«La vida es ahora…»: el lema del Curso Comboni para Ancianos (CCA) expresa bien el sentido de la iniciativa, que quiere ayudar a los participantes a no mirar con nostalgia al pasado, sino a valorar el tiempo presente como kairos, como oportunidad de gracia y de crecimiento humano y espiritual.
Llegado a su quinta edición y pensado para los hermanos que han cumplido 70 años o más, el curso cuenta con la participación de 12 misioneros procedentes de varios países: España, Portugal, Sudáfrica, Alemania, Perú e Italia. Algunos de nosotros ya nos conocemos; para otros, el curso es una oportunidad para encontrarnos, conocernos mejor y fortalecer los lazos de fraternidad. Comenzó el 7 de octubre y finalizará el 7 de diciembre.
Las motivaciones que han llevado a cada uno a participar son diferentes, pero, como se ha puesto de manifiesto desde el primer día de convivencia, se pueden resumir en el deseo de vivir un tiempo de descanso, también físico, de desconectar un poco de la rutina diaria y de dedicar más espacio a la oración, la reflexión y el estudio.
El objetivo del curso, tal y como se explica en el folleto elaborado por los dos coordinadores, el padre Alberto Silva y el padre Sylvester Hategk’Imana, es ayudar a cada uno a vivir con serenidad y fecundidad la etapa de la vejez; a crecer en la relación con el Señor; madurar una libertad interior que nos haga menos dependientes del papel, el poder y el activismo; y profundizar la relación personal con San Daniel Comboni, nuestro fundador.
Entre los medios propuestos para alcanzar estos objetivos se encuentran la oración personal, a la que dedicar más tiempo; la liturgia comunitaria, que hay que vivir con mayor calma y participación; la presentación de algunos temas relacionados con la dimensión física, psicológica, espiritual y misionera de la vejez; los ejercicios espirituales de seis días; y una peregrinación a Limone sul Garda y Verona.
En la relación introductoria, el padre Giulio Albanese nos ayudó a situar esta experiencia en el contexto más amplio de la formación permanente, ofreciendo una lectura lúcida de la compleja realidad mundial desde el punto de vista político y económico-financiero. También se refirió a la situación eclesial de Roma, con sus numerosos retos, recordando que solo el 6-7 % de los católicos de la diócesis son practicantes.
Los tres primeros días de la segunda semana fueron guiados por el padre David Glenday, quien nos invitó a redescubrir el don de nuestro fundador, san Daniel Comboni. Con sencillez y profundidad, nos planteó algunas preguntas fundamentales para ayudarnos a vivir un encuentro más personal con él. Cada día, las reflexiones del padre Glenday fueron seguidas de momentos de intercambio en los que cada uno contó cómo el ejemplo y el mensaje de Comboni han marcado y siguen inspirando su camino misionero.
En las próximas semanas, y en particular durante los días de retiro espiritual, tendremos la oportunidad de volver sobre este tema, para crecer en nuestra relación con san Daniel Comboni.
Publicamos a continuación el Mensaje del Santo Padre Francisco para la 99.a Jornada Mundial de las Misiones que se celebra, este año, el domingo 19 de octubre de 2025, sobre el tema “Misioneros de esperanza entre los pueblos”. También compartimos el himno del DOMUND 2025 de las OMPE.
Misioneros de esperanza entre los pueblos
Queridos hermanos y hermanas:
Para la Jornada Mundial de las Misiones del Año jubilar 2025, cuyo mensaje central es la esperanza (cf. Bula Spes non confundit, 1), he elegido este lema: “Misioneros de esperanza entre los pueblos”, que recuerda a cada cristiano y a la Iglesia, comunidad de bautizados, la vocación fundamental a ser mensajeros y constructores de la esperanza, siguiendo las huellas de Cristo. Les deseo a todos que vivan un tiempo de gracia con el Dios fiel que nos ha regenerado en Cristo resucitado «para una esperanza viva» (cf. 1 P 1,3-4); a la vez que quisiera recordarles algunos aspectos relevantes de la identidad misionera cristiana, a fin de que podamos dejarnos guiar por el Espíritu de Dios y arder de santo celo para iniciar una nueva etapa evangelizadora de la Iglesia, enviada a reavivar la esperanza en un mundo abrumado por densas sombras (cf. Carta enc. Fratelli tutti, 9-55).
