Ataque a un hospital de MSF en Sudán del Sur

El hospital de MSF (Médicos Sin Fronteras) de Old Fangak, en Sudán del Sur, fue bombardeado en la madrugada del 3 de mayo. Como consecuencia del ataque la farmacia del hospital y algunas otras instalaciones quedaron completamente destruídas. La ONG Médicos Sin Fronteras ha condenado enérgicamente el ataque afirmando que “Los hospitales no deben ser nunca un objetivo y debe protegerse población civil, pacientes y personal sanitario”.

Texto y fotos: MSF

Condenamos enérgicamente el bombardeo deliberado de nuestro hospital en Old Fangak, Sudán del Sur. El ataque comenzó sobre las 4:30 h. de esta madrugada, cuando dos helicópteros de combate lanzaron primero una bomba contra la farmacia del hospital, que quedó totalmente calcinada, y luego dispararon durante una media hora contra la ciudad de Old Fangak. Hacia las 7 de la mañana, un avión no tripulado bombardeó el mercado de Old Fangak. Hay al menos siete muertos y 20 heridos.

Nuestro coordinador general en Sudán del Sur, Mamman Mustapha, ha declarado:

“A las 8 de la mañana recibimos en nuestro hospital de Old Fangak unos 20 heridoscuatro de ellos en estado crítico. Hay informes de más víctimas mortales y heridos en la comunidad. Un paciente y dos cuidadores, entre ellos uno de nuestro personal, que estaban dentro del hospital resultaron heridos en el bombardeo. Los pacientes que no se encontraban en estado crítico huyeron del centro. 

El bombardeo de nuestro hospital en Old Fangak ha provocado importantes daños, entre ellos la destrucción total de la farmacia, que ha quedado totalmente calcinada. Aquí es donde se almacenaban todos nuestros suministros médicos para el hospital y para nuestras actividades en las comunidades que atendemos. Lo ocurrido compromete gravemente nuestra capacidad de prestar asistencia. 

Condenamos enérgicamente este ataque, que se ha producido a pesar de que todas las partes beligerantes conocen la geolocalización de todas nuestras estructuras e instalaciones, incluido el hospital de Old Fangak”.

“Condenamos enérgicamente este ataque, que se ha producido a pesar de que todas las partes beligerantes conocen la geolocalización de todas nuestras estructuras e instalaciones, incluido el hospital de Old Fangak”, declara nuestro coordinador general en Sudán del Sur, Mamman Mustapha.

“El hospital de Old Fangak es el único del condado de Fangak y da servicio a más de 110.000 personas, que ya tenían un acceso extremadamente limitado a la atención sanitaria antes de este ataque. Todavía estamos evaluando el alcance total de los daños y el impacto en nuestra capacidad para prestar asistencia médica y humanitaria, pero este ataque significa claramente que la población se verá ahora aún más privada de recibir tratamientos vitales.

Hacemos un llamamiento a todas las partes del conflicto para que protejan a población civil, pacientes y personal sanitario, así como infraestructuras civiles, incluidos centros de salud. Los hospitales no deben ser nunca un objetivo y debe protegerse la vida de la población civil“.

Esta es la segunda vez que un hospital de MSF se ve afectado por la violencia durante el último mes. El pasado 14 de abril, se produjo un saqueo armado en el hospital de Ulang, en el estado del Alto Nilo, que provocó que toda la población del condado de Ulang quedara sin acceso a atención sanitaria secundaria.

El corazón de una madre siempre espera

Junto al dolor de una madre que busca desesperadamente a su hijo desaparecido es posible encontrar amor, comprensión y sanación. Esta es la experiencia de muchas madres que, acompañadas por las Carmelitas del Sagrado Corazón, de Guadalajara, no pierden la esperanza y se apoyan unas a otras confiando siempre en Dios y en la Virgen María. Aquí les presentamos sus testimonios. Al lado del dolor hay sueños, sanación y amor. Experiencias de acompañamiento en mujeres con familiares desaparecidos.

Por: Ana Araceli Navarro Becerra, Carmelitas del Sagrado Corazón

La desaparición forzada en México es un problema que se ha agudizado a partir del 2006 con la denominada «guerra contra el narcotráfico». Uno de los protagonistas es el crimen organizado, con el cual se relaciona la desaparición de personas. De acuerdo con el Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas (RNPDNO) al corte del 30 de marzo de 2025, en México había 116 mil 89 personas en esta condición. Entre los estados con mayor número de desaparecidos están: Jalisco, Tamaulipas, Estado de México, Nuevo León y Ciudad de México. Según el RNPDNO, 80 por ciento de quienes están desaparecidos son hombres y 20 por ciento son mujeres.

Es necesario reconocer que las desapariciones no siempre responden a una decisión personal de sumarse a la también denominada «delincuencia estructurada». Hay registros a nivel nacional de un proceso de reclutamiento forzado donde participa el crimen organizado con apoyo del Estado en los tres niveles de gobierno (municipal, estatal y federal). Esta complicidad, además de vacíos jurídicos, la falta de vinculación entre instituciones y la violación a derechos humanos, entre otros aspectos, ha generado que las personas con familiares desaparecidos vivan desde el dolor, la impotencia, la fe, la esperanza y el amor.

Aunque las cifras muestran una realidad que parece afectar a unos, la desaparición de personas no es un problema individual, sino social y como tal, debe ser motivo de indignación y de atención, «le tiene que doler a la sociedad, porque no es David quien no está con su familia. David no está en su comunidad, no está en la sociedad. Nos hace falta a todos», afirma Dioni quien busca a su hijo Guillermo David Ramírez Pelcastre, desaparecido en septiembre de 2017 en Ecatepec, Estado de México. En estas líneas se comparten algunas experiencias de quienes buscan a sus seres queridos y distintas formas de acompañamiento donde se teje el dolor, la fe, la esperanza y el amor.

Vivir la desaparición de un familiar

Cuando una persona desaparece la familia se sacude, la vida cambia y nada vuelve a ser igual. Desde el momento en que se sabe que la persona no llegó del trabajo, se escuchan rumores de que se lo llevaron, se espera la respuesta de un mensaje por WhatsApp que quedó en visto, la intuición de que algo pudo haberle pasado… Estos y otros momentos anteceden al insomnio, el dolor de cabeza, el estado de alerta, el miedo, los nervios y la incertidumbre ante la espera de ese familiar que aún no llega. Cada minuto que pasa parece eterno, las oraciones, la fe y la esperanza acompañan esos instantes que a veces se convierten en días, meses y años. Las enfermedades físicas y emocionales se vuelven visitantes recurrentes. Adriana, quien busca a su hijo Carlos Jonathan Cortés Aceves, desaparecido en septiembre del 2017 en El Salto, Jalisco, comenta: «cuando caía en depresión dejaba de buscar, no salía de mi cuarto. Y luego, otra vez me levantaba». En la mayoría de los casos, estas emociones y sensaciones las viven las mujeres, quienes son madres, esposas o hermanas.

