Luces y retos que nos dejó el papa Francisco para la vida consagrada

“Como consagrados tenemos que estar vigilantes para no acomodarnos en estilos de vida que no nos comprometan. Hemos recibido en estos años un testimonio extraordinario –gracias al paso del Papa Francisco– de lo bello que es ser Cristianos y de la alegría que produce en nuestro corazón vivir para el Señor. Que las luces y los retos que nos ha dejado el papa Francisco nos ayuden a seguir adelante siendo signos de esperanza, de confianza y de fe en esta hora de nuestro mundo que nos va tocando vivir.” (P. Enrique Sánchez González, en la foto, en una audiencia del Papa Francisco con los Misioneros Combonianos, en 2015)

Por: P. Enrique Sánchez González, mccj

Luces y desafíos que el Papa Francisco nos dejó
como nuevas generaciones de vida consagrada

Para poder hablar del legado que nos ha dejado el Papa Francisco, considero que es necesario ir al pasado, antes de que Francisco fuera el Papa Francisco. La figura de un Papa extraordinario, que todos tenemos en este momento en nuestra memoria, es algo que encuentra sus orígenes en los primeros pasos que Jorge Mario Bergoglio dio, cuando decidió consagrar su vida como religioso y jesuita, y tal vez ya antes, cuando desde pequeño dejó que la pasión por Cristo entrara en su corazón.

Sus palabras, sus acciones como pastor, su sensibilidad por los marginados, la alegría que acompañó su personalidad, su capacidad para romper con protocolos, su estilo de vida, pobre y austero. Todo esto, y mucho más, no le vino a su mente y a su corazón el día que apareció en el balcón de la Basílica de San Pedro saludándonos con el nombre de Francisco.

Lo que el Papa Francisco nos ha dejado en sus 12 años de pontificado no ha sido, sino un poco más de todo lo que había ido sembrando en tantos lugares de Argentina, de Latinoamérica y de toda la Iglesia como un pastor que amaba transmitir el olor de sus ovejas.

Eso que nos apasiona y nos anima hoy, recordándolo como el pastor que supo guiarnos por caminos seguros y que nos entusiasmó en el seguimiento de Jesús; todo eso no es más que el ejemplo de vida, el decir con los hechos y con su compromiso lo que llevaba dentro. Un amor por Cristo que lo llevó a gastarse hasta el último minuto de su vida, sirviendo y amando.

Eso que hoy nos toca guardar como tesoro y herencia del Papa Francisco es lo que ha producido el Evangelio en el corazón de alguien que ha sabido entregarlo todo, olvidándose de sí mismo y poniendo como prioridad de su vida el servir a Cristo en los últimos, en los que no cuentan a los ojos del mundo. Diciendo esto, me parece que la primera cosa que nos ha dejado el Papa Francisco a los consagrados es el ejemplo, un icono bello de lo que nos toca vivir cada día cuando decimos que hemos entregado nuestras vidas al Señor.

Ante la figura de Papa Francisco no se necesita hacer mucha teología de la vida religiosa, ni es necesario perder mucho tiempo con tratados de espiritualidad de la vida religiosa. Sin exagerar, creo que acercándonos a la vida del Papa Francisco podemos darnos cuenta de que la vida consagrada, como religiosos y religiosas al servicio del Evangelio, no es otra cosa más que una vida entregada con sencillez y alegría a los demás en los pequeños detalles de cada día. Y eso vale para consagrados y para cualquier bautizado, pues a final de cuentas, se trata de vivir en Cristo y para él.

Luces que nos ha dejado el Papa Francisco y que nos seguirán iluminando por mucho tiempo

Entre las muchas cosas que significan luces que iluminan nuestras vidas hoy, y que reconocemos como algo que hemos descubierto gracias al paso del Papa Francisco por nuestras vidas, podríamos traer a nuestra memoria las siguientes que no siguen un orden o jerarquía porque todas son importantes.

  • El testimonio de una vida entregada con alegría a Jesús, al Evangelio, a la Iglesia y a los más pobres.

Algo que seguramente a todos nos ha impactado desde el inicio del pontificado del Papa Francisco ha sido el tono de alegría que transmitía a través de sus palabras, de la espontaneidad y libertad de sus gestos y las maneras de acercarse a las personas. Con él se entraba en confianza inmediatamente y hacia que nos sintiéramos acogidos, como si nos conociera desde siempre. La alegría era algo que para él nacía de la acogida del Evangelio. El mensaje de Cristo contiene esa alegría que transforma el corazón y llena el espíritu de confianza y de esperanza.

De ahí nacía su entrega y su dedicación a la misión que abrazó como consagrado y de esa entrega surgían las fuerzas para afrontar cualquier obstáculo y las dificultades, que no faltaron a lo largo de todo su ministerio. Aquí, como en todo lo que iremos diciendo sobre el legado del Papa Francisco, lo más importante y lo que caracterizó su consagración fue el ejemplo, el testimonio de vida, el silencio de las palabras y la fuerza de los gestos y las opciones.

Por ejemplo, más que hablar sobre el problema de los migrantes, uno de sus primeros viajes fue a Lampedusa, el lugar de mayor sufrimiento de los migrantes que atraviesan el Mediterráneo. Su presencia ahí fue anuncio del Evangelio y denuncia de un sistema inhumano e injusto que trata a las personas como objetos.

Nos hay duda de que se trata de una luz intensa que nos ilumina cuando nos preguntamos en dónde tenemos que estar como consagrados hoy, cuáles tienen que ser nuestras opciones y preferencias, en dónde tiene que estar nuestro corazón, aunque estemos lejos geográficamente de los lugares del dolor. El testimonio del Papa Francisco es algo que enseña a los consagrados de hoy en dónde está lo bello de la entrega y qué es lo que le da sentido a la renuncia que implica el haber dejado todo para seguir al Señor.

  • El entusiasmo y la pasión por la evangelización y por el compromiso misionero.

