Cuidando la creación

Texto y fotos: Hna. Eulalia Capdevila, mc
Desde Madrid, España

Me llamo Eulalia y soy natural de Barcelona. De mi infancia recuerdo las horas pasadas junto a mis hermanos y primos entre frutales y huertas. Éramos agricultores y mi amor al campo, a las plantas y a los árboles creció de forma natural. La situación de nuestra familia hizo que, desde muy pequeños, trabajásemos la tierra y en el mercado para contribuir a la economia familiar.

Mi madre era catequista y mi padre había sido misionero laico en África y nos contaba muchas historias de cuando él estuvo en Camerún. Fui creciendo en este ambiente en el que las narraciones sobre África y las de Jesús se entrelazaban de manera armoniosa.

En mis años de adolescente, los telediarios mostraron la terrible hambruna que sufrieron Etiopía y, más tarde, otros países africanos. Me preguntaba cómo podía morir la gente mientras nosotros teníamos donde cultivar y obtener alimento. Tuve por primera vez el sentimiento de que el mundo era injusto y de que tenía que hacer algo. Más tarde entré en la Escuela de Ingeniería Agrícola pensando en ser útil un día en algún lugar de África, pero la verdad es que todavía no sabía por donde tirar.

En 1997, junto con jóvenes de mi parroquia, participé en la Jornada Mundial de la Juventud en París. Éramos más de un millón de jóvenes y nunca olvidaré la noche en la que Juan Pablo II nos dio una catequesis sobre Juan 1,38: “Maestro, ¿dónde vives? Ven y verás”. Aquella noche comprendí que si no confiaba en la palabra de Jesús no llegaría a ningún lugar. Había que lanzarse.

Conocí a las Misioneras Combonianas a través de un Laico Misionero Comboniano y a través de los mismos Misioneros Combonianos. En mis primeros años de formación puse cimientos sólidos a mi deseo de donación a los demás, sobre todo a los más desfavorecidos, sin olvidar que el seguimiento de Jesús es un camino continuo de crecimiento humano y espiritual.

Mi primera experiencia misionera en Zambia me moldeó de tal manera que fui “bendecida”. Mis palabras se han quedado siempre cortas frente a la generosidad, la acogida y la humanidad que experimenté en este país. Allí viví mi vocación misionera durante 12 años.

Un momento importante de ese período fue cuando comenzamos la sensibilización de la población local sobre el cuidado de la creación, porque la quema de árboles para la producción de carbón vegetal estaba convirtiendo nuestra zona en un desierto. La iniciativa empezó de manera muy humilde, pero con el apoyo del jefe tradicional local, hoy existe un centro llamado Mother Earth (Madre Tierra), que sigue sensibilizando sobre la necesidad de cuidar y gestionar con sabiduría los recursos naturales. Además, acoge varias iniciativas de formación sobre agricultura orgánica, nutrición y otras prácticas sostenibles, cuyo funcionamiento asegura una comunidad internacional de hermanas combonianas.

Me gusta pensar que experiencias como estas han transformado mi mentalidad y mi espiritualidad, esta escuela de vida y de humanidad me ha permitido poner en relación todos los aspectos de la vida. Debemos predicar a Jesús y, al mismo tiempo, intentar aliviar el dolor de nuestros hermanos.

Después de esta experiencia he prestado mi servicio como consejera en el equipo de la Dirección General durante 6 años y ahora estoy en Madrid desde donde coordino los diferentes grupos de trabajo de nuestras provincias en un proceso de cambio y de transformación. Todo ello esperando poder regresar no muy tarde a Zambia.