Ante una desaparición, «en la familia no nomás pierden a su hermano, a su hermana. La mamá, la abuela, la hija ya no son la misma persona», comenta Adriana. La ausencia del ser amado poco a poco se convierte en fiel acompañante de quienes esperan su llegada. Cuando pasan las horas y su ausencia continúa inicia la búsqueda de su paradero.

La búsqueda del ser querido, un camino por descubrir y por compartir

Cuando una persona desaparece se espera una movilización de gente en fiscalías, hospitales, calles… Los familiares, en su mayoría mujeres, recorren grandes distancias para acudir al lugar donde vivía la persona desaparecida. No importa la hora del día ni el costo económico, la esperanza dice que hay que estar ahí para cuando se tengan noticias. Sin embargo, Emma, quien busca a su hijo Erik Javier Plascencia Alvarado, desaparecido en junio de 2020 en Puerto Vallarta, Jalisco, al acudir a la fiscalía para denunciar la desaparición de su familiar, la respuesta que recibió del Ministerio Público, al igual que muchas personas fue: «regrésese a su casa, esto no va a ser rápido. Nosotros la tendremos comunicada».

La delegación donde se atendían estos casos era un lugar pequeño con oficios y carpetas por doquier con aparente desorden, evocando indicios de que la búsqueda no se iniciaría pronto. Ante esta escena desconsoladora, los familiares hacen llamadas telefónicas a diario en espera de recibir noticias que nunca llegan. Con el paso de las semanas la confianza en el personal de las instituciones disminuye. Es hora de buscar por su cuenta. «Tengo que buscar a mi hijo porque aquí no van a buscarlo», dice Emma.

Muchos familiares visitan hospitales, calles, psiquiátricos, lugares que las personas frecuentaban con la esperanza de encontrarlas. Dice Chely, quien busca a su hijo Juan Manuel Macías Beraud, desaparecido en julio de 2022 en Tlaquepaque, Jalisco, «buscar hasta debajo de las piedras», literalmente, porque las búsquedas que realizan son: 1) en vida, 2) en campo –cuando se sospecha que han fallecido y excavan en terrenos, baldíos, patios de casas abandonadas–, 3) identificatorias, en instituciones como el Servicio Médico Forense (SEMEFO) donde se busca a partir del nombre, la fotografía y las señas particulares. En ocasiones, las búsquedas inician en solitario.

En el camino se encuentran con personas que han vivido lo mismo y en ocasiones, han avanzado en saber qué hacer, cuándo, a dónde y con quién acudir, «compartimos lo que se va aprendiendo en el camino. Lo transmitimos a las personas que empiezan porque si nos esperamos, se pierde mucho tiempo», afirma Emma. Se conforman los colectivos de búsqueda donde acompañarse se convierte en una luz en el camino. No hay un solo colectivo, son varios con distintas actividades y múltiples formas de buscar, pero el objetivo es el mismo: encontrarlos.

«Encontrar a otros nuestros».

En estos grupos es común que la búsqueda de personas desaparecidas sea el objetivo principal. No buscan sólo a los suyos, los buscan a todos y a todas. Además de coincidir, también se encuentran con personas que las mueve el amor, la esperanza, la fe. Así comienzan a tejerse experiencias de vida que acompañan, animan, resuelven, colaboran, emergen vínculos que los hace sentir que pertenecen, dice Dioni, «te sientes arropada por todos ellos, comprendida, ¿quién mejor para hablar de lo que sientes que personas que viven lo mismo que tú?».

Coincidir en el proceso de búsqueda ayuda a animarse a sí mismas y a los demás, Chely agrega: «hay compañeras decaídas y nos damos fortaleza unas a otras». Acompañarse y cuidarse es una consigna que se nota en la manera de relacionarse, en el estado de ánimo, en su mirada, en su tono de voz, en su manera de andar. «Encontrar a otros nuestros», como dice Dioni, es parte de una búsqueda por hallar a los familiares desaparecidos y, al mismo tiempo, es un signo inequívoco de que no están solos, se encuentran con otros «nosotros» que buscan y se acompañan. Se convierten en uno y en todos. Dioni asegura: «cuando estás en una búsqueda, cuando estás ante las autoridades, no eres la mamá de David, eres la mamá, la hermana, la esposa, la hija de todos los desaparecidos».

Somos más los buenos

Salir a búsqueda implica disponer de tiempo y de dinero para cubrir necesidades básicas de transporte, alimentación, limpieza personal y en ocasiones, alojamiento. Caminar sin conocer a nadie y sin saber del lugar es el comienzo de una travesía, para Adriana «fue muy difícil no tener a dónde llegar y no conocer con quién quedarse, con quién refugiarse». Esto lo viven muchas personas en múltiples ocasiones. La falta de recursos económicos no las detiene, continúa Adriana: «no sabíamos a dónde llegar ni qué íbamos a comer ni dónde íbamos a dormir, pero nos la aventábamos». De manera frecuente, los compañeros de búsqueda se apoyan entre sí porque se comprende la necesidad de ir a ese lugar, a ese punto con la esperanza de encontrar a su familiar. Dice Chely: «sientes la necesidad del otro y lo apoyas, aunque estés al día. A veces apoyas con dinero, a veces con presencia, a veces con un abrazo». Lo importante es compartir aquello que se tiene y que la persona necesita. Siempre se puede dar algo. Sentir la necesidad del otro es una capacidad humana, aunque ser indiferente también lo es.

En este camino se encuentran con voluntarios, personas solidarias laicas, comunidades religiosas de diferentes carismas que se sensibilizan y están ahí para tenderles la mano. En la ida a Teuchitlán, una comunidad donde se encontró un campo con prácticas de adiestramiento asociadas al crimen organizado, Adriana comenta: «me movió mucho ver tanta solidaridad. Veía la sonrisa de la gente al ofrecernos agua, una rebanada de pastel y acercarse a nosotras con un abrazo. Sentí un apapacho al escuchar que sus oraciones están con nosotras. Era gente que no había visto nunca». Mantenerse sensible al problema de las desapariciones es un avance, dice Dioni: «somos más los buenos. Tenemos que alzar la voz, unirnos como familias, como colectivos», como sociedad tenemos la tarea de acompañar, apoyar y estar presentes, porque el problema es de todos. Es necesario gritarlo ¡nos faltan todos y todas!