1. Tras las huellas de Cristo nuestra esperanza
Celebrando el primer Jubileo ordinario del Tercer milenio, después del Jubileo del año dos mil, mantengamos la mirada orientada hacia Cristo, el centro de la historia, que «es el mismo ayer y hoy, y lo será para siempre» (Hb 13,8). Él, en la sinagoga de Nazaret, declaró el cumplimiento de la Escritura en el “hoy” de su presencia histórica. De ese modo, se reveló como el enviado del Padre con la unción del Espíritu Santo para llevar la Buena Noticia del Reino de Dios e inaugurar «un año de gracia del Señor» para toda la humanidad (cf. Lc 4,16-21).
En este místico “hoy”, que perdura hasta el fin del mundo, Cristo es el cumplimiento de la salvación para todos, particularmente para aquellos cuya esperanza es Dios. Él, en su vida terrena, «pasó haciendo el bien y curando a todos» del mal y del Maligno (cf. Hch 10,38), devolviendo la esperanza en Dios a los necesitados y al pueblo. Además, experimentó todas las fragilidades humanas, excepto la del pecado, pasando también momentos críticos, que podían conducir a la desesperación, como en la agonía del Getsemaní y en la cruz. Pero Jesús encomendaba todo a Dios Padre, obedeciendo con plena confianza a su plan salvífico para la humanidad, plan de paz para un futuro lleno de esperanza (cf. Jr 29,11). De esa manera, se convirtió en el divino Misionero de la esperanza, modelo supremo de todos aquellos que, a lo largo de los siglos, llevan adelante la misión recibida de Dios, incluso en las pruebas extremas.
El Señor Jesús continúa su ministerio de esperanza para la humanidad por medio de sus discípulos, enviados a todos los pueblos y acompañados místicamente por Él; también hoy sigue inclinándose ante cada persona pobre, afligida, desesperada y oprimida por el mal, para derramar sobre sus heridas «el aceite del consuelo y el vino de la esperanza» (Prefacio “Jesús, buen samaritano”). Obediente a su Señor y Maestro, y con su mismo espíritu de servicio, la Iglesia, comunidad de los discípulos-misioneros de Cristo, prolonga esa misión ofreciendo la vida por todos en medio de las gentes. La Iglesia, aun teniendo que afrontar, por un lado, persecuciones, tribulaciones y dificultades, y, por otro lado, sus propias imperfecciones y caídas, a causa de las fragilidades de sus miembros, está impulsada constantemente por el amor de Cristo a avanzar unida a Él en este camino misionero y a acoger, como Él y con Él, el clamor de la humanidad; más aún, el gemido de toda criatura, en espera de la redención definitiva. Esta es la Iglesia que el Señor llama desde siempre y para siempre a seguir sus huellas; «no una Iglesia estática, [sino] una Iglesia misionera, que camina con el Señor por las vías del mundo» (Homilía en la Santa Misa al finalizar la Asamblea general ordinaria del Sínodo de los Obispos, 27 octubre 2024).
Por eso, también nosotros sintámonos inspirados a ponernos en camino tras las huellas del Señor Jesús para ser, con Él y en Él, signos y mensajeros de esperanza para todos, en cada lugar y circunstancia que Dios nos concede vivir. ¡Que todos los bautizados, discípulos-misioneros de Cristo, hagan resplandecer la propia esperanza en cada rincón de la tierra!
2. Los cristianos, portadores y constructores de esperanza entre los pueblos
Siguiendo a Cristo el Señor, los cristianos están llamados a transmitir la Buena Noticia compartiendo las condiciones de vida concretas de las personas que encuentran, siendo así portadores y constructores de esperanza. Porque, en efecto, «los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón» (Gaudium et spes,1).
Esta célebre afirmación del Concilio Vaticano II, que expresa el sentir y el estilo de las comunidades cristianas de todos los tiempos, sigue inspirando a sus miembros y los ayuda a caminar con sus hermanos y hermanas en el mundo. Pienso particularmente en ustedes, misioneros y misioneras ad gentes, que, siguiendo la llamada divina, han ido a otras naciones para dar a conocer el amor de Dios en Cristo. ¡Gracias de corazón! Sus vidas son una respuesta concreta al mandato de Cristo resucitado, que ha enviado a sus discípulos a evangelizar a todos los pueblos (cf. Mt 28,18-20). De ese modo, ustedes señalan la vocación universal de los bautizados a ser, con la fuerza del Espíritu Santo y el compromiso cotidiano, entre los pueblos, misioneros de esa inmensa esperanza que nos concede Jesús, el Señor.