Martas y Marías

Por: Mons. Jesús Ruíz Molina, mccj
Desde Mbaïki, República Centroafricana

Betania fue para Jesús un lugar de reposo, un oasis donde cargar pilas humana y espiritualmente. La casa de Lázaro y sus hermanas, Marta y María, sabía a hogar, a amistad profunda, a lugar donde solazar el corazón. ¿Qué habría sido de Jesús y sus discípulos si Marta no se hubiera afanado en acogerles, darles una buena comida y proporcionales un lugar para descansar? ¿Dónde se habría explayado el corazón de Jesús si María no hubiera sabido escuchar y acoger los secretos del Maestro? Y ese Lázaro amigo, al que Jesús tanto quería. Marta y María, dos caras de una misma realidad que no siempre es fácil conjugar. Marta, la ama de casa que supo arranca a Jesús palabras de vida eterna: «Yo soy la resurrección y la vida, el que crea en mí, aunque haya muerto, vivirá». María, que a los pies del Maestro aprende los secretos que esconde su corazón: «María ha escogido la mejor parte y no se la arrebatarán».

Me vienen a la memoria estas reflexiones sobre la vida de Jesús mientras escribo en mi diario todo lo que voy viviendo junto al pueblo centroafricano de la diócesis de Mbaiki, que me ha sido encomendada como obispo. Tal vez me equivoque, pero tengo la sensación de que desde hace un buen tiempo, en la Iglesia hemos inclinado la balanza del lado de María en detrimento de Marta. El hecho de que el papa Francisco se haya ido a vivir a la Casa de Santa Marta es todo un símbolo que pudiera equilibrar esa realidad del discípulo que tiene que nadar entre dos aguas, la acción y la contemplación, dos alas de un mismo pájaro. No es cuestión de escoger una en detrimento de la otra, las dos juntas nos permiten volar hacia las alturas del Reino.

Este difícil equilibrio debe existir también dentro de la vida religiosa y misionera. En estos últimos tiempos me enfrento a una situación que genera conflicto entre las dos alas de la vida del discípulo. En la diócesis trabajan 40 religiosas de una docena de congregaciones, entre las que apenas hay cinco Martas con las que puedo contar incondicionalmente para cualquier misión. El resto no necesariamente son Marías. Estas cinco Martas de las que hablo son mujeres preparadas, activas, dispuestas a afrontar nuevos retos, a romper moldes, a mezclarse con el pueblo pigmeo aka, a curar enfermos que nadie se atreve a tocar, a emprender caminos inexplorados por una religiosa antes, a vivir un liderazgo femenino en la Iglesia…, pero lo que descubro es que el hecho de actuar como Martas, mujeres del Evangelio en el servicio diocesano, las pone en serio conflicto con sus congregaciones. Varias superioras provinciales han venido a quejarse: que si siempre están fuera de la comunidad, que si viajan demasiado, que si duermen en los poblados con la gente, que si abandonan la comunidad de la que son a veces las superioras, que si privilegian los compromisos diocesanos antes que los congregacionales… Esto está haciendo sufrir a tres de ellas.

En algunos casos, el conflicto es latente con sus congregaciones y les lleva a acentuar su identidad y pertenencia a una Iglesia diocesana, pero otras veces el conflicto me huele a celos escondidos, como si hubiera infidelidad a la congregación cuando hay gran donación a la pastoral diocesana. Y me digo: si el carisma de la congregación no está al servicio de una Iglesia particular, entonces hay riesgo de «capillismo». Pero, también, si el carisma se edulcora suprimiendo la comunidad, entonces la Iglesia se empobrece. ¡Qué difícil ese equilibrio entre esa Marta y esa María que cada institución, cada congregación, cada discípulo, lleva dentro! La Iglesia, durante siglos ha idealizado a María y ha encerrado a las religiosas en los conventos sin apenas percatarnos de que Marta es imprescindible para las cosas de Jesús.

Sufro viendo el conflicto de las cinco religiosas con sus congregaciones, que les recriminan su alejamiento. Intento no meterme en asuntos internos, pero qué difícil me resulta cuando lo que está en juego es un estilo de Misión, un estilo de Iglesia. Sufro porque presiento las amenazas que acechan a algunas de ellas y que sean cambiadas de comunidad. Una de las superioras me dijo que había dado un ultimátum a una. Le dije: «Sé qué tenéis la sartén por el mango, pero os pido también que reviséis vuestro carisma fundacional. Estoy seguro de que vuestra fundadora fue una mujer que rompió esquemas, que franqueó no pocas fronteras eclesiales y sociales. Ah, y por favor, diga a sus superioras de Roma que el obispo está muy agradecido de vuestra preciosa presencia en la diócesis, y sobre todo de la ­hermana N…». ¡Qué difícil equilibrio!