La fe en Dios, nuestra acompañante

«No dejaremos de buscar hasta encontrarlos», afirma Adriana. En esta decisión hay fuerza, amor, confianza, esperanza y una fe inquebrantable. Son los pilares que sostienen, abrazan y permiten seguir adelante porque en medio de muchas incertidumbres, también hay certezas. «Dios se manifiesta de muchas maneras: al despertar, estar con vida, ver que nuestra familia está bien, tener alimentos, levantarte cada día. Ahí está Dios», comenta Dioni. En cada paso, en cada decisión, Dios está ahí y Él sabe lo que hace.

De manera recurrente, ante la desaparición de un familiar se vive enojo, tristeza y desesperación. Llegan a la mente preguntas difíciles de responder, «¿por qué me quitaste a mi hijo si tú me lo diste?, ¿por qué hiciste que lo amara tanto?», se pregunta Dioni. Es difícil comprender y más aún, aceptar el sufrimiento como parte de la vida. Dioni recuerda el pasaje donde «la Virgen María vio cómo azotaban a Jesús por la salvación de nosotros», recordando que ella también es madre y asegura que, «nadie merece un sufrimiento así».

Dios es un acompañante en cada paso, en cada lugar, en cada momento. La oración está presente para pedirle una señal para saber dónde están sus familiares desaparecidos, «le pido a Dios, hazme llegar al corazón de quien sabe algo de mi hijo. Y que me lo diga, sea lo que sea», comparte Emma. A veces también se busca a Dios para encontrar un camino un indicio, «ponme en el camino a gente que me pueda ayudar, que me pueda guiar porque estoy perdida», agrega Adriana. «Cuando vamos a búsquedas de campo hacemos cadena de oración para pedir una señal que nos muestre el lugar donde estén personas desaparecidas y reencontrarlas con sus familiares», comenta Chely.

Las oraciones también se ofrecen por quienes se los llevaron. Al tratarse de desapariciones forzadas a veces no es posible distinguir quiénes son los enemigos ni dónde están. «Yo no sé si mi hijo esté trabajando para ellos de manera obligada y lo hace para sobrevivir», comenta Adriana. Ese otro que parece ser el malo se convierte en alguien que necesita de oración, «al maldecirlos es como si maldijera mi hijo, quizá entre ellos puedan estar nuestros desaparecidos», agrega Adriana.

Ángeles humanos

Las comunidades religiosas acogen, acompañan y apoyan. Dios está presente en la vida de las personas a través de ayuda, escucha, cobijo y acompañamiento, también está en momentos de convivencia y de esparcimiento porque la vida sigue. En el camino de incertidumbre y de dolor que acompaña la desaparición forzada de un familiar, suelen encontrarse con muchas personas «que se hermanan con nuestro dolor. Dios ha puesto en nuestro camino a muchos ángeles terrenales», asegura Dioni.

Ante la necesidad de trasladarse para buscar a un ser querido no siempre se cuenta con un espacio para pernoctar. Sin embargo, eso no detiene a quienes buscan a sus familiares desaparecidos. En el camino se encuentran con personas dispuestas a ayudar. Adriana comparte que buscó «a la comunidad de las Carmelitas para pedirles albergue y dijeron que sí. Para mí no sólo fue encontrar un techo y alimento, también fue ese cobijo espiritual que necesitaba». La fortaleza, el ánimo, el sentirse acompañada y recibida es parte del alimento que nutre el alma, el corazón y el espíritu. Es la fuerza que ayuda para seguir avanzando. En este camino de búsqueda «aprendí a reconocer ángeles humanos», afirma Adriana.

Hay sacerdotes, religiosas de distintos carismas, voluntarios y laicos dispuestos a ayudar. Es importante mirar la realidad para saber cómo atender a las personas. Las historias de dolor no pueden ser ajenas, «ante una necesidad debe haber una respuesta», añade Lolis. La clave parece estar en poner atención, escuchar y movilizar recursos para generar un cambio positivo. Lolis comenta que, «la presencia de María, como Madre, anima este camino. María estuvo atenta para ver qué pasaba en las bodas de Caná. Y le dijo a Jesús, hijo, hace falta vino para las personas».

La voluntad, la preocupación por las personas y responder a sus necesidades está en el centro de algunas comunidades. La madre Luisita, fundadora de las Carmelitas del Sagrado Corazón, se caracterizó por responder a los problemas sociales de su tiempo. «La madre Luisita construyó un hospital, un asilo, una escuela y una casa hogar para personas que necesitaban cuidado», agrega Lolis. En el corazón de Guadalajara, Jalisco, se ubica Casa Luisita, un lugar donde las Carmelitas del Sagrado Corazón brindan alojamiento, alimento y acompañamiento terapéutico a personas que viven fuera del Área Metropolitana de Guadalajara y acuden para buscar a sus familiares desaparecidos, «cada vez que voy a Casa Luisita, me siento acogida y protegida, es como un remanso», comenta Emma.

La hermana Lolis (María Dolores Ramírez Ramírez), integrante de las Carmelitas del Sagrado Corazón, asegura que «la razón del acompañamiento para las mamitas y para las familias es porque Dios en su providencia lo va preparando». A partir de aquí se abren caminos. «Es la providencia de Dios porque, aunque estamos limitadas, los apoyos llegan», afirma Lolis y continúa, «hemos descubierto en el rostro de cada mamita ese llamado que ha sido también una experiencia en la frase “al lado del dolor, hay sueños, sanación y amor”. Esta frase es de Etty Hillesum y nos inspira en este camino. El dolor no se niega, está al lado, ni adelante ni atrás. La repetimos para que esos sueños se sigan realizando y se sigan alcanzando, porque también hay sanación y amor», concluye Lolis.

La dinámica de compartir experiencias ha sido desde el proyecto FABHID CSC. Acompañamiento integral a Familias en Busca de sus Hijas e Hijos Desaparecidos. Carmelitas del Sagrado Corazón, en red con otros carismas en Guadalajara, Jalisco.

Fen Xiang. Compartiendo con la Iglesia en China

La llegada de los Misioneros Combonianos a Macao pronto suscitó una pregunta: ¿Qué pasa con China continental? Así nació un proyecto para apoyar a la Iglesia en China: Fen Xiang. El objetivo es promover la compartición de recursos y medios con las diócesis mediante la formación del clero, religiosos y laicos.

La apertura de una comunidad en Macao y, posteriormente, otra en Taiwán, fueron las bases que permitieron el lanzamiento de la presencia comboniana en el contexto chino. Sin embargo, aún teníamos la mirada puesta en China continental, donde queríamos estar presentes. Aunque la tarea era compleja, a finales de 1998 se elaboró ​​un plan para hacer realidad este sueño. Se denominó el proyecto Fen Xiang, que subrayaba la visión de compartir y ayudarse mutuamente entre iglesias, de la cual los Misioneros Combonianos querían convertirse en instrumentos y animadores.