El horizonte de esta esperanza va más allá de las realidades mundanas pasajeras y se abre a las divinas, que ya pregustamos en el presente. En efecto, como recordaba san Pablo VI, la salvación en Cristo, que la Iglesia ofrece a todos como don de la misericordia de Dios, no es sólo «inmanente, a medida de las necesidades materiales o incluso espirituales que […] se identifican totalmente con los deseos, las esperanzas, los asuntos y las luchas temporales, sino una salvación que desborda todos estos límites para realizarse en una comunión con el único Absoluto Dios, salvación trascendente, escatológica, que comienza ciertamente en esta vida, pero que tiene su cumplimiento en la eternidad» (Exhort. ap. Evangelii nuntiandi, 27).
Animadas por una esperanza tan grande, las comunidades cristianas pueden ser signos de una nueva humanidad en un mundo que, en las zonas más “desarrolladas”, muestra síntomas graves de crisis de lo humano: un sentimiento generalizado de desorientación, soledad y abandono de los ancianos; dificultad para estar disponibles a ayudar a quienes nos rodean. En las naciones más avanzadas tecnológicamente, está decayendo la proximidad; estamos todos interconectados, pero no estamos en relación. La eficiencia y el apego a las cosas y a las ambiciones hacen que estemos centrados en nosotros mismos y seamos incapaces de altruismo. El Evangelio, vivido en la comunidad, puede restituirnos una humanidad íntegra, sana, redimida.
Por lo tanto, renuevo la invitación a realizar las obras indicadas en la Bula de convocación del Jubileo (nn. 7-15), con particular atención a los más pobres y débiles, a los enfermos, a los ancianos, a los excluidos de la sociedad materialista y consumista. Y a hacerlo con el estilo de Dios: con cercanía, compasión y ternura, cuidando la relación personal con los hermanos y las hermanas en su situación concreta (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 127-128). Muchas veces, serán ellos quienes nos enseñarán a vivir con esperanza. Y a través del contacto personal podremos transmitir el amor del Corazón compasivo del Señor. Experimentaremos que «el Corazón de Cristo […] es el núcleo viviente del primer anuncio» (Carta enc. Dilexit nos, 32). Bebiendo de esta fuente, la esperanza recibida de Dios se puede ofrecer con sencillez (cf. 1 P 1,21), llevando a los demás el mismo consuelo con el que nosotros hemos sido consolados por Dios (cf. 2 Co 1,3-4). En el Corazón humano y divino de Jesús, Dios quiere hablar al corazón de cada persona, atrayendo a todos con su amor. «Nosotros hemos sido enviados para continuar esta misión: ser signo del Corazón de Cristo y del amor del Padre, abrazando al mundo entero» (Discurso a los participantes en la Asamblea General de las Obras Misionales Pontificias, 3 junio 2023).
3. Renovar la misión de la esperanza
Hoy, ante la urgencia de la misión de la esperanza, los discípulos de Cristo están llamados en primer lugar a formarse, para ser “artesanos” de esperanza y restauradores de una humanidad con frecuencia distraída e infeliz.
Para ello, es necesario renovar en nosotros la espiritualidad pascual, que vivimos en cada celebración eucarística y sobre todo en el Triduo Pascual, centro y culmen del año litúrgico. Hemos sido bautizados en la muerte y resurrección redentora de Cristo, en la Pascua del Señor, que marca la eterna primavera de la historia. Somos entonces “gente de primavera”, con una mirada siempre llena de esperanza para compartir con todos, porque en Cristo «creemos y sabemos que la muerte y el odio no son las últimas palabras» sobre la existencia humana (cf. Catequesis, 23 agosto 2017). Por eso, de los misterios pascuales, que se actualizan en las celebraciones litúrgicas y en los sacramentos, recibimos continuamente la fuerza del Espíritu Santo con el celo, la determinación y la paciencia para trabajar en el vasto campo de la evangelización del mundo. «Cristo resucitado y glorioso es la fuente profunda de nuestra esperanza, y no nos faltará su ayuda para cumplir la misión que nos encomienda» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 275). En Él vivimos y testimoniamos esa santa esperanza que es “un don y una tarea para cada cristiano” (cf. La speranza è una luce nella notte, Ciudad del Vaticano 2024, 7).
