también en Mongoumba o en Portugal en Camarate. Vemos que el Señor no solo llama a los más jóvenes, o quizás sí, pero de espíritu. Tendremos en breve a Mercedes con 79 años, pero tenemos a más de una en los sesenta y tantos. La edad no es un límite para salir, aunque sabemos que con seguridad el Señor les pedirá otro tipo de presencia, no con el vigor de la juventud sino aprovechando la madurez de los años. De todas formas, necesitamos completar esas comunidades y preparar personal.

No podemos olvidar nuestro primer amor… No podemos dejar de atender a nuestros hermanos, y sobre todo hermanas LMC que son la mayoría que están, en su día a día. Para nosotros dos personas no son suficientes, no es justo, es demasiado cansado, necesitamos comunidades de 4 o 5 personas. Aunque después, seamos más a entendernos y sabemos que no es siempre fácil, si colocamos al Señor en el centro lo hará posible. Pero para completar nuestras comunidades debemos prepararnos, que la lengua no sea un problema para dar continuidad, por ejemplo en Mongoumba. Nuestra disponibilidad a partir donde existe mayor necesidad debe estar acompañada con la capacitación necesaria para ir a estos lugares. Sabemos que no es solo cuestión de buena voluntad, así que desde el inicio propongamos la misión, pero a la vez recordemos que debemos ofrecer el mejor servicio y para ello ser Santos y Capaces como quería Comboni.

No podemos olvidar nuestro primer amor… Por último, pero quizás más importante, toca aceptar el desafío a todos y cada uno de nuestros países. Cada uno de nuestros países está llamado a enviar LMC a nuestras comunidades. No es con el esfuerzo de unos pocos que será posible sino con la colaboración de todos. Que sea un reto a cumplir en cada país, preparar, acompañar, apoyar la salida de algún misionero de nuestro país en los próximos meses o pocos años. Sabemos que a veces no es fácil disponer de ese tiempo, sabemos también que a veces existen dificultades económicas para hacer frente a esos envíos, pero si todos y cada uno de nosotros como LMC, y todos y cada uno de nuestros países ponemos de nuestra parte será posible, será sostenible en el tiempo, será incluso ampliable. Si cada uno aportamos nuestro granito de arena tendremos pronto una montaña, si cada vez que podamos animamos a la misión y proponemos la salida misionera pronto tendremos más personas dispuestas, que con el soporte de los que de momento estemos en la retaguardia, haremos posible el ser fieles a nuestro primer amor, a nuestro primer sueño por el que nacimos como LMC para servir la misión allá donde el Señor nos quiera enviar.

Un abrazo.
Comité Central de los Laicos Misioneros Combonianos


Te invitamos a rezar con esta canción…