Su objetivo era promover una presencia que no estaba plenamente desarrollada en aquel entonces, pero que permitiría a los Misioneros Combonianos estar en contacto y, de alguna manera, compartir las preocupaciones de la Iglesia en China. También promovió una dimensión social, que incluía la promoción del desarrollo humano integral mediante la participación en proyectos de apoyo a niños pobres, orfanatos con niños con discapacidad física, enfermos de SIDA y residencias para ancianos.

Desde el principio, tener presencia en China continental fue una estrategia que, en su forma y aplicación, evolucionó lentamente hasta convertirse en lo que llamamos la «misión itinerante comboniana». La itinerancia comboniana en China comenzó en octubre de 1998, con viajes, contactos e interacciones con líderes de la Iglesia en China.

En sus veintisiete años de existencia, el proyecto Fen Xiang ha abierto nuevos frentes y espacios en su inserción y colaboración con la Iglesia en China. Sus objetivos se han centrado en difundir el espíritu misionero de la Iglesia, un compromiso incondicional con los más pobres de la sociedad y una misión itinerante que se concreta en viajes desde Macao a China continental.

El objetivo general de Fen Xiang es el crecimiento y el fortalecimiento de la Iglesia local para que esta pueda crecer y llevar a cabo iniciativas y proyectos específicos. Existe una buena colaboración con la Iglesia en China en materia de formación mediante becas para sacerdotes, profesores de seminario y religiosos que se preparan en los campos religioso, teológico y pastoral, así como en las ciencias sociales o la salud, especializándose en áreas que les permitan servir mejor a la sociedad.

El equipo de Fen Xiang, que visita periódicamente China, imparte cursos de formación y ejercicios espirituales y comparte las preocupaciones de la vida religiosa y misionera con seminaristas, religiosos, sacerdotes y laicos, principalmente en el norte de China, en las provincias de Gansu, Hebei, Henan, Shanxi, Shaanxi, Henan, Sichuan y Shenyang; también anima la Iglesia local y da a conocer a San Daniel Comboni y el espíritu misionero comboniano; de esta manera, sirve de puente entre las Iglesias; Fen Xiang también está involucrado en proyectos de promoción humana para expresar la dimensión social de la fe, algo que es inseparable de la vocación misionera hacia los más pobres.

Lo que estaba claro desde el principio, y lo sigue estando hoy, es que Dios inspiró el proyecto de Fen Xiang y estaba en sintonía con las características básicas del carisma comboniano: la preocupación por los marginados de la sociedad (creación de orfanatos, centros de ayuda, becas para estudiantes pobres del campo); la necesidad de compartir el espíritu misionero con la Iglesia local (a través de cursos, boletines, contactos personales y contribuciones a través de retiros); la formación religiosa de la Iglesia local (retiros anuales para sacerdotes, hermanas, seminaristas y laicos, cursos de formación para personal de la Iglesia, campamentos de verano e invierno para jóvenes), para reafirmar que los chinos son los misioneros de su pueblo.

En estos años de trayectoria de Fen Xiang, podemos decir que los resultados han sido muy satisfactorios. Sacerdotes, profesores de seminario y religiosos se han formado en diferentes lugares gracias a la ayuda de Fen Xiang, y al regresar a casa, han asumido puestos de responsabilidad para seguir colaborando en la formación cristiana en sus respectivas áreas. Los desafíos tangibles y evidentes de Fen Xiang no están exentos de dificultades cuando se dan en un contexto de inseguridad. Las visitas a China dependen de muchas circunstancias, incluida la obtención de un visado.

Esto hace que este proyecto sea típicamente misionero y comboniano. Ha sido y sigue siendo una labor oculta, donde prevalece la prudencia, y todas las responsabilidades principales deben quedar en manos de la Iglesia local. Por ello, seguimos invirtiendo en la formación integral de sus agentes pastorales, incluyendo la formación humana, espiritual, intelectual y pastoral de los laicos. Ellos se encargan de las actividades caritativas, la catequesis y el impulso misionero.

Los frutos llegarán como y cuando Dios quiera. Aun así, no cabe duda de que el testimonio de la Iglesia en China y sus agentes pastorales, que han sufrido persecución y siguen bajo el control del gobierno, nos ayuda a poner en práctica lo que afirmamos: que nos solidarizamos con el pueblo al que somos enviados, que aprendemos de la gente y que vivimos juntos en la Iglesia local con la que compartimos nuestras vidas.

Ha muerto Francisco, el Papa de la esperanza

El fallecimiento del Papa Francisco deja a la Iglesia huérfana de pastor. A lo largo de su pontificado y, particularmente desde que inició este Año Jubilar de la Esperanza, nos invitaba a todos los cristianos a ser peregrinos y testigos de la esperanza. En este momento de dolor por la pérdida de nuestro pastor, retomamos el reportaje sobre su vida que publicábamos precisamente en nuestra revista de este mes de abril, para conocer un poco más de cerca la figura de un Pontífice que no dejó indiferente a nadie. Su pontificado llenó de esperanza a muchos, cristianos y no cristianos. Haciendo honor al nombre que adoptó cuando fue elegido Papa, bien puede decirse que Francisco fue el Papa de la fraternidad y de la esperanza.

¿Quién fue el Papa Francisco?

El primer papa americano y el primer jesuita elegido como Obispo de Roma y cabeza de la Iglesia católica, Jorge María Bergoglio nació en el barrio de Flores, en Buenos Aires, Argentina, el 17 de diciembre de 1936. Era el primogénito de Mario José Bergoglio, contador y empleado del ferrocarril que tuvo que salir de Italia a causa del avance del fascismo, y de Regina María Sívori, ama de casa nacida en Buenos Aires, pero hija también de migrantes italianos. El matrimonio tuvo cinco hijos, de los cuales ya sólo queda viva su hermana María Helena.

Fue bautizado el día de Navidad de 1936, apenas una semana después de su nacimiento, en la Basílica María Auxiliadora y San Carlos del barrio de Almagro, en Buenos Aires. Pasó su infancia en un ambiente católico, influido por los orígenes italianos y la fe de sus padres y especialmente, como él mismo afirmó alguna vez, de su abuela. Estudió en el colegio salesiano Wilfrid Barón de los Santos Ángeles, de la localidad de Ramos Mejía. Posteriormente estudió en la escuela secundaria industrial Hipólito Yrigoyen, en la que se graduó como técnico químico. Durante algún tiempo estuvo trabajando en el laboratorio Hickethier-Bachmann, realizando análisis bromatológicos destinados a controlar la higiene de productos alimenticios. Durante su juventud, una grave enfermedad pulmonar hizo que le fuera extirpada una parte de un pulmón. Aunque eso no tuvo muchas repercusiones en su salud, sí que le afectó al complicar la afección respiratoria grave que sufría y por la que fue hospitalizado el pasado mes de febrero.