Más tarde, hablando con una de las Martas, sabiendo la espada de Damocles que tiene sobre su destino, le he pedido que no rompa con su congregación, que cree puentes, que intente ejercitar el ala de las Marías que su orden le reclama. No quisiera perderla.

Acción y contemplación, Marta y María. La una sin la otra no generan vida de Dios.

Misión en Macao: el nacimiento de una comunidad cristiana

Como primer párroco de la parroquia de San José Obrero, el padre Corrado De Robertis reflexiona sobre los tiempos difíciles pero extraordinarios que vivió en Macao. Considera su estancia allí un don precioso y un capítulo inolvidable de su vida misionera.

Por: P. Corrado de Robertis, mccj

comboni.org

Mi primera visita a Macao fue en 1992. Era una ciudad muy diferente de lo que es hoy. Por aquel entonces, yo y dos compañeros, el P. Manuel y el P. Daniel, estudiábamos cantonés en Hong Kong. En 1993 me trasladé a Macao lleno de ilusión por comenzar nuestro trabajo misionero, pero a pesar de dos años de cursos intensivos de lengua cantonesa, mi dominio era todavía limitado. El entonces obispo de Macao, Domingos Lam, me nombró vicepárroco de la catedral de Macao, lo que me dio la oportunidad de familiarizarme con el lugar, su cultura y su gente, y de practicar el idioma como preparación para mi servicio misionero. Esta fase inicial duró aproximadamente tres años.

Durante este tiempo, el obispo Lam planeó establecer una nueva parroquia en el distrito norte de Macao, una zona muy necesitada de presencia pastoral, en la parte más densamente poblada de la ciudad, más pobre y notablemente carente de presencia cristiana. Dialogando con los Misioneros Combonianos, nos confió a nosotros, los primeros misioneros combonianos en territorio chino, la responsabilidad de supervisar el territorio de misión de Iau Hon. Este territorio estaba formado principalmente por trabajadores inmigrantes de la China continental y prácticamente no tenía población católica.

El obispo nos encomendó a mí y a mis compañeros encabezar los esfuerzos para explorar y establecer una nueva comunidad cristiana en la zona, mientras esperábamos la construcción de la iglesia de San José Obrero, llamada así en honor de la población predominantemente obrera de la zona.

Comenzamos nuestra labor misionera en un lugar muy modesto -una habitación en la planta baja de un edificio muy antiguo-, que bautizamos como Centro Misionero Iao Hon. Aquí establecimos una pequeña oficina y una sala de reuniones. Cerca de allí estaban las hermanas Maryknoll, que dirigían un centro pastoral centrado principalmente en actividades de asistencia social. Empezamos a colaborar con ellas para trazar nuestro camino a seguir.

Nuestra prioridad inicial fue realizar una encuesta en la zona para averiguar el número de católicos que residían allí, si es que había alguno. Basándome en una lista de direcciones meticulosamente recopilada por las hermanas en años anteriores, me embarqué en visitas a numerosos hogares, encontrándome con respuestas dispares que iban desde puertas abiertas hasta la negativa directa. Al final nos dimos cuenta de que había muy pocos católicos en la zona. Pero, además del número de católicos, era igualmente importante conocer el entorno local, las necesidades y los retos a los que se enfrentaba la gente.

Nuestros incipientes esfuerzos se vieron muy favorecidos por el apoyo de fieles de otras parroquias de Macao. Nos ayudaron a organizar las clases de catequesis inaugurales, las ceremonias litúrgicas y las actividades iniciales de compromiso con la comunidad. Recuerdo claramente nuestra misa inaugural en el centro, a la que asistieron sólo doce personas: un comienzo humilde pero auspicioso, que tal vez sugiriera la providencia divina.