Los misioneros de esperanza son hombres y mujeres de oración, porque “la persona que espera es una persona que reza”, como decía el venerable cardenal Van Thuan, que mantuvo viva la esperanza en la larga tribulación de la cárcel gracias a la fuerza que recibía de la oración perseverante y de la Eucaristía (cf. F.X. Nguyen Van Thuan, Il cammino della speranza, Roma 2001, n. 963). No olvidemos que rezar es la primera acción misionera y, al mismo tiempo, «la primera fuerza de la esperanza» (Catequesis, 20 mayo 2020).
Por eso, renovemos la misión de la esperanza empezando por la oración, sobre todo la que se hace con la Palabra de Dios y particularmente con los Salmos, que son una gran sinfonía de oración cuyo compositor es el Espíritu Santo (cf. Catequesis, 19 junio 2024). Los Salmos nos educan para esperar en las adversidades, para discernir los signos de esperanza y tener el constante deseo “misionero” de que Dios sea alabado por todos los pueblos (cf. Sal 41,12; 67,4). Rezando mantenemos encendida la llama de la esperanza que Dios encendió en nosotros, para que se convierta en una gran hoguera, que ilumine y dé calor a todos los que están alrededor, también con acciones y gestos concretos inspirados por esa misma oración.
Finalmente, la evangelización es siempre un proceso comunitario, como el carácter de la esperanza cristiana (cf. Benedicto XVI, Carta enc. Spe salvi, 14). Dicho proceso no termina con el primer anuncio y el bautismo, sino que continúa con la construcción de las comunidades cristianas a través del acompañamiento de cada bautizado por el camino del Evangelio. En la sociedad moderna, la pertenencia a la Iglesia no es nunca una realidad adquirida de una vez por todas. Por eso, la acción misionera de transmitir y formar una fe madura en Cristo es «el paradigma de toda obra de la Iglesia» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 15), una obra que requiere comunión de oración y de acción. Sigo insistiendo sobre esta sinodalidad misionera de la Iglesia, como también sobre el servicio de las Obras Misionales Pontificias en promover la responsabilidad misionera de los bautizados y sostener a las nuevas Iglesias particulares. Y los exhorto a todos ustedes —niños, jóvenes, adultos, ancianos—, a participar activamente en la común misión evangelizadora con el testimonio de sus vidas y con la oración, con sus sacrificios y su generosidad. Por esto, ¡gracias de corazón!
Queridas hermanas y queridos hermanos, acudamos a María, Madre de Jesucristo, nuestra esperanza. A Ella le confiamos este deseo para el Jubileo y para los años futuros: «Que la luz de la esperanza cristiana pueda llegar a todas las personas, como mensaje del amor de Dios que se dirige a todos. Y que la Iglesia sea testigo fiel de este anuncio en todas partes del mundo» (Bula Spes non confundit, 6).
Roma, San Juan de Letrán, 25 de enero de 2025, fiesta de la Conversión del apóstol san Pablo.
El pasado 10 de octubre, con motivo de la solemnidad de San Daniel Comboni, se celebró en Maia, al norte de Portugal, la inauguración oficial del año formativo de una pequeña comunidad internacional de escolásticos combonianos. El momento central del evento fue la celebración eucarística, presidida por el padre Fernando Domingues, superior provincial, en la que participaron las comunidades de Maia y Famalicão, junto con algunos amigos y vecinos.
El grupo de jóvenes estudiantes para el año 2025-2026 estará compuesto por cinco escolásticos: Américo Antonio Mutepa y Domingos Francisco Caetano, ambos originarios de Mozambique; Beninga Yassika Cedrique Belfort, de la República Centroafricana; Kwesiga Stephen, de Uganda; y Phiri Charles, de Zambia. El formador que los acompañará más de cerca será el padre Natal Antonio Manganhe, originario de Mozambique. Los escolásticos Kwesiga Stephen y Phiri Charles aún están esperando el visado de entrada al país.
Los jóvenes cursarán estudios de Teología en la Universidad Católica de Oporto. Tres de ellos, antes de comenzar los cursos, dedicarán un tiempo al aprendizaje del portugués.
El grupo de escolásticos formará parte integrante de la comunidad comboniana local de Maia, compuesta por otros seis hermanos, todos ellos con muchos años de experiencia en tierras de misión.