En esa época sintió una fuerte llamada al sacerdocio y en 1957 ingresó al seminario del barrio Villa Devoto y, posteriormente, al noviciado de la Compañía de Jesús. El 13 de diciembre de 1969 fue ordenado como sacerdote e hizo su profesión final con los Jesuitas en 1973. Ese mismo año fue nombrado provincial de los Jesuitas en Argentina, cargo que ocupó durante seis años. Fue un periodo difícil para él a causa de la dictadura del General Videla, durante la cual hubo muchos desaparecidos y detenidos, entre ellos dos sacerdotes jesuitas: Orlando Yorio y Francisco Jalics.

El 20 de mayo de 1992 el papa Juan Pablo II lo nombró obispo titular de Auca y auxiliar de Buenos Aires. Su ordenación episcopal se celebró el 27 de junio. Ese mismo año fue nombrado vicario episcopal de Flores, el barrio que lo vio crecer. En 1993 fue nombrado vicario general de la arquidiócesis de Buenos Aires y en 1997 Juan Pablo II lo nombró arzobispo coadjutor. El 28 de febrero de 1998, tras la muerte del cardenal Quarracino, asumió la conducción pastoral de la arquidiócesis. Fue creado cardenal por el papa Juan Pablo II en el Consistorio del 21 de febrero de 2001, con el título de san Roberto Belarmino.

Como cardenal formó parte de la Pontificia Comisión para América Latina, la Congregación para el Clero, el Pontificio Consejo para la Familia, la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, el Consejo Ordinario de la Secretaría General para el Sínodo de los Obispos y la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica.

El 13 de marzo de 2013, tras la renuncia papal de Benedicto XVI, en la quinta ronda de votaciones del segundo día del cónclave, el cardenal Bergoglio fue elegido el 266 Papa de la Iglesia católica. Es el primer Papa originario de América y también el primer jesuita.

Reformador de la Curia Vaticana

Desde el primer día de su pontificado puso manos a la obra para reformar la Curia del Vaticano, una delicada misión que asumió como un mandato por parte de los cardenales que lo habían elegido. Eran tiempos duros para la Iglesia católica, especialmente afectada por los casos de abusos sexuales y los escándalos de orden económico. Francisco pidió a todas las diócesis del mundo que tuvieran tolerancia cero. Había que terminar con el ocultismo y la protección de los culpables, asumir las propias responsabilidades y dar respuestas claras y concretas a las víctimas. En el aspecto económico, reformó varias normas y estamentos vaticanos con el fin de dar una mayor transparencia a las finanzas del Vaticano.

A lo largo de su pontificado fue reformando poco a poco la manera de hacer de la Iglesia, la cual siempre concibió como una gran barca en la que están todos, no solamente los cardenales y los obispos. El Sínodo sobre la Sinodalidad fue un ejemplo claro de ello. Por primera vez en la historia de la Iglesia se daba voz y voto en un Sínodo a sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos, tanto hombres como mujeres. Precisamente a éstas últimas les quiso reconocer su importancia en la Iglesia, confiándoles responsabilidades y puestos importantes. El 6 de enero de este año nombraba por primera vez en la historia a una mujer al frente del dicasterio vaticano para la Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, la hermana Simona Brambilla. Otras mujeres ya habían sido nombradas antes para cargos importantes: La profesora Emilce Cuda, una mujer laica, es la actual secretaria de la Pontificia Comisión para América Latina; la hermana salesiana Alessandra Smerilli es secretaria del dicasterio para la Promoción del Desarrollo Humano Integral; la religiosa javeriana Nathalie Becquart fue subsecretaria del Sínodo de los Obispos y la mexicana María de los Dolores Palencia, religiosa de las Hermanas de San José de Lyon, fue una de las presidentas delegadas del Sínodo de la Sinodalidad que tuvo lugar en Roma en octubre de 2023. Recientemente, estando ya en el hospital, nombró a la hermana Raffaella Petrini, religiosa de las de las Hermanas Franciscanas de la Eucaristía, como Gobernadora del Estado de la Ciudad del Vaticano, organismo encargado de ejercer el poder ejecutivo, por delegación del Papa, en la Ciudad del Vaticano.

Todas estas decisiones, unidas a su invitación a recibir en la Iglesia a «todos, todos, todos», sea cual sea su género u orientación sexual, le crearon no pocos enemigos y detractores, especialmente entre los sectores más conservadores de la Iglesia. Sus palabras y mensajes fueron muchas veces malinterpretados o manipulados para acusarlo de ir en contra de la doctrina de la Iglesia católica o, por ejemplo, de aceptar los matrimonios de dos personas del mismo sexo. Francisco nunca afirmó tal cosa, sino que invitó a todos a ver a las personas como hijos de Dios, como lo hizo el mismo Jesús. Recibir a una persona, sea cual sea su condición, no significa aprobar su conducta.

Otro de los campos en los que el papa Francisco se esforzó por avanzar con mayor fuerza fue el diálogo interreligioso. Sus viajes a países de fuerte mayoría musulmana tenían como objetivo lo que él mismo llamó la «fraternidad universal». Fruto de este esfuerzo nació el Documento sobre la Fraternidad Humana por la Paz Mundial y la Convivencia Común, también conocido como Declaración de Abu Dabi,  firmado por el papa Francisco y el Gran Imán de al-Azhar, Ahmed el-Tayeb, en Abu Dabi, el 4 de febrero de 2019.

El documento invita a los líderes, intelectuales y medios de comunicación de todas las religiones, para que promuevan la paz en esta época de peligro debido al «extremismo religioso y nacional». También pide poner fin a las guerras, al terrorismo y a la violencia en general, especialmente aquella que está revestida de motivos religiosos. Este texto fue la fuente de inspiración para la encíclica Fratelli tutti, que el Papa publicó al año siguiente y para la declaración por parte de las Naciones Unidas del 4 de febrero como el Día internacional de la fraternidad humana.

Su mensaje

A lo largo de su pontificado, Francisco fue exponiendo su visión de la Iglesia y de la vocación a la que estamos llamados todos los bautizados a través de sus encíclicas, exhortaciones apostólicas, mensajes, homilías o discursos. Sus escritos son numerosos y, gracias a la tecnología actual, todo el mundo puede tener acceso a ellos a través del sitio web del vaticano, de manera gratuita y traducidos a numerosas lenguas.

Su primera encíclica, publicada pocos meses después de su elección, fue Lumen fidei (La luz de la fe). Con ella quiso completar lo que Benedicto XVI ya había escrito sobre la esperanza y la caridad, las otras dos virtudes teologales, en sus respectivas encíclicas Spe salvi (Salvados en la esperanza) y Deus caritas est (Dios es amor). En ella, Francisco presenta la fe como una luz que disipa las tinieblas e ilumina el camino del ser humano.