Los primeros años fueron difíciles, caracterizados por unos resultados modestos en relación con nuestros esfuerzos, la falta de instalaciones, las numerosas discusiones y la ardua tarea de entablar relaciones con la población local. Sin embargo, en menos de dos años, se terminó la construcción de la iglesia de San José Obrero y, en 1998, nos trasladamos a los nuevos locales con el primer grupo de neófitos. Coincidió con el primer domingo de Adviento de 1998. El principal reto fue dotar a la iglesia de los servicios esenciales y del personal necesario. Debo reconocer la inmensa generosidad de los fieles de Macao, cuyas aportaciones facilitaron el establecimiento y el funcionamiento de la naciente comunidad.

Posteriormente, formulamos un plan pastoral, adaptado a las circunstancias específicas de la zona y a los recursos disponibles. Milagrosamente, las filas de voluntarios aumentaron día a día, lo que nos permitió ampliar los servicios a la comunidad local. Inauguramos clases extraescolares de deberes para niños, clases de interés para adultos, actividades de verano y varios grupos juveniles, todos ellos fundamentales para la construcción de la comunidad. Aunque el edificio físico de la iglesia ya estaba terminado, nuestra tarea consistía en fomentar una comunidad de creyentes viva y palpitante: la ecclesia de piedras vivas, por así decirlo.

Este empeño también presentó desafíos, siendo el principal de ellos la amalgama de orígenes, lenguas y contextos socioculturales dispares dentro de nuestra pequeña comunidad.

Principalmente, nos enfrentamos a tres grupos distintos: Trabajadores de China continental que hablaban mandarín, locales que hablaban cantonés y filipinos expatriados que hablaban inglés. Nuestro enfoque pastoral requería un compromiso integrador con cada grupo étnico, a pesar de las complejidades y aprensiones inherentes. Otro imperativo era llegar a los marginados. Se llevó a cabo una evaluación exhaustiva de la situación y se encomendó a un grupo especializado la tarea de identificar y ayudar a los más necesitados del territorio.

La evangelización, en su esencia polifacética, exigía una comunidad vibrante y misionera, que encarnara el mensaje del Evangelio con palabras y hechos. De hecho, esto constituyó la piedra angular del crecimiento de nuestra comunidad, un testimonio del imperativo evangélico del testimonio gozoso en todas las facetas de la vida. La parroquia, concebida como un oasis de esperanza en medio del abandono, ha evolucionado a lo largo de los años, acogiendo anualmente a nuevos fieles. La solemne consagración de la iglesia el 1 de mayo de 1999 (unos meses antes de la entrega de Macao a China) marcó un hito, y en los años siguientes se produjo una afluencia constante de bautizos de adultos cada Semana Santa. La comunidad creció no sólo en número, sino también en espíritu misionero.

La presencia y la participación de fieles chinos continentales fue esencial para este crecimiento, que fomentó una animada comunidad de habla mandarín dentro de la parroquia. Su papel se extendió más allá de los confines de la parroquia, sirviendo como misioneros a sus compatriotas del continente. Simbólicamente, la puerta principal de entrada y salida de la iglesia da exactamente a la China continental, y los lados derecho e izquierdo del edificio se asemejan a dos brazos abiertos extendidos hacia China, como en un gesto de abrazo. Así, haciéndonos eco de los sentimientos de San Daniel Comboni, nuestra misión consistía en salvar a los chinos con los chinos, manteniendo al mismo tiempo un apoyo firme y la oración con nuestra presencia activa.

Permanecí en Macao hasta 2009, con una breve interrupción de tres años que pasé en Filipinas como redactor «de urgencia» de la prestigiosa revista World Mission Magazine. Los recuerdos de la gente y de los momentos difíciles y extraordinarios que viví en Macao están indeleblemente grabados en mi memoria. Tuve el inmerecido honor de ser el primer párroco de San José Obrero y considero mi estancia allí tanto un don precioso como un capítulo inolvidable de mi vida misionera.