Los escolásticos ya han comenzado a participar en algunas iniciativas de animación misionera en las comunidades cristianas locales, recibiendo gran estima y afecto por parte de todos. También participan en actividades de apoyo nocturno a las personas sin hogar en los alrededores de la ciudad de Oporto.
Este sábado, 11 de octubre, el comboniano José Manuel Hernández Cruz fue ordenado sacerdote en la parroquia de Santa María Reina del Rosario de Coatzacoalcos, Veracruz, por la imposición de manos de Mons. Rutilo Muñoz Zamora, obispo de Coatzacoalcos. El domingo 12 celebrará su primera misa en la parroquia San Rafael Guízar y Valencia de la misma ciudad.
José Manuel Hernández Cruz, originario de la colonia Teresa Morales en Coatzacoalcos, Veracruz, nació en una familia católica. Hijo de Víctor Hernández León y Aurora Cruz Ventura (ya fallecida), comenzó como monaguillo en la capilla Sagrada Familia y colaboró activamente en su parroquia de origen. En 2007 ingresó al seminario menor de la Diócesis de Coatzacoalcos y en 2010 pasó al Seminario Mayor.
Tras un discernimiento espiritual, comenzó su proceso vocacional con los Misioneros Combonianos en 2015. En 2016 ingresó en el postulantado comboniano de San Francisco del Rincón, Guanajuato, donde vivió dos años de formación y concluyó sus estudios teológicos. En 2018 inició el noviciado en Xochimilco y el 9 de mayo de 2020 hizo su primera profesión religiosa. Fue destinado al escolasticado en Casavatore, Italia, donde obtuvo la Licencia en Teología Bíblica. A finales de 2023 regresó a México y en enero de 2024 comenzó su servicio misionero en Monterrey, donde fue ordenado diácono el 8 de febrero del mismo año.
Durante la homilía de ordenación sacerdotal, Mons. Rutilo afirmó que las lecturas escogidas para la ceremonia son las palabras más hermosas que Dios le puede decir a un ser humano: “Antes que yo te formara en el seno materno, te conocí, y antes que nacieras, te consagré profeta para las naciones” (Jr 1,5). Sobre el evangelio, el Obispo invitó a José Manuel a permanecer siempre al lado de Jesús: “Escogió a doce para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar” (Mc 3,14).
El P. José Manuel, que tuvo un recuerdo muy especial para su mamá, que ya goza en la presencia del Señor, celebrará su primera misa al domingo 12 en la parroquia san Rafael Guízar y Valencia, también de Coatzacoalcos.
El Comboni College of Science and Technology (CCST) está desarrollando una plataforma web para la enseñanza de la lengua de signos en árabe sudanés, con el objetivo de facilitar la comunicación con personas sordas o con problemas de audición. El sitio web está diseñado para enseñar la lengua a través de recursos multimedia y está dirigido a usuarios sudaneses de habla árabe que desean aprenderla por motivos personales, profesionales o educativos.
P. Jorge Naranjo Alcaide, mccj
El objetivo principal es promover la inclusión, la comunicación y la sensibilización en Sudán, en particular entre los profesores, las familias y las organizaciones que apoyan a las comunidades de personas sordas o con discapacidad auditiva.
El sitio web también facilitará el acceso a traductores acreditados por la Unión Nacional de Personas Sordas de Sudán, de modo que las instituciones puedan incluir fácilmente a las personas con problemas auditivos en sus actividades. La grabación de las videolecciones comenzó el 30 de septiembre con un traductor acreditado proporcionado por la Unión Nacional de Personas Sordas de Sudán.
El desarrollo de la plataforma digital está a cargo de un profesor del Departamento de Informática del Colegio, en colaboración con tres recién graduados de los cursos de licenciatura en Informática y Tecnologías de la Información. El proyecto forma parte de una iniciativa más amplia, dirigida por la Asociación Italiana para la Solidaridad entre los Pueblos (AISPO) y financiada por la Agencia Italiana para la Cooperación al Desarrollo – Oficina de Addis Abeba, que tiene como objetivo promover la integración de las personas con diferentes tipos de discapacidad.
En el mismo ámbito, el departamento de inglés colabora con AISPO para traducir del árabe al inglés 1200 planes de negocio presentados por personas con discapacidad en el Estado del Mar Rojo.