La segunda encíclica, publicada en 2015, lleva por título Laudato si (Alabado seas). En ella, siguiendo la espiritualidad de san Francisco de Asís, el Papa nos invita a ver la Tierra como una Casa Común, denunciando el consumismo irresponsable e invitándonos a cuidar de ella como el lugar que Dios nos dio para que todos podamos vivir en paz y en armonía unos con otros y con la naturaleza.

En octubre de 2020 se hizo pública la tercera encíclica, Fratelli tutti (Hermanos todos). El propio Francisco reconocía que el Documento sobre la Fraternidad Humana por la Paz Mundial y la Convivencia Común, firmado un año antes, tuvo mucho que ver en su elaboración. La encíclica tiene como gran tema central lo que el Papa llama la «fraternidad universal». Pide más fraternidad y solidaridad humanas, y es un llamado a rechazar las guerras. Se centra en los problemas sociales y económicos contemporáneos y propone un mundo ideal de fraternidad en el que todos los países pueden formar parte de una «familia humana más amplia». En ella toca temas tan actuales como el racismo, la migración o las relaciones interreligiosas.

La cuarta encíclica, la más reciente, se publicó en octubre del año pasado y lleva por título Dilexit nos (Nos amó). Se trata de un hermoso texto sobre el Sagrado Corazón de Jesús en el que Francisco nos invita a experimentar el amor de Dios no sólo como un amor divino, sino también como un amor humano. La encíclica profundiza en la idea de que el amor de Dios no es abstracto ni distante, sino que es una realidad concreta que se manifiesta en la vida diaria y en la cercanía de Dios y de la Iglesia a las personas, especialmente a las que sufren o se encuentran alejadas de la fe.

Además de estas cuatro encíclicas, Francisco ha publicado siete exhortaciones apostólicas que, por razones de espacio, no podemos presentar aquí. Nos limitamos a enumerarlas:

-Evangelii gaudium (La alegría del Evangelio). Publicada en noviembre de 2013, sobre la evangelización.

-Amoris laetitia (La alegría del amor). Marzo de 2016, sobre el amor en la familia.

-Gaudete et exsultate (Alegraos y regocijaos). Marzo de 2018, sobre la llamada a la santidad.

-Christus vivit (Vive Cristo). Marzo de 2019, sobre los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional.

-Querida Amazonia. Febrero de 2020, sobre sus sueños para la Amazonia.

-Laudate Deum (Alaben a Dios). Octubre de 2023, sobre la crisis climática, el cuidado de la naturaleza y la ecología integral.

-C’est la confiance (Es la confianza). Octubre de 2023, sobre la importancia de la confianza en Dios. Basada en las reflexiones de santa Teresa del Niño Jesús en el 150 aniversario de su nacimiento.

Todos estos textos, así como sus homilías, mensajes y discursos se pueden ver y descargar en la web del Vaticano: https://www.vatican.va/content/francesco/es.html

Descansa en paz, Hno. Carlitos

Fecha de nacimiento: 03/11/1944
Lugar de nacimiento: San Diego, JAL / México
Votos temporales: 07/10/1967
Votos perpetuos: 17/06/1977
Fecha de fallecimiento: 19/04/2025
Lugar de fallecimiento: Guadalajara / México

En la madrugada de este Sábado Santo, víspera de la gran fiesta de la Resurrección, el Señor llamó a nuestro querido hermano Carlos Cárdenas, al que todos llamábamos con cariño Carlitos. Llevaba ya unos años en el Oasis de Guadalajara, desde aquel fatídico accidente en Perú en el que se rompió la espina dorsal y quedó parapléjico. Hoy mismo estará con Jesús en el paraíso.

El Hno. Carlos Cárdenas García nació el 3 de noviembre de 1944 en San Diego, en la diócesis de Guadalajara. Hizo sus primeros votos el 7 de octubre de 1967 en Ciudad de México y los votos perpetuos el 17 de junio de 1977. Tras seis años en nuestro país fue destinado a Italia, a Pordenone, donde estuvo dos años. En 1976 le llegó el destino a su primera misión: Ecuador, donde trabajó en varios períodos (1976 a 1981; 1988 a 1997 y de 2004 a 2008). Alternó esos períodos con un servicio a su provincia de origen.

En 2016 fue destinado a Perú, donde trabajó por cinco años. En 2021 sufrió un grave accidente que le causó una fractura de la espina dorsal, quedando inválido de la cintura para abajo. Fue evacuado a México y desde entonces residía en el Oasis de Zapopan, Jalisco. En la madrugada del sábado Santo el Señor se lo quiso llevar con Él al Paraiso.

Descansa en paz, querido Carlitos, e intercede por nosotros desde el cielo.

Más adelante publicaremos su semblanza completa.

La angustia de una ausencia

Tres meditaciones para el sábado santo
JOSEPH RATZINGER

1. LA afirmación de la muerte de Dios resuena, cada vez con más fuerza, a lo largo de nuestra época. En primer lugar aparece en Jean Paul Sartre, como una simple pesadilla. Jesús muerto proclama desde el techo del mundo que en su marcha al más allá no ha encontrado nada: ningún cielo, ningún dios remunerador, sino sólo la nada infinita, el silencio de un vacío bostezante. Pero se trata simplemente de un sueño molesto, que alejamos suspirando al despertarnos, aunque la angustia sufrida sigue preocupándonos en el fondo del alma, sin deseos de retirarse. Cien años más tarde es Nietzsche quien, con seriedad mortal, anuncia con un estridente grito de espanto: «¡Dios ha muerto! ¡Sigue muerto! ¡Y nosotros lo hemos asesinado. Cincuenta años después se habla ya del asunto con una serenidad casi académica y se comienza a construir una «teología después de la muerte de Dios», que progresa y anima al hombre a ocupar el puesto abandonado por él.

El impresionante misterio del sábado santo, su abismo de silencio, ha adquirido, pues, en nuestra época un tremendo realismo. Porque esto es el sábado santo: el día del ocultamiento de Dios, el día de esa inmensa paradoja que expresamos en el credo con las palabras «descendió a los infiernos», descendió al misterio de la muerte. El viernes santo podíamos contemplar aún al traspasado; el sábado santo está vacío, la pesada piedra de la tumba oculta al muerto, todo ha terminado, la fe parece haberse revelado a última hora como un fanatismo. Ningún Dios ha salvado a este Jesús que se llamaba su hijo. Podemos estar tranquilos; los hombres sensatos, que al principio estaban un poco preocupados por lo que pudiese suceder, llevaban razón.