Aunque se ha avanzado mucho, la tarea del anuncio del Evangelio sigue inacabada. Sin embargo, las semillas plantadas han echado raíces, prometiendo un futuro iluminado por la esperanza. La parroquia se erige como un faro de esperanza, irradiando valores cristianos y vida en un lugar antaño descuidado, en medio de un mundo a menudo atrapado por meras búsquedas materiales. El Evangelio, predicado y vivido en Iau Hon, sirve de recordatorio tangible de que la verdadera esencia de la vida trasciende el ámbito del materialismo y el trabajo.

Dar a los refugiados esperanza para el futuro

El hermano Erich Fischneller recibe apoyo activo de muchos sectores para su labor de desarrollo en el campo de refugiados de Palorinya, en el norte de Uganda, en la frontera con Sudán. Recuerda con horror los acontecimientos de 2017.

Hermano Erich Fischler
Desde Palorinya, Uganda

Fueron días malos cuando nuestra misión en Lomin (Sudán del Sur) fue atacada. Durante muchos años nos esforzamos mucho en construir una misión próspera allí con una nueva iglesia, talleres y una serie de instituciones sociales. El ataque rebelde nos golpeó como un rayo caído del cielo. Fue más que terrible. Muchos, incluidos algunos de mis amigos y confidentes, fueron asesinados. Proporcioné todos nuestros vehículos para escapar a la cercana Uganda y luego escapé yo mismo. Las cosas se complicaron, pero muchos se salvaron. Desde finales de 2017 hasta principios de 2018, llevamos a personas a un lugar seguro en Uganda. En aquel entonces, evacuamos a la gente de la zona de guerra día y noche en tres coches durante cuatro semanas. Nunca habrían llegado a pie. Hubo que reunirlos desde muchos lugares diferentes y transportarlos en nuestros coches: los ancianos, los que tenían problemas en los pies, las mujeres y los niños no podían quedarse atrás.

Hno. Erich Filehner, en el campo de refugiados de Palorinya, en el norte de Uganda, en la frontera con Sudán.

Escribo estas líneas desde el enorme campo de refugiados de Palorinya, que ahora se ha convertido en hogar para mi pueblo y también para mí. La gente aquí tiene espacio suficiente para construir sus chozas y campos en los que pueden cultivar algunas cosas esenciales. Sin embargo, todavía dependemos de la ayuda exterior. Sigue siendo una batalla constante por la supervivencia. Cada día tengo que asegurarme, junto con otros, de que aquí todo funcione, de que la gente tenga suficiente para comer y, sobre todo, de que esté garantizado el suministro de combustible diésel necesario para el funcionamiento de los generadores. La electricidad que generan la necesitamos principalmente para nuestros distintos talleres.

Hemos comenzado a dar a los jóvenes refugiados una perspectiva de futuro dándoles la oportunidad de recibir formación profesional. Por eso hemos creado varios talleres donde los jóvenes pueden aprender los oficios relevantes de carpintería, metalurgia y panificación. También formamos a electricistas y ofrecemos cursos de informática, y tenemos una granja relativamente grande con ganado, cultivos y hortalizas. Nuestro objetivo a largo plazo es construir algo así como una granja modelo donde los agricultores de los alrededores también puedan aprender cómo pueden mejorar su propia agricultura. Todo esto debería ser una verdadera ayuda para la autopromoción.

Nuestros talleres ya no son sólo empresas de formación, sino que también se han convertido en instalaciones de producción para todo el norte de Uganda. Es impresionante lo que ha ocurrido en los últimos cinco años desde la huida de Sudán. De este modo, el proyecto ya puede mantenerse parcialmente a flote. Sin embargo, todavía dependemos de la contribución de las organizaciones de ayuda, con las que a menudo no podemos contar de forma constante. A menudo todavía tenemos que buscar por nosotros mismos de dónde obtener los fondos. Dado que el gobierno de Uganda ha suspendido la ayuda alimentaria, vuelve a haber hambre en el campo y la gente viene a nosotros todos los días pidiendo ayuda.