Los superiores de las circunscripciones combonianas, reunidos en Asamblea Intercapitular en Roma, al conocer estos cuatro días (22-25 de septiembre) de oración pública continua por la paz, en particular en Gaza y en toda Tierra Santa, han decidido adherirse a la iniciativa, promovida por varios institutos misioneros con la diócesis de Roma y con la Conferencia Episcopal Italiana (CEI), participando en la misa de apertura, el pasado lunes 22 de septiembre por la noche, en la iglesia de San Giuseppe dei Falegnami al Foro Romano. La misa fue presidida por el comboniano padre Giulio Albanese.
«No dejemos de orar y oremos con confianza». La exhortación, expresada recientemente por el papa León XIV, junto con la certeza de que «mucho vale la oración del justo hecha con insistencia», como escribe el Apóstol Santiago, y las enseñanzas de don Tonino Bello sobre el ser contemplativos, son la base de los cuatro días de oración ininterrumpida por Gaza y Tierra Santa en la iglesia de San Giuseppe dei Falegnami.
Mientras continúa el asedio en esa franja de tierra que da al Mediterráneo, varios institutos misioneros masculinos y femeninos, organismos eclesiales, como la Fundación Missio, y el Vicariato de Roma han promovido la iniciativa a través del Centro Misionero Diocesano, con sede en la iglesia del Foro Romano. En la noche del 22 de septiembre, la celebración eucarística presidida por el padre Giulio Albanese, director de la oficina para la cooperación misionera entre las Iglesias del Vicariato y rector de San Giuseppe dei Falegnami, dio inicio a la oración que continuará hasta el jueves 25. La adoración al Santísimo Sacramento será animada por varios grupos.
A los pies del altar, las banderas de Palestina, Sudán, la República Democrática del Congo y Colombia. Una pequeña representación de los muchos países en guerra. «Tenemos ante nosotros a tanta humanidad sufriendo, inmolada en el altar del egoísmo humano», dijo el padre Giulio. Ante la «matanza» que está teniendo lugar en Gaza, el sacerdote comboniano recordó la responsabilidad cristiana de no permanecer como espectadores pasivos e invitó a redescubrir la oración como fuerza generadora de paz.
«El dolor es un gran misterio», afirmó. Si confiamos en Dios, debemos creer que todo coopera para el bien de quienes lo aman. Por eso la oración se vuelve indispensable, fundamental». En el mundo se libran 56 conflictos y el padre Giulio reflexionó que lo que está sucediendo es «humanamente inaceptable. No hay justificaciones. Tenemos ante nosotros una crónica que clama venganza ante Dios. Es evidente que es necesario creer en la paz».
Constatando que hoy en día hay «una gran frustración y un profundo sentimiento de decepción e impotencia», Albanese señaló que la tarea del cristiano es ser «testigo del Dios vivo. Porque nunca como hoy es necesario ir más allá del muro de silencio que nos hace parte de un sistema hipócrita». La oración ininterrumpida en San Giuseppe dei Falegnami tiene precisamente este objetivo, porque no se puede vivir «un cristianismo desencarnado con respecto al fluir de la historia. Se nos pide que salgamos. Hay una necesidad apremiante de signos, de gestos proféticos. No olvidemos que estamos llamados a ser signo de contradicción».
La huelga de transportes y la lluvia no desanimaron a los fieles y a los representantes de las realidades misioneras de la diócesis, que abarrotaron la pequeña iglesia construida sobre la prisión Mamertina donde, según la tradición, fueron encarcelados los apóstoles Pedro y Pablo. Desde aquí se elevarán oraciones por la paz de los pueblos abatidos por tantas guerras olvidadas. Como la de Sudán, «la mayor crisis humanitaria del mundo», con 25 millones de personas sin asistencia alimentaria, 14 millones de desplazados y 7 millones de niños que no van a la escuela desde hace tres años. Así lo recordó el padre Diego Dalle Carbonare, superior de los misioneros combonianos en Egipto y Sudán. La de Sudán, subrayó, «es la metástasis del conflicto en Darfur que se prolonga desde 2004 y al que siempre hemos sido indiferentes a nivel mundial. Es grave que para África, y para muchos otros países, se diga no a la cooperación, al desarrollo, a la sanidad y a la educación, mientras que sí hay dinero para las armas. Rezar por la paz significa rezar por un mundo que está tomando un camino equivocado».