Sábado santo, día de la sepultura de Dios: ¿No es éste, de forma especialmente trágica, nuestro día? ¿No comienza a convertirse nuestro siglo en un gran sábado santo, en un día de la ausencia de Dios, en el que incluso a los discípulos se les produce un gélido vacío en el corazón y se disponen a volver a su casa avergonzados y angustiados, sumidos en la tristeza y la apatía por la falta de esperanza mientras marchan a Emaús, sin advertir que aquél a quien creen muerto se halla entre ellos?

Dios ha muerto y nosotros lo hemos asesinado. ¿Nos hemos dado realmente cuenta de que esta frase está tomada casi literalmente de la tradición cristiana, de que hemos rezado con frecuencia algo parecido en el vía-crucis, sin penetrar en la terrible seriedad y en la trágica realidad de lo que decíamos? Lo hemos asesinado cuando lo encerrábamos en el edificio de ideologías y costumbres anticuadas, cuando lo desterrábamos a una piedad irreal y a frases de devocionarios, convirtiéndolo en una pieza de museo arqueológico; lo hemos asesinado con la duplicidad de nuestra vida, que lo oscurece a él mismo; porque, ¿qué puede hacer más discutible en este mundo la idea de Dios que la fe y la caridad tan discutibles de sus creyentes?

La tiniebla divina de este día, de este siglo, que se convierte cada vez más en un sábado santo, habla a nuestras conciencias. Se refiere también a nosotros. Pero, a pesar de todo, tiene en sí algo consolador Porque la muerte de Dios en Jesucristo es, al mismo tiempo, expresión de su radical solidaridad con nosotros. El misterio más oscuro de la fe es, simultáneamente, la señal más brillante de una esperanza sin fronteras. Todavía más: a través del naufragio del viernes santo, a través del silencio mortal del sábado santo, pudieron comprender los discípulos quién era Jesús realmente y qué significaba verdaderamente su mensaje. Dios debió morir por ellos para poder vivir de verdad en ellos. La imagen que se habían formado de él, en la que intentaban introducirlo, debía ser destrozada para que a través de las ruinas de la casa deshecha pudiesen contemplar el cielo y verlo a él mismo, que sigue siendo la infinita grandeza. Necesitamos las tinieblas de Dios, necesitamos el silencio de Dios para experimentar de nuevo el abismo de su grandeza, el abismo de nuestra nada, que se abriría ante nosotros si él no existiese.

Hay en el evangelio una escena que prenuncia de forma admirable el silencio del sábado santo y que, al mismo tiempo, parece como un retrato de nuestro momento histórico. Cristo duerme en un bote, que está a punto de zozobrar asaltado por la tormenta. El profeta Elías había indicado en una ocasión a los sacerdotes de Baal, que clamaban inútilmente a su dios pidiendo un fuego que consumiese los sacrificios, que probablemente su dios estaba dormido y era conveniente gritar con más fuerza para despertarle. ¿Pero no duerme Dios en realidad? La voz del profeta ¿no se refiere, en definitiva, a los creyentes del Dios de Israel que navegan con él en un bote zozobrante? Dios duerme mientras sus cosas están a punto de hundirse: ¿no es ésta la experiencia de nuestra propia vida? ¿No se asemejan la Iglesia y la fe a un pequeño bote que naufraga y que lucha inútilmente contra el viento y las olas mientras Dios está ausente? Los discípulos, desesperados, sacuden al Señor y le gritan que despierte; pero él parece asombrarse y les reprocha su escasa fe. ¿No nos ocurre a nosotros lo mismo? Cuando pase la tormenta reconoceremos qué absurda era nuestra falta de fe.

Y, sin embargo, Señor, no podemos hacer otra cosa que sacudirte a ti, el Dios silencioso y durmiente y gritarte: ¡despierta! ¿no ves que nos hundimos? Despierta, haz que las tinieblas del sábado santo no sean eternas, envía un rayo de tu luz pascual a nuestros días, ven con nosotros cuando marchamos desesperanzados hacia Emaús, que nuestro corazón arda con tu cercanía. Tú que ocultamente preparaste los caminos de Israel para hacerte al fin un hombre como nosotros, no nos abandones en la oscuridad, no dejes que tu palabra se diluya en medio de la charlatanería de nuestra época. Señor, ayúdanos, porque sin ti pereceríamos.

2. IMPOTENCIA: El ocultamiento de Dios en este mundo es el auténtico misterio del sábado santo, expresado en las enigmáticas palabras: Jesús «descendió a los infiernos». La experiencia de nuestra época nos ayuda a profundizar en el sábado santo, ya que el ocultamiento de Dios en su propio mundo —que debería alabarlo con millares de voces—, la impotencia de Dios, a pesar de que es el todopoderoso, constituye la experiencia y la preocupación de nuestro tiempo.

Pero, aunque el sábado santo expresa íntimamente nuestra situación, aunque comprendamos mejor al Dios del sábado santo que al de las poderosas manifestaciones en medio de tormentas y tempestades, como las narradas por el Antiguo Testamento, seguimos preguntándonos qué significa en realidad esa fórmula enigmática: Jesús «descendió a los infiernos». Seamos sinceros: nadie puede explicar verdaderamente esta frase, ni siquiera los que dicen que la palabra infierno es una falsa traducción del término hebreo sheol, que significa simplemente el reino de los muertos; según éstos, el sentido originario de la fórmula sólo expresaría que Jesús descendió a las profundidades de la muerte, que murió en realidad y participó en el abismo de nuestro destino. Pero surge la pregunta: ¿qué es la muerte en realidad y qué sucede cuando uno desciende a las profundidades de la muerte? Tengamos en cuenta que la muerte no es la misma desde que Jesús descendió a ella, la penetró y asumió; igual que la vida, el ser humano no es el mismo desde que la naturaleza humana se puso en contacto con el ser de Dios a través de Cristo. Antes, la muerte era solamente muerte, separación del mundo de los vivos y —aunque con distinta intensidad— algo parecido al «infierno», a la zona nocturna de la existencia, a la oscuridad impenetrable. Pero ahora la muerte es también vida, y cuando atravesamos la fría soledad de las puertas de la muerte encontramos a aquél que es la vida, al que quiso acompañarnos en nuestras últimas soledades y participó de nuestro abandono en la soledad mortal del huerto y de la cruz, clamando: «¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?»

Cuando un niño ha de ir en una noche oscura a través de un bosque, siente miedo, aunque le demuestren cien veces que no hay en él nada peligroso. No teme por nada determinado a lo que pueda referirse, sino que experimenta oscuramente el riesgo, la dificultad, el aspecto trágico de la existencia. Sólo una voz humana podría consolarle, sólo la mano de un hombre cariñoso podría alejar esa angustia que le asalta como una pesadilla. Existe un miedo —el miedo auténtico, que radica en lo más íntimo de nuestra soledad— que no puede ser superado por el entendimiento, sino exclusivamente por la presencia de un amante, porque dicho miedo no se refiere a nada concreto, sino que es la tragedia de nuestra soledad última. ¿Quién no ha experimentado alguna vez el temor de sentirse abandonado? ¿Quién no ha experimentado en algún momento el milagro consolador que supone una palabra cariñosa en dicha circunstancia? Pero cuando nos sumergimos en una soledad en la que resulta imposible escuchar una palabra de cariño estamos en contacto con el infierno. Y sabemos que no pocos hombres de nuestro mundo, aparentemente tan optimista, opinan que todo contacto humano se queda en lo superficial, que ningún hombre puede tener acceso a la intimidad del otro y que, en consecuencia, el sustrato último de nuestra existencia lo constituye la desesperación, el infierno.