El gobierno quiere obligar a la gente a regresar a su antigua patria en Sudán del Sur. Sin embargo, las personas que hacen esto suelen dejar a sus ancianos y niños en los campos.

Las perspectivas de futuro de quienes se aventuran a regresar no son nada buenas. Otros ahora han tomado posesión de las tierras que tuvieron que dejar atrás. Naturalmente, existen grandes discrepancias. Hay muchas discusiones y conflictos. No está claro quién recibe qué tierra y cuánta tierra se otorga a quienes regresan a casa. Medio millón de refugiados del norte de Uganda han regresado ya a su antigua patria.

Aquí en la parroquia vivo con tres hermanos africanos que no reciben donaciones de su tierra natal. Desde que murió repentinamente un hermano de México que trabajaba con nosotros, ya no hemos recibido ninguna ayuda de su provincia de origen. También tenemos que mirar qué recursos financieros podemos utilizar para mantener el trabajo pastoral.

A pesar de los numerosos problemas a los que nos enfrentamos a diario, nuestra gente todavía parece muy motivada. No quieren darse por vencidos. Esto también es alentador para nosotros. Cuando les pregunto cómo están, no se quejan, sino que expresan su gratitud por seguir vivos. Pero si luego haces más preguntas, entonces sale a la luz todo el sufrimiento y la tristeza por la muerte de muchos de sus familiares. Pero todos quieren volver a su antiguo hogar en Sudán del Sur.

Cuando miro hacia atrás en los últimos años, el pensamiento de la ayuda que pude brindar a muchas personas me llena de profunda alegría y gratitud interior. Pude ayudar a miles de personas a escapar y ahora puedo brindarles a muchas un futuro mejor a través de la capacitación que les ofrecemos. Pude experimentar la protección y guía de Dios en todo lo que pude hacer como misionero.

Comboni.org

Un amor que nos impulsa a conocer y saber amar

Ilaria y Federica, LMC
Desde Carapira, Mozambique

Estamos aquí de nuevo para daros noticias y compartir, con vosotros, este último tiempo. Durante estos meses, desgraciadamente, nos resulta difícil responder a todos vuestros mensajes (que son muchos), debido a acontecimientos imprevistos, pero todo esto forma parte de estar en misión y vivirla plenamente, hasta el último momento de cada día.

La última vez, os contamos la pena de despedirnos del Padre Jaider, el padre comboniano, que partió urgentemente hacia su tierra natal, debido a repetidas enfermedades.

Pues bien, el mismo día, exactamente un mes después de su partida (de nuevo el 5, pero de julio), la comunidad de los Padres Combonianos fue golpeada de nuevo por una terrible noticia. Mientras esperábamos para acoger a un hermano comboniano de vuelta de sus vacaciones en su tierra natal, recibimos la noticia de su muerte durante la noche, el mismo día en que debía reunirse con nosotros.

A día de hoy, la comunidad comboniana sólo está formada por un padre y un estudiante de teología. Han sido meses difíciles, intensos, llenos de obstáculos, pero incluso en este tiempo, la infinita misericordia y bondad de Dios no ha cesado de obrar maravillas y de darnos la fuerza para afrontar este tiempo y seguir mirando hacia un horizonte cada vez más alto junto a estos hermanos y hermanas nuestros. De hecho, ha sido precisamente en este tiempo de fatiga, de fragilidad, cuando el Señor nos ha unido aún más como comunidad con los padres, como familia comboniana, y nunca hemos dejado de sentir que el Señor nos guiaba. Es precisamente en la fragilidad donde al Señor le gusta trabajar, si dejamos siempre todo en sus manos y nos confiamos a su Gracia.  Como dice una mujer sabia que camina con nosotros: «construye con los que quieren construir y avanza siempre con la alegría que viene del Señor»; son palabras verdaderas, porque cuanto más dejamos todo en manos del Señor, más construye Él.

En estos nuestros primeros seis meses en Mozambique, no han faltado las dificultades y los obstáculos, y en algunos casos no han sido fáciles de superar, sobre todo los surgidos de las personas más cercanas a nosotros, pero realmente sólo con la ayuda del Señor, con vuestra presencia, con vuestro haceros oír, y con la ayuda de la gente, hemos conseguido mantener siempre viva en nuestros corazones, la alegría, la paz y la esperanza, para seguir abrazando esta maravillosa tierra, rica en belleza pero al mismo tiempo con muchas contradicciones.

Cada día, la gente de Macua nos enseña y nos da la alegría de compartir nuestras vidas con ellos. Durante este tiempo, también hemos vivido momentos inesperados y enriquecedores, como la visita del consejo general de las hermanas combonianas y, a principios de agosto, también la de los padres del consejo general comboniano. Cuánta Gracia hemos recibido, inesperada y enriquecedora…

Dentro de nuestros corazones, se abren sueños más grandes con horizontes más amplios que parten de la escucha de la realidad en la que estamos insertos; todo esto sabemos con certeza que con nuestras solas fuerzas, no podremos lograrlo.

Durante este tiempo, hemos tratado de permanecer siempre un paso por detrás para observar y tratar de entender cuáles son las principales necesidades de esta tierra y hacerles realmente protagonistas de su historia y de su tierra. Esta es nuestra misión: crear relaciones verdaderas y auténticas, tender puentes, crear una red. 

Somos extraordinariamente felices a pesar de algunas dificultades y alguna malaria que nos azota (las dos estamos a 2), pero la alegría, la esperanza, la pasión y el amor que sentimos por esta tierra es un impulso que nos mueve cada día a seguir sembrando y construyendo. También os seguimos dando las gracias a todos y cada uno de vosotros, porque vuestra presencia, cercanía y ayuda son combustible para seguir ilusionándonos y creciendo, para poder construir un futuro mejor junto a estas personas, y para sentirnos todos peregrinos de la esperanza en un mundo mejor, donde todas las personas tengan derecho a vivir una vida digna.

Todos somos misión y nosotras, con todos vosotros, nos sentimos como en familia.

Un abrazo desde el fondo de nuestros corazones. Seguimos rezando por todos vosotros y vosotras también, seguid rezando por nosotras.

Con amor, profundo aprecio y gratitud.

Ila y Fede, LMC

Ilaria y Federica, misioneras laicas combonianas italianas en Carapira

Este mes pasado recibimos nuestro “primer bautismo africano”, o mejor dicho, las dos nos contagiamos de malaria. Esto nos sorprendió mucho, pero nos permitió reflexionar mucho sobre lo que viven cada día cada uno de los mozambiqueños con esta enfermedad, los que pueden permitirse el tratamiento, y los que pierden la vida por no tener dinero para acceder a la prueba y empezar el tratamiento, y la lucha por recuperar la energía para volver a ponerse en marcha.

Por todo ello, a principios de junio tuvimos que despedirnos con gran dolor del párroco de la parroquia de Carapira, que tuvo que regresar urgentemente a su tierra a causa de la malaria continua. Su sufrimiento era muy grande, tanto por lo que estaba viviendo a causa de la malaria, como por tener que dejar esta tierra que tanto amaba. Para nosotras fue como un rayo, porque antes de ser un buen párroco, era un hermano humilde que estaba siempre al servicio de todos, era un hermoso testimonio para ver y tocar. En cualquier caso, también estamos muy contentas con los Combonianos que están aquí con nosotras, realmente estamos viviendo y respirando tanta plenitud y vida profunda con ellos en este momento.

Cada día, encontramos por ambas partes como ‘una pequeña excusa’ para encontrarnos siempre y construir pieza a pieza una comunión de fraternidad y de verdadero testimonio. Aquí, cerca de la casa, hay también algunas monjas que pertenecen a otro instituto religioso, pero incluso con ellas se ha creado una hermosa relación de armonía y complicidad. Esto es ciertamente muy importante, porque nos permite conocernos y sentirnos como una familia ampliada, pero sobre todo nos hace sentirnos al lado de los hermanos más solos y abandonados, y nos permite ayudarnos mutuamente a llevar las cargas de los demás.

También recibimos la gracia en estas fechas de vivir la vigilia y la fiesta patronal de la parroquia de Carapira… éramos más o menos 200 personas y fue emocionante vivirlo y respirarlo junto a ellos. Pensad que la vigilia duró unas buenas cuatro horas, pero se pasaron en un abrir y cerrar de ojos… fueron muchas las comunidades que vinieron de lejos, con presencia también de un buen número de jóvenes. Bueno, qué decir de la gente de Macua… cada vez nos asombran más y realmente nos sentimos en casa entre ellos y con ellos… creo que es la expresión más adecuada y correcta para hacerles entender lo que nos hacen experimentar en la verdadera profundidad y esencialidad de la persona humana.

Cada día nos sentimos más pequeñas en medio de ellos, precisamente porque vemos que su presencia nos enriquece mucho en nuestra vida. En realidad son más ellos los que nos forman, que lo que nosotras intentamos ayudarles. Deberíais ver por vosotros mismos con vuestros propios ojos y tocar concretamente con vuestras propias manos, cuánta belleza se esconde aquí en sus heridas y sufrimientos. Evidentemente, todo esto nos hace cuestionarnos mucho sobre diversos aspectos de nuestra vida, nuestras relaciones y cómo malgastamos energía y tiempo en cosas inútiles. Aquí la belleza y la esencialidad es precisamente el famoso “estar ahí” tal y como somos y nada más, que es siempre lo que seguimos comprendiendo y siendo más fuertes y conscientes dentro de nosotros mismos y a lo largo de nuestro camino.

Al final, lo que cuenta no es lo que hacemos, el servicio en el que nos gastamos o el logro de algo o de uno mismo, sino el amor con el que amamos a estos hermanos y hermanas. Sabemos con certeza que no somos nosotras quienes salvamos a nadie, sino que son ellos quienes nos salvan a nosotras, los “occidentales”. Cuánta alegría nos da estar en medio de ellos, intentar decir algunas palabras en su idioma, abrazarlos, bromear con ellos, hacerlos sonreír, y dejar que Dios haga la obra de comunión con ellos.

El otro día leímos esta pequeña frase de Don Tonino Bello, que sigue resonando en nosotras en este momento: “Os invito a dejaros evangelizar por los pobres. Tantas veces pensamos que somos nosotros los que llevamos la buena noticia a los pobres. Pero ellos viven mejor que otros ciertos valores, como el abandono confiado en la Providencia, la solidaridad en el sufrimiento’.

¡Aquí pensamos que esta frase puede representar muy bien lo que está escrito más arriba! Cuántas cosas quisiéramos deciros y tratar de compartir con vosotros… cuánto quisiéramos que el amor que toca nuestros corazones os llegara también a vosotros. Cuánto quisiéramos que esta gracia se expandiera para ellos. Pero de una cosa estamos seguras… que el Señor sabrá hacer florecer nuestras vidas junto a las vuestras con ellos. Estamos seguros de que el Señor de la Vida ya está obrando en ello. Nunca dejaremos de daros las gracias por todo el amor que nos enviáis, por la unión y comunión de esta iglesia universal que sigue expandiéndose y de la que cada uno de nosotros nos sentimos parte. Gracias porque vuestra presencia nos hace sentir como una gran familia que el hogar no es un lugar, sino que son las personas que lo habitan y te hacen sentir allí… y sentimos que este hogar es tan grande que abraza nuestra tierra, con esta nueva tierra. Para muchos de vosotros será un tiempo de descanso, os deseamos de corazón que este tiempo os haga redescubrir lo esencial de los valores y las relaciones. Como cada día, os recordamos en nuestras oraciones ante Jesús Eucaristía, y os pedimos que sigáis rezando por este pueblo, y también una oración por el Padre Pinzón Robayo Jaider Hernán, para que pronto recupere la salud y pueda continuar su ministerio allá donde el Señor le lleve. Y como dicen aquí “Koxukhuru vanjene” (Muchas gracias).

Con mucha gratitud y cercanía
Ilaria y Federica
Misioneras Laicas Combonianas