La evangelización y la dimensión misionera de la Iglesia no fueron simple estrategia proselitista en el proyecto de Iglesia del Papa Francisco. En su mente estaba claro que la Iglesia tiene que ser misionera y la tarea de evangelizar no se reduce a la enseñanza del Evangelio. El objetivo de la misión iba mucho más allá, se trataba, y se sigue tratando, de anunciar a Cristo siempre presente entre nosotros como buena noticia para el mundo.

La misión que nace del encuentro con el Señor, el Papa Francisco la vivió como una experiencia que le entusiasmaba y lo apasionaba, moviéndolo a ir hasta los extremos del mundo y a los lugares más lejanos, no sólo geográficamente, en donde Jesús no era conocido.

Él nos enseñó que la razón última de nuestra consagración es el anuncio del evangelio que estamos llamados a llevar con entusiasmo y generosidad a quienes todavía no han tenido la oportunidad de encontrarse con el Señor. Basta recordar a dónde lo llevaron sus viajes apostólicos y nos damos cuenta de que la preocupación de su corazón estaba en los más lejanos del Evangelio.

  • La fuerza del ejemplo personal en el compromiso como consagrado a Cristo.

Ya lo mencionaba anteriormente, una de las luces más intensas en la vida y en el ministerio del Papa Francisco que nos quedan hoy es, sin dudarlo mucho, el ejemplo de vida. La capacidad de anunciar con obras muy concretas, usando menos palabras y más acciones, aunque se pudiese correr el riesgo de equivocarse en algún momento.

Para hablarnos de pobreza no dudó en irse a vivir a Santa Martha, en renunciar a buenos carros, a percibir un salario que por derecho le correspondía. Pero más que privarse de cosas materiales el Papa Francisco supo renunciar, desde hacia mucho tiempo, a la tentación del poder, de la comodidad, del instalarse en un estilo de vida que no fuera solidario con los pobres.

Fue obediente, tratando de hacer la voluntad de Dios en su vida y aceptando una misión que no entraba en sus planes, cuando había llegado al Cónclave con la idea de regresar a Argentina para disponerse a su retiro. Fue obediente, cumpliendo la recomendación que le habían hecho de no olvidarse de los pobres.

Fue alegremente casto entregando su corazón, amando a quienes más lo necesitaban, a los prisioneros, a los vagabundos de Roma, a los enfermos que visitaba en los hospitales, a los pecadores que escuchó en los confesionarios, a los migrantes que supo defender hasta unas horas antes de su muerte en el último encuentro que tuvo con el vice presidente de Estados Unidos.

  • Los valores a los que nunca se puede renunciar: la misericordia, la bondad, la opción por los más lejanos y por los excluidos, el servicio por encima de la autoridad y del poder.

Entre los muchos valores que el Papa Francisco ha puesto en evidencia, seguramente, para quienes vivimos una vocación especifica como consagrados, aparece claro que la visión del Papa estaba fincada sobre aspectos que hablaban de su experiencia de Dios.

La centralidad de la Misericordia reflejaba en él un encuentro continuo y profundo con Dios sentido como Padre. Como un Padre bueno dispuesto siempre a acoger, a abrazar, a perdonar. Sentir a Dios de esa manera no podía traducirse más que actitudes de cercanía y de aprecio por quienes se sentían o se sabían alejados del derecho a reconocerse hijos amados.

Acercar a Dios a quienes se sentían excluidos no era en el Papa Francisco un gesto de filantropía o el humanismo en sus extremos que algunas personas han querido reconocer en él. En Francisco era un movimiento que surgía de lo más profundo de su ser, en donde se vivía la experiencia más clara de Dios. Era la expresión de su consagración a Dios, de su vivir en Dios.

Para él, por lo que pudimos conocer a través de su sencillez y humildad, la consagración se confundía o se convertía en servicio y en disposición a darlo todo, como lo pudimos ver en aquel gesto único de ponerse a los píes de los líderes políticos de Sud Sudán cuando les suplicó que hicieran posible la paz para su nación.

Papa Francisco tenía muy claro en su mente y en su corazón que vivir como consagrado significaba poner el servicio y la humildad por encima del poder y la autoridad. Eso fue lo que les recordó a los Cardenales de la curia romana en su primer saludo de Navidad al inicio de su pontificado. Y, así lo vivió, en sus visitas a los presos, en sus diálogos con las víctimas de abusos en la Iglesia, en la elección de una vida simple y desprendida de lo que podía traerle honores o reconocimientos especiales.

  • La importancia del saber incluir a todos en una comunidad familia en la que estamos llamados a reconocernos hermanos. Nuestra misión será crear fraternidad, todo lo demás pasa.

Como consagrado él mismo, nos enseñó el valor que tiene el trabajar en comunión, el saber crear familia, el apostarle a la amistad profunda. En una palabra, nos iluminó con su experiencia invitándonos a trabajar siempre unidos teniendo como meta el llegar a reconocernos como hermanos.

Como consagrados, no tengo la menor duda, sabemos que el sentido más profundo de nuestra vida está en el llamado a crear fraternidad en un mundo en donde se vive hoy el drama de la violencia, del miedo, de la inseguridad que destrozan la vida de tantos inocentes y desamparados. Su ejemplo fue muy en sintonía con el nombre que escogió como pontífice, Francisco, el hermano universal.

  • Apostar por una iglesia con rostro sinodal, en donde todos sean involucrados y partícipes. Una Iglesia en camino y en salida, no autoreferencial y libre, capaz de aprender de sus límites y de sus pobrezas.

El gran sueño del Papa Francisco fue el de colaborar en la construcción de una Iglesia que viviera las intuiciones del Concilio Vaticano segundo. Un concilio que le apostó al acercamiento a un mundo en cambio, a expresiones culturales nuevas, a experiencias religiosas más profundas y personalizadas.

Las ideas del Papa cuando hablaba de una iglesia en salida, en camino seguramente tenía en mente su experiencia como pastor preocupado por dar espacio a todos para que aportaran su riqueza. Soñaba con una Iglesia en donde la participación de todos creara una comunidad con rostro nuevo, en donde nadie fuera excluido.

Sus intuiciones y sus propuestas pastorales ciertamente son luces que iluminan nuestro ser consagrados, pues por nuestra entrega estamos llamados a vivir en comunidad, a aportar nuestras riquezas y nuestros límites; estamos llamados a caminar juntos, para que el mundo crea en el Señor que nos llamó.

  • Por el diálogo, todos llamados a crear puentes que favorezcan la cercanía, el respeto y la paz.

Finalmente y no porque sea lo último, el Papa Francisco nos ha ayudado a entender que por nuestra consagración estamos llamados a ser constructores de puentes, a trabajar en todo aquello que favorezca la cercanía entre las personas y entre los pueblos. Se trata de ser hombres y mujeres de diálogo, abiertos a enriquecernos con las cualidades y virtudes de los demás, y, al mismo tiempo, disponibles a llevar con alegría la riqueza del Evangelio como instrumento que abre caminos a la construcción de la paz.

Retos y desafíos que no podremos ignorar como consagrados

El ejemplo de vida y el testimonio de entusiasmo de fe, la alegría de su entrega sin límites, su capacidad de empatía y de cercanía a toda clase de personas. La claridad en sus opciones personales y pastorales, la identificación con su carisma como jesuita, su pasión por Cristo y por la Iglesia, su valentía para asumir compromisos y para tomar distancias de lo que niega la dignidad de las personas.

Estos y muchos otros valores que hemos visto e iremos descubriendo y profundizando en la medida que pasa el tiempo, son sólo algunas de las muchas luces que quedan ante nosotros como retos que nos desafían y nos invitan a un discernimiento sobre nuestra manera de ser y de vivir nuestra consagración religiosa hoy.

  • Ahí queda su radicalidad y coherencia como un reto que nos cuestionará siempre en nuestros estilos de vida consagrada, algunas veces cómodos y aburguesados.
  • Salir de nuestros capillismos. La capacidad del Papa Francisco para salir al encuentro, incluso de los más distintos y lejanos de nuestras formas de pensar y de sentir, es un reto que cuestiona fuertemente nuestra tentación a permanecer en lo conocido y seguro de nuestros institutos. Es lo que puede permitir que rompamos con la incapacidad de trabajar en colaboración, abiertos a enriquecernos con los carismas de los demás.
  • Superar la autoreferencialidad que empuja a encerrarse a vivir en el temor de desaparecer como institutos.
  • El sueño de una Iglesia más sinodal y participativa, como la quería el Papa Francisco, nos desafía fuertemente a superar nuestra mentalidad cerrada que nos mueve a ponernos en el centro de todo y de todos considerándonos los únicos y los mejores.
  • Trabajar en la construcción de una Iglesia que transmita alegría y esperanza como fruto del anuncio del Evangelio como Buena Noticia. Como consagrados nos toca asumir el reto de ser presencia alegre de Dios en el mundo en que nos toca vivir. El “hacer bulla”, como decía el Papa Francisco nos reta a pasar un mensaje de optimismo en una sociedad cargada de experiencias traumáticas, en donde la soledad y el abandono ganan terreno y en donde la frustración de muchos jóvenes hace que aumente la desesperanza y la falta de confianza en el futuro. Como religiosos consagrados al servicio del Evangelio tenemos que ser rostro de una Iglesia que se sabe depositaria de una propuesta de vida plena y de una respuesta al anhelo de felicidad que todos llevamos en el corazón.
  • Superar el clericalismo para reconocer el valor y la riqueza que posee cada bautizado y favorecer una comunidad en donde haya mayor participación y comunión. Como consagrados tenemos que superar una mentalidad que pretende hacernos creer que somos personas diferentes o especiales, con privilegios y una autoridad que nos sitúa por encima de los demás. Superar el clericalismo nos pone en una situación de mayor disponibilidad al servicio y al reconocimiento de los demás como tesoros que nos hablan de la presencia de Dios entre nosotros.

La tentación del olvido y el riesgo de acomodarnos

Me gustaría concluir diciendo una palabra para ponernos en guardia y que no nos dejemos sorprender para caer en la tentación del olvido. Es fácil que, pasando los días, también vayamos perdiendo de vista todo lo que el Papa Francisco ha venido a sembrar en nuestros corazones. Nuevas propuestas y diferentes proyectos seguramente llegarán para hacer que la Iglesia siga creciendo y haciendo su camino en el tránsito por este mundo. Pero es importante que no olvidemos aquello que el Papa ha sabido sacudir para ayudarnos a vivir más profunda y auténticamente nuestra fe en Jesús.

Como consagrados tenemos que estar vigilantes para no acomodarnos en estilos de vida que no nos comprometan. Hemos recibido en estos años un testimonio extraordinario de lo bello que es ser Cristianos y de la alegría que produce en nuestro corazón vivir para el Señor.

Qué las luces y los retos que nos ha dejado el Papa Francisco nos ayuden a seguir adelante siendo signos de esperanza, de confianza y de fe en esta hora de nuestro mundo que nos va tocando vivir.

comboni.org

Pasión por Cristo, pasión por su pueblo

Legado del Papa Francisco (2)

+ Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo Emérito de SCLC

HECHOS

Ha sido sepultado el Papa Francisco, entre múltiples reconocimientos a su forma de ser, de vivir y de realizar su servicio petrino. Se ha anunciado ya la fecha para el Cónclave que elegirá al siguiente sucesor de Pedro, el 7 de mayo próximo.

No han faltado voces que han seguido expresando su inconformidad con lo que hizo o dejó de hacer el Papa Francisco. Nunca han faltado este tipo de reacciones. Por ello, difunden cuanto pueden lo que consideran sus deficiencias y cómo debería ser, según ellos, el nuevo Papa. Esto siempre ha sucedido y debemos ser maduros para escuchar cuanto se dice, pero analizarlo con serenidad, sobre todo conociendo más a fondo cuanto hizo y dijo Francisco.

No es fácil resumir su vida y su ministerio. Son múltiples las facetas que se podrían resaltar. Por mi parte, considero básico traer a colación lo que manifestó en su primera exhortación apostólica Evangelii gaudium sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual, publicada el 24 de noviembre de 2013, en que presenta qué tipo de Iglesia sueña y desea, y que fue lo que marcó su servicio.

ILUMINACION

Algunos le reclamen que descuidó la espiritualidad, por dedicarse demasiado a temas sociales, como cambio climático, migrantes, pobres, descartados, guerras. Nada de eso. ¡No lo conocen! La base de todo, para él y para nosotros, es Jesucristo; pero un Cristo comprometido con la vida digna del pueblo. Por ejemplo, dice:

“Desde el punto de vista de la evangelización, no sirven ni las propuestas místicas sin un fuerte compromiso social y misionero, ni los discursos y praxis sociales o pastorales sin una espiritualidad que transforme el corazón. Esas propuestas parciales y desintegradoras sólo llegan a grupos reducidos y no tienen fuerza de amplia penetración, porque mutilan el Evangelio. Siempre hace falta cultivar un espacio interior que otorgue sentido cristiano al compromiso y a la actividad. Sin momentos detenidos de adoración, de encuentro orante con la Palabra, de diálogo sincero con el Señor, las tareas fácilmente se vacían de sentido, nos debilitamos por el cansancio y las dificultades, y el fervor se apaga. La Iglesia necesita imperiosamente el pulmón de la oración, y me alegra enormemente que se multipliquen en todas las instituciones eclesiales los grupos de oración, de intercesión, de lectura orante de la Palabra, las adoraciones perpetuas de la Eucaristía. Al mismo tiempo, se debe rechazar la tentación de una espiritualidad oculta e individualista, que poco tiene que ver con las exigencias de la caridad y con la lógica de la Encarnación. Existe el riesgo de que algunos momentos de oración se conviertan en excusa para no entregar la vida en la misión, porque la privatización del estilo de vida puede llevar a los cristianos a refugiarse en alguna falsa espiritualidad” (262).

E insiste en la dimensión vertical: “La primera motivación para evangelizar es el amor de Jesús que hemos recibido, esa experiencia de ser salvados por Él que nos mueve a amarlo siempre más… ¡Qué dulce es estar frente a un crucifijo, o de rodillas delante del Santísimo, y simplemente ser ante sus ojos! ¡Cuánto bien nos hace dejar que Él vuelva a tocar nuestra existencia y nos lance a comunicar su vida nueva! La mejor motivación para decidirse a comunicar el Evangelio es contemplarlo con amor, es detenerse en sus páginas y leerlo con el corazón. Si lo abordamos de esa manera, su belleza nos asombra, vuelve a cautivarnos una y otra vez. Para eso urge recobrar un espíritu contemplativo, que nos permita redescubrir cada día que somos depositarios de un bien que humaniza, que ayuda a llevar una vida nueva. No hay nada mejor para transmitir a los demás” (264).

“Toda la vida de Jesús, su forma de tratar a los pobres, sus gestos, su coherencia, su generosidad cotidiana y sencilla, y finalmente su entrega total, todo es precioso y le habla a la propia vida. Cada vez que uno vuelve a descubrirlo, se convence de que eso mismo es lo que los demás necesitan, aunque no lo reconozcan” (265).

Esta dimensión vertical, esta espiritualidad centrada en Cristo, es algo de lo mucho en que el Papa Francisco nos insistió. Pero agregó siempre la dimensión horizontal, para que nuestro seguimiento de Jesús sea pleno:

“Para ser evangelizadores de alma también hace falta desarrollar el gusto espiritual de estar cerca de la vida de la gente, hasta el punto de descubrir que eso es fuente de un gozo superior. La misión es una pasión por Jesús; pero, al mismo tiempo, una pasión por su pueblo. Cuando nos detenemos ante Jesús crucificado, reconocemos todo su amor que nos dignifica y nos sostiene, pero allí mismo, si no somos ciegos, empezamos a percibir que esa mirada de Jesús se amplía y se dirige llena de cariño y de ardor hacia todo su pueblo. Así redescubrimos que Él nos quiere tomar como instrumentos para llegar cada vez más cerca de su pueblo amado. Nos toma de en medio del pueblo y nos envía al pueblo, de tal modo que nuestra identidad no se entiende sin esta pertenencia” (268).

“Jesús mismo es el modelo de esta opción evangelizadora que nos introduce en el corazón del pueblo. ¡Qué bien nos hace mirarlo cercano a todos!… Cautivados por ese modelo, deseamos integrarnos a fondo en la sociedad, compartimos la vida con todos, escuchamos sus inquietudes, colaboramos material y espiritualmente con ellos en sus necesidades, nos alegramos con los que están alegres, lloramos con los que lloran y nos comprometemos en la construcción de un mundo nuevo, codo a codo con los demás. Pero no por obligación, no como un peso que nos desgasta, sino como una opción personal que nos llena de alegría y nos otorga identidad” (269).

ACCIONES

Que el recuerdo del Papa Francisco no se quede en anécdotas, sino en procurar ser dóciles a su ministerio. Seamos muy espirituales, centrados en la oración, en la lectura de la Palabra de Dios, en las celebraciones litúrgicas, pero también muy cercanos a la vida de nuestros pueblos, a sus alegrías y tristezas, para ofrecerles la vida plena que es Jesús.

12 años con el papa Francisco

P. Juan de Dios Martínez, mccj

“Dios es cercanía, compasión y ternura”

El jueves 13 de marzo de 2025 el Papa Francisco celebra el 12º aniversario de su elección como sucesor de Pedro en circunstancias especiales: desde el viernes 14 de febrero se encuentra hospitalizado en el Policlínico Agostino Gemelli de Roma recuperándose de una bronquitis que luego derivó en una neumonía bilateral. A pesar de los desafíos físicos, su espíritu se mantiene firme, reflejando el compromiso inquebrantable de un Papa que ha dedicado estos años a guiar a su pueblo, anunciar el Evangelio y proclamar la misericordia y la ternura de Dios, siempre solicitando que oren por él.

Este aniversario llega en medio de un torrente de oraciones y actos de solidaridad de todo el mundo, donde miles de fieles, desde China hasta Argentina, desde Estados Unidos hasta Roma, se unen en plegarias por su salud. La respuesta a su solicitud de oración, desde la Plaza de San Pedro hasta las comunidades más remotas, es un testimonio de la profunda conexión que Francisco ha cultivado con los fieles a lo largo de su pontificado. En estos doce años, ha sido un Papa “en salida”, viajando incansablemente, enfrentando dificultades y nunca perdiendo la esperanza.

Mensaje del Papa para la Cuaresma

MENSAJE DEL SANTO PADRE
FRANCISCO
PARA LA CUARESMA 2025

Caminemos juntos en la esperanza

Queridos hermanos y hermanas:

Con el signo penitencial de las cenizas en la cabeza, iniciamos la peregrinación anual de la santa cuaresma, en la fe y en la esperanza. La Iglesia, madre y maestra, nos invita a preparar nuestros corazones y a abrirnos a la gracia de Dios para poder celebrar con gran alegría el triunfo pascual de Cristo, el Señor, sobre el pecado y la muerte, como exclamaba san Pablo: «La muerte ha sido vencida. ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está tu aguijón?» ( 1 Co 15,54-55). Jesucristo, muerto y resucitado es, en efecto, el centro de nuestra fe y el garante de nuestra esperanza en la gran promesa del Padre: la vida eterna, que ya realizó en Él, su Hijo amado (cf. Jn 10,28; 17,3).

En esta cuaresma, enriquecida por la gracia del Año jubilar, deseo ofrecerles algunas reflexiones sobre lo que significa caminar juntos en la esperanza y descubrir las llamadas a la conversión que la misericordia de Dios nos dirige a todos, de manera personal y comunitaria.

Antes que nada, caminar. El lema del Jubileo, “Peregrinos de esperanza”, evoca el largo viaje del pueblo de Israel hacia la tierra prometida, narrado en el libro del Éxodo; el difícil camino desde la esclavitud a la libertad, querido y guiado por el Señor, que ama a su pueblo y siempre le permanece fiel. No podemos recordar el éxodo bíblico sin pensar en tantos hermanos y hermanas que hoy huyen de situaciones de miseria y de violencia, buscando una vida mejor para ellos y sus seres queridos. Surge aquí una primera llamada a la conversión, porque todos somos peregrinos en la vida. Cada uno puede preguntarse: ¿cómo me dejo interpelar por esta condición? ¿Estoy realmente en camino o un poco paralizado, estático, con miedo y falta de esperanza; o satisfecho en mi zona de confort? ¿Busco caminos de liberación de las situaciones de pecado y falta de dignidad? Sería un buen ejercicio cuaresmal confrontarse con la realidad concreta de algún inmigrante o peregrino, dejando que nos interpele, para descubrir lo que Dios nos pide, para ser mejores caminantes hacia la casa del Padre. Este es un buen “examen” para el viandante.

En segundo lugar, hagamos este viaje juntos. La vocación de la Iglesia es caminar juntos, ser sinodales. Los cristianos están llamados a hacer camino juntos, nunca como viajeros solitarios. El Espíritu Santo nos impulsa a salir de nosotros mismos para ir hacia Dios y hacia los hermanos, y nunca a encerrarnos en nosotros mismos. Caminar juntos significa ser artesanos de unidad, partiendo de la dignidad común de hijos de Dios (cf. Ga 3,26-28); significa caminar codo a codo, sin pisotear o dominar al otro, sin albergar envidia o hipocresía, sin dejar que nadie se quede atrás o se sienta excluido. Vamos en la misma dirección, hacia la misma meta, escuchándonos los unos a los otros con amor y paciencia.

En esta cuaresma, Dios nos pide que comprobemos si en nuestra vida, en nuestras familias, en los lugares donde trabajamos, en las comunidades parroquiales o religiosas, somos capaces de caminar con los demás, de escuchar, de vencer la tentación de encerrarnos en nuestra autorreferencialidad, ocupándonos solamente de nuestras necesidades. Preguntémonos ante el Señor si somos capaces de trabajar juntos como obispos, presbíteros, consagrados y laicos, al servicio del Reino de Dios; si tenemos una actitud de acogida, con gestos concretos, hacia las personas que se acercan a nosotros y a cuantos están lejos; si hacemos que la gente se sienta parte de la comunidad o si la marginamos. Esta es una segunda llamada: la conversión a la sinodalidad.

En tercer lugar, recorramos este camino juntos en la esperanza de una promesa. La esperanza que no defrauda (cf. Rm 5,5), mensaje central del Jubileo, sea para nosotros el horizonte del camino cuaresmal hacia la victoria pascual. Como nos enseñó el Papa Benedicto XVI en la Encíclica Spe salvi, «el ser humano necesita un amor incondicionado. Necesita esa certeza que le hace decir: “Ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro” ( Rm 8,38-39)». Jesús, nuestro amor y nuestra esperanza, ha resucitado, y vive y reina glorioso. La muerte ha sido transformada en victoria y en esto radica la fe y la esperanza de los cristianos, en la resurrección de Cristo.

Esta es, por tanto, la tercera llamada a la conversión: la de la esperanza, la de la confianza en Dios y en su gran promesa, la vida eterna. Debemos preguntarnos: ¿poseo la convicción de que Dios perdona mis pecados, o me comporto como si pudiera salvarme solo? ¿Anhelo la salvación e invoco la ayuda de Dios para recibirla? ¿Vivo concretamente la esperanza que me ayuda a leer los acontecimientos de la historia y me impulsa al compromiso por la justicia, la fraternidad y el cuidado de la casa común, actuando de manera que nadie quede atrás?  

Hermanas y hermanos, gracias al amor de Dios en Jesucristo estamos protegidos por la esperanza que no defrauda (cf. Rm 5,5). La esperanza es “el ancla del alma”, segura y firme. En ella la Iglesia suplica para que «todos se salven» ( 1 Tm 2,4) y espera estar un día en la gloria del cielo unida a Cristo, su esposo. Así se expresaba santa Teresa de Jesús: «Espera, espera, que no sabes cuándo vendrá el día ni la hora. Vela con cuidado, que todo se pasa con brevedad, aunque tu deseo hace lo cierto dudoso, y el tiempo breve largo» ( Exclamaciones del alma a Dios, 15, 3).

Que la Virgen María, Madre de la Esperanza, interceda por nosotros y nos acompañe en el camino cuaresmal.

Roma, San Juan de Letrán, 6 de febrero de 2025, memoria de los santos Pablo Miki y compañeros, mártires.

FRANCISCO

Descargar AQUI

Por la recuperación del Papa

Hechos

Durante los últimos días, la salud del Papa Francisco se ha deteriorado. No lo deseamos, pero no se excluye el peligro de muerte, como lo han dicho sus médicos. Todos en la Iglesia hemos intensificado nuestra oración por que se recupere y continúe la misión que el Espíritu Santo le ha confiado. También no creyentes han expresado su solidaridad con el momento que está viviendo. Sin embargo, cuando sucediere su muerte, que esperamos no sea pronto, la Iglesia continúa, pues no es obra de una persona, sino de Dios.

Desde hace tiempo, no han faltado incluso clérigos que piden a Dios que ya termine el ministerio de este Papa. Unos lo han desconocido como legítimo sucesor de Pedro. Otros no están conformes con sus insistencias doctrinales y pastorales, como si se hubiera apartado de la Tradición; le critican la dimensión social de su magisterio, como si debiera reducirse a rezar y predicar un Evangelio sin incidencias para la vida y para las situaciones que vive la humanidad. No están conformes con que dé más lugar a las mujeres en puestos claves de gobierno pastoral, que insista en el amor misericordioso y liberador a los pobres, que se preocupe por el cuidado de la “casa común”, que tenga apertura a otras religiones y tradiciones religiosas, que impulse la sinodalidad eclesial, etc. Muchos de estos críticos no han aceptado tampoco la renovación promovida desde el Concilio Vaticano II.

Las críticas a los papas no son novedad. Desde que yo recuerdo, las hubo contra el Papa Pío XII, como si no hubiera defendido a los judíos del exterminio nazi, lo cual es falso; contra el papa Juan XXIII, por iniciar la renovación de la Iglesia, pues querían que siguiéramos en el siglo XVI con Trento; contra el Papa Pablo VI, por impulsar toda la renovación que se había propuesto el Concilio; contra Juan Pablo I, por la sencillez de las pocas alocuciones que tuvo; contra Juan Pablo II, por su resistencia a exageraciones marxistas de cierta teología de la liberación de aquellos tiempos; contra Benedicto XVI, por  insistir en valores fundamentales del cristianismo y como si no abordara problemas sociales de la actualidad, lo cual es inexacto. Estos críticos tienen una visión muy restringida y algunos no conocen la profundidad y oportunidad del magisterio de estos Papas, ni de su forma de ser y actuar. Yo también tenía cierta desconfianza cuando eligieron al Papa Francisco, porque conocía unos detalles de su personalidad, un poco seco, distante y reservado, cosas que su ministerio le hicieron cambiar totalmente. Es el Espíritu Santo quien guía a su Iglesia y hemos de confiar en que El la dirige según las necesidades del momento.

Iluminación

Ante todo, contamos con la afirmación contundente de Jesús: “Yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra construiré mi Iglesia, y los poderes del abismo no la vencerán. Te daré las llaves del Reino de los cielos, lo que ates en la tierra será atado en los cielos, y lo que desates en la tierra será desatado en los cielos” (Mt 16, 18-19). Esto nos da la certeza y la garantía de que ningún poder, ni la muerte de un Papa, acabará con la Iglesia; ni siquiera nuestros propios pecados y limitaciones.

El 24 de noviembre de 2013, a los pocos meses de haber sido elegido, el Papa Francisco quiso continuar el proceso de revisión en la forma de ejercer su ministerio. Escribió: “Debo pensar en una conversión del papado. Me corresponde, como Obispo de Roma, estar abierto a las sugerencias que se orienten a un ejercicio de mi ministerio que lo vuelva más fiel al sentido que Jesucristo quiso darle y a las necesidades actuales de la evangelización. El Papa Juan Pablo II pidió que se le ayudara a encontrar ‘una forma del ejercicio del primado que, sin renunciar de ningún modo a lo esencial de su misión, se abra a una situación nueva’. Hemos avanzado poco en ese sentido” (EG 32).

Cambian las personas y los estilos de cada Papa, pero no su identidad y misión, como dice el Concilio Vaticano II en su Constitución sobre la Iglesia: “El Romano Pontífice tiene sobre la Iglesia, en virtud de su cargo, es decir, como Vicario de Cristo y Pastor de toda la Iglesia, plena, suprema y universal potestad, que puede siempre ejercer libremente… El Señor estableció solamente a Simón como roca y portador de las llaves de la Iglesia (Mt 16,18-19) y le constituyó Pastor de toda su grey (Jn 21,15ss)” (LG 22). “El Romano Pontífice, como sucesor de Pedro, es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad así de los obispos como de la multitud de los fieles” (LG 23).

Acciones

Sigamos orando por la plena recuperación del Papa Francisco, pero no nos angustiemos; la Iglesia es de Jesucristo y la guía permanentemente por su Espíritu Santo. Mantengámonos unidos y firmes en torno al Papa Francisco.

+Felipe Cardenal Arizmendi
Obispo emérito de San Cristóbal de las casas

Mensaje del Papa para la Jornada Mundial de la Paz

Perdona nuestras ofensas, concédenos tu paz

I. Escuchando el grito de la humanidad amenazada

1. Al inicio de este nuevo año que nos da el Padre celestial, tiempo jubilar dedicado a la esperanza, dirijo mi más sincero deseo de paz a toda mujer y hombre, en particular a quien se siente postrado por su propia condición existencial, condenado por sus propios errores, aplastado por el juicio de los otros, y ya no logra divisar ninguna perspectiva para su propia vida. A todos ustedes, esperanza y paz, porque este es un Año de gracia que proviene del Corazón del Redentor.

2. En el 2025 la Iglesia católica celebra el Jubileo, evento que colma los corazones de esperanza. El “jubileo” se remonta a una antigua tradición judía, cuando el sonido de un cuerno de carnero —en hebreo yobel— anunciaba, cada cuarenta y nueve años, uno de clemencia y liberación para todo el pueblo (cf. Lv 25,10). Este solemne llamamiento debía resonar idealmente en todo el mundo (cf. Lv 25,9), para restablecer la justicia de Dios en distintos ámbitos de la vida: en el uso de la tierra, en la posesión de los bienes, en la relación con el prójimo, sobre todo respecto a los más pobres y a quienes habían caído en desgracia. El sonido del cuerno recordaba a todo el pueblo —al que era rico y al que se había empobrecido— que ninguna persona viene al mundo para ser oprimida; somos hermanos y hermanas, hijos del mismo Padre, nacidos para ser libres según la voluntad del Señor (cf. Lv 25,17.25.43.46.55).

3. También hoy, el Jubileo es un evento que nos impulsa a buscar la justicia liberadora de Dios sobre toda la tierra. Al comienzo de este Año de gracia, en lugar del cuerno nosotros quisiéramos ponernos a la escucha del «grito desesperado de auxilio» que, como la voz de la sangre de Abel el justo, se eleva desde muchas partes de la tierra (cf. Gn 4,10), y que Dios nunca deja de escuchar. También nosotros nos sentimos llamados a ser voz de tantas situaciones de explotación de la tierra y de opresión del prójimo. Dichas injusticias asumen a menudo la forma de lo que san Juan Pablo II definió como «estructuras de pecado», porque no se deben sólo a la iniquidad de algunos, sino que se han consolidado —por así decirlo— y se sostienen en una complicidad extendida.

4. Cada uno de nosotros debe sentirse responsable de algún modo por la devastación a la que está sometida nuestra casa común, empezando por esas acciones que, aunque sólo sea indirectamente, alimentan los conflictos que están azotando la humanidad. Así se fomentan y se entrelazan desafíos sistémicos, distintos pero interconectados, que asolan nuestro planeta. Me refiero, en particular, a las disparidades de todo tipo, al trato deshumano que se da a las personas migrantes, a la degradación ambiental, a la confusión generada culpablemente por la desinformación, al rechazo de toda forma de diálogo, a las grandes inversiones en la industria militar. Son todos factores de una amenaza concreta para la existencia de la humanidad en su conjunto. Por tanto, al comienzo de este año queremos ponernos a la escucha de este grito de la humanidad para que todos, juntos y personalmente, nos sintamos llamados a romper las cadenas de la injusticia y, así, proclamar la justicia de Dios. Hacer algún acto de filantropía esporádico no es suficiente. Se necesitan, por el contrario, cambios culturales y estructurales, de modo que también se efectúe un cambio duradero.

II. Un cambio cultural: todos somos deudores

5. El evento jubilar nos invita a emprender diversos cambios, para afrontar la actual condición de injusticia y desigualdad, recordándonos que los bienes de la tierra no están destinados sólo a algunos privilegiados, sino a todos. Puede ser útil recordar lo que escribía san Basilio de Cesarea: «¿Qué cosa, dime, te pertenece? ¿De dónde la has tomado para ponerla en tu vida? […] ¿Acaso no saliste desnudo del vientre de tu madre?, ¿no tornarás desnudo nuevamente a la tierra? Los bienes presentes, ¿de dónde te vienen? Si dices del azar, eres impío, porque no reconoces al Creador, ni das gracias al que te ha dado». Cuando falta la gratitud, el hombre deja de reconocer los dones de Dios. Sin embargo, el Señor, en su misericordia infinita, no abandona a los hombres que pecan contra Él; confirma más bien el don de la vida con el perdón de la salvación, ofrecido a todos mediante Jesucristo. Por eso, enseñándonos el “Padre nuestro”, Jesús nos invita a pedir: «Perdona nuestras ofensas» (Mt 6,12).

6. Cuando una persona ignora el propio vínculo con el Padre, comienza a albergar la idea de que las relaciones con los demás puedan ser gobernadas por una lógica de explotación, donde el más fuerte pretende tener el derecho de abusar del más débil. Como las élites en el tiempo de Jesús, que se aprovechaban de los sufrimientos de los más pobres, así hoy en la aldea global interconectada, el sistema internacional, si no se alimenta de lógicas de solidaridad y de interdependencia, genera injusticias, exacerbadas por la corrupción, que atrapan a los países más pobres. La lógica de la explotación del deudor también describe sintéticamente la actual “crisis de la deuda” que afecta a diversos países, sobre todo del sur del mundo.

7. No me canso de repetir que la deuda externa se ha convertido en un instrumento de control, a través del cual algunos gobiernos e instituciones financieras privadas de los países más ricos no tienen escrúpulos de explotar de manera indiscriminada los recursos humanos y naturales de los países más pobres, a fin de satisfacer las exigencias de los propios mercados. A esto se agrega que diversas poblaciones, más abrumadas por la deuda internacional, también se ven obligadas a cargar con el peso de la deuda ecológica de los países más desarrollados. La deuda ecológica y la deuda externa son dos caras de una misma moneda de esta lógica de explotación que culmina en la crisis de la deuda. Pensando en este Año jubilar, invito a la comunidad internacional a emprender acciones de remisión de la deuda externa, reconociendo la existencia de una deuda ecológica entre el norte y el sur del mundo. Es un llamamiento a la solidaridad, pero sobre todo a la justicia.

8. El cambio cultural y estructural para superar esta crisis se realizará cuando finalmente nos reconozcamos todos hijos del Padre y, ante Él, nos confesemos todos deudores, pero también todos necesarios, necesitados unos de otros, según una lógica de responsabilidad compartida y diversificada. Podremos descubrir «definitivamente que nos necesitamos y nos debemos los unos a los otros».

III. Un camino de esperanza: tres acciones posibles

9. Si nos dejamos tocar el corazón por estos cambios necesarios, el Año de gracia del jubileo podrá reabrir la vía de la esperanza para cada uno de nosotros. La esperanza nace de la experiencia de la misericordia de Dios, que es siempre ilimitada.

Dios, que no debe nada a nadie, continúa otorgando sin cesar gracia y misericordia a todos los hombres. Isaac de Nínive, un Padre de la Iglesia oriental del siglo VII, escribía: «Tu amor es más grande que mis ofensas. Insignificantes son las olas del mar respecto al número de mis pecados; pero, si pesamos mis pecados, respecto a tu amor, se esfuman como la nada». Dios no calcula el mal cometido por el hombre, sino que es inmensamente «rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó» (Ef 2,4). Al mismo tiempo, escucha el grito de los pobres y de la tierra. Bastaría detenerse un momento, al inicio de este año, y pensar en la gracia con la que cada vez perdona nuestros pecados y condona todas nuestras deudas, para que nuestro corazón se inunde de esperanza y de paz.

10. Por eso Jesús, en la oración del “Padre nuestro”, establece una afirmación muy exigente: «como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden», después de que hemos pedido al Padre la remisión de nuestras ofensas (cf. Mt 6,12). Para perdonar una ofensa a los demás y darles esperanza es necesario, en efecto, que la propia vida esté llena de esa misma esperanza que llega de la misericordia de Dios. La esperanza es sobreabundante en la generosidad, no calcula, no exige cuentas a los deudores, no se preocupa de la propia ganancia, sino que tiene como punto de mira un sólo fin: levantar al que está caído, vendar los corazones heridos, liberar de toda forma de esclavitud.

11. Al inicio de este Año de gracia, quisiera, por tanto, sugerir tres acciones que puedan restaurar la dignidad en la vida de poblaciones enteras y volver a ponerlas en camino sobre la vía de la esperanza, para que se supere la crisis de la deuda y todos puedan volver a reconocerse deudores perdonados.

Sobre todo, retomo el llamamiento lanzado por san Juan Pablo II con ocasión del Jubileo del año 2000, de pensar «en una notable reducción, si no en una total condonación, de la deuda internacional, que grava sobre el destino de muchas naciones». Que, reconociendo la deuda ecológica, los países más ricos se sientan llamados a hacer lo posible para condonar las deudas de esos países que no están en condiciones de devolver lo que deben. Ciertamente, para que no se trate de un acto aislado de beneficencia, que lleve a correr el riesgo de desencadenar nuevamente un círculo vicioso de financiación-deuda, es necesario, al mismo tiempo, el desarrollo de una nueva arquitectura financiera, que lleve a la creación de un Documento financiero global, fundado en la solidaridad y la armonía entre los pueblos.

Además, pido un compromiso firme para promover el respeto de la dignidad de la vida humana, desde la concepción hasta la muerte natural, para que toda persona pueda amar la propia vida y mirar al futuro con esperanza, deseando el desarrollo y la felicidad para sí misma y para sus propios hijos. Sin esperanza en la vida, en efecto, es difícil que surja en el corazón de los más jóvenes el deseo de generar otras vidas. Aquí, en particular quisiera invitar una vez más a un gesto concreto que pueda favorecer la cultura de la vida. Me refiero a la eliminación de la pena de muerte en todas las naciones. Esta medida, en efecto, además de comprometer la inviolabilidad de la vida, destruye toda esperanza humana de perdón y de renovación.

Me atrevo también a volver a lanzar otro llamamiento, apelándome a san Pablo VI y a Benedicto XVI, para las jóvenes generaciones, en este tiempo marcado por las guerras: utilicemos al menos un porcentaje fijo del dinero empleado en los armamentos para la constitución de un Fondo mundial que elimine definitivamente el hambre y facilite en los países más pobres actividades educativas también dirigidas a promover el desarrollo sostenible, contrastando el cambio climático. Debemos buscar que se elimine todo pretexto que pueda impulsar a los jóvenes a imaginar el propio futuro sin esperanza, o bien como una expectativa para vengar la sangre de sus seres queridos. El futuro es un don para superar los errores del pasado, para construir nuevos caminos de paz.

IV. La meta de la paz

12. Aquellos que emprenderán, por medio de los gestos sugeridos, el camino de la esperanza, podrán ver cada vez más cercana la tan anhelada meta de la paz. El salmista nos confirma en esta promesa: cuando «el Amor y la Verdad se encontrarán, la Justicia y la Paz se abrazarán» ( Sal 85,11). Cuando me despojo del arma del préstamo y restituyo la vía de la esperanza a una hermana o a un hermano, contribuyo al restablecimiento de la justicia de Dios en esta tierra y me encamino con esta persona hacia la meta de la paz. Como decía san Juan XXIII, la verdadera paz sólo podrá nacer de un corazón desarmado de la angustia y el miedo de la guerra.

13. Que el 2025 sea un año en el que crezca la paz. Esa paz real y duradera, que no se detiene en las objeciones de los contratos o en las mesas de compromisos humanos. Busquemos la verdadera paz, que es dada por Dios a un corazón desarmado: un corazón que no se empecina en calcular lo que es mío y lo que es tuyo; un corazón que disipa el egoísmo en la prontitud de ir al encuentro de los demás; un corazón que no duda en reconocerse deudor respecto a Dios y por eso está dispuesto a perdonar las deudas que oprimen al prójimo; un corazón que supera el desaliento por el futuro con la esperanza de que toda persona es un bien para este mundo.

14. El desarme del corazón es un gesto que involucra a todos, a los primeros y a los últimos, a los pequeños y a los grandes, a los ricos y a los pobres. A veces, es suficiente algo sencillo, como «una sonrisa, un gesto de amistad, una mirada fraterna, una escucha sincera, un servicio gratuito». Con estos pequeños-grandes gestos, nos acercamos a la meta de la paz y la alcanzaremos más rápido; es más, a lo largo del camino, junto a los hermanos y hermanas reunidos, nos descubriremos ya cambiados respecto a cómo habíamos partido. En efecto, la paz no se alcanza sólo con el final de la guerra, sino con el inicio de un mundo nuevo, un mundo en el que nos descubrimos diferentes, más unidos y más hermanos de lo que habíamos imaginado.

15. ¡Concédenos tu paz, Señor! Esta es la oración que elevo a Dios, mientras envío mis mejores deseos para el año nuevo a los jefes de estado y de gobierno, a los responsables de las organizaciones internacionales, a los líderes de las diversas religiones, a todas las personas de buena voluntad.