Jean Paul Sartre lo ha expresado literariamente en uno de sus dramas, proponiendo, simultáneamente, el núcleo de su teoría sobre el hombre. Y de hecho, una cosa es cierta: existe una noche en cuyo tenebroso abandono no resuena ninguna voz consoladora; hay una puerta que debemos cruzar completamente solos: la puerta de la muerte. Todo el miedo de este mundo es, en definitiva, el miedo a esta soledad. Por eso en el Antiguo Testamento una misma palabra designaba el reino de la muerte y el infierno: sheol. Porque la muerte es la soledad absoluta. Pero aquella soledad que no puede iluminar el amor, tan profunda que el amor no tiene acceso a ella, es el infierno.

«Descendió a los infiernos»: esta confesión del sábado santo significa que Cristo cruzó la puerta de la soledad, que descendió al abismo inalcanzable e insuperable de nuestro abandono. Significa también que, en la última noche, en la que no se escucha ninguna palabra, en la que todos nosotros somos como niños que lloran, resuena una palabra que nos llama, se nos tiende una mano que nos coge y guía. La soledad insuperable del hombre ha sido superada desde que él se encuentra en ella. El infierno ha sido superado desde que el amor se introdujo en las regiones de la muerte, habitando en la tierra de nadie de la soledad. En definitiva, el hombre no vive de pan, sino que en lo más profundo de sí mismo vive de la capacidad de amar y de ser amado. Desde que el amor está presente en el ámbito de la muerte, existe la vida en medio de la muerte. «A tus fieles, Señor, no se les quita la vida, se les cambia», reza la Iglesia en la misa de difuntos.

Nadie puede decir lo que significa en el fondo la frase: «descendió a los infiernos». Pero cuando nos llegue la hora de nuestra última soledad captaremos algo del gran resplandor de este oscuro misterio. Con la certeza esperanzadora de que en aquel instante de profundo abandono no estaremos solos, podemos imaginar ya algo de lo que esto significa. Y mientras protestamos contra las tinieblas de la muerte de Dios comenzamos a agradecer esa luz que, desde las tinieblas, viene hacia nosotros.

3. En la oración de la Iglesia, la liturgia de los tres días santos ha sido estudiada con gran cuidado; la Iglesia quiere introducirnos con su oración en la realidad de la pasión del señor y conducirnos a través de las palabras al centro espiritual del acontecimiento. 

Cuando intentamos sintetizar las oraciones litúrgicas del sábado santo nos impresiona, ante todo, la profunda paz que respiran. Cristo se ha ocultado, pero a través de estas tinieblas impenetrables se ha convertido también en nuestra salvación; ahora se realizan las escuetas palabras del salmista: «aunque bajase hasta los infiernos, allí estás tú». En esta liturgia ocurre que, cuanto más avanza, comienzan a lucir en ella, como en la alborada, las primeras luces de la mañana de pascua. Si el viernes santo nos ponía ante los ojos la imagen desfigurada del traspasado, la liturgia del sábado santo nos recuerda, más bien, a los crucifijos de la antigua Iglesia: la cruz rodeada de rayos luminosos, que es una señal tanto de la muerte como de la resurrección.

De este modo, el sábado santo puede mostrarnos un aspecto de la piedad cristiana que, al correr de los siglos, quizá haya ido perdiendo fuerza. Cuando oramos mirando al crucifijo, vemos en él la mayoría de las veces una referencia a la pasión histórica del Señor sobre el Gólgota. Pero el origen de la devoción a la cruz es distinto: los cristianos oraban vueltos hacia oriente, indicando su esperanza de que Cristo, sol verdadero, aparecería sobre la historia; es decir, expresando su fe en la vuelta del Señor. La cruz está estrechamente ligada, al principio, con esta orientación de la oración, representa la insignia que será entregada al rey cuando llegue; en el crucifijo alcanza su punto culminante la oración. Así, pues, para la cristiandad primitiva la cruz era, ante todo, signo de esperanza, no tanto vuelta al pasado cuanto proyección hacia el Señor que viene. Con la evolución posterior se hizo bastante necesario volver la mirada, cada vez con más fuerza, hacia el hecho: ante todas las volatilizaciones de lo espiritual, ante el camino extraño de la encarnación de Dios, había que defender la prodigalidad impresionante de su amor, que por el bien de unas pobres criaturas se había hecho hombre, y qué hombre. Había que defender la santa locura del amor de Dios, que no pronunció una palabra poderosa, sino que eligió el camino de la debilidad, a fin de confundir nuestros sueños de grandeza y aniquilarlos desde dentro.

¿Pero no hemos olvidado quizás demasiado la relación entre cruz y esperanza, la unidad entre la orientación de la cruz y el oriente, entre el pasado y el futuro? El espíritu de esperanza que respiran las oraciones del sábado santo deberían penetrar de nuevo todo nuestro cristianismo. El cristianismo no es una pura religión del pasado, sino también del futuro; su fe es, al mismo tiempo, esperanza, porque Cristo no es solamente el muerto y resucitado, sino también el que ha de venir.

Señor, haz que este misterio de esperanza brille en nuestros corazones, haznos conocer la luz que brota de tu cruz, haz que como cristianos marchemos hacia el futuro, al encuentro del día en que aparezcas.

Oración

Señor Jesucristo, has hecho brillar tu luz en las tinieblas de la muerte, la fuerza protectora de tu amor habita en el abismo de la más profunda soledad; en medio de tu ocultamiento podemos cantar el aleluya de los redimidos.

Concédenos la humilde sencillez de la fe que no se desconcierta cuando tú nos llamas a la hora de las tinieblas y del abandono, cuando todo parece inconsistente. En esta época en que tus cosas parecen estar librando una batalla mortal, concédenos luz suficiente para no perderte; luz suficiente para poder iluminar a los otros que también lo necesitan.

Haz que el misterio de tu alegría pascual resplandezca en nuestros días como el alba, haz que seamos realmente hombres pascuales en medio del sábado santo de la historia.

Haz que a través de los días luminosos y oscuros de nuestro tiempo nos pongamos alegremente en camino hacia tu gloria futura.

Amén.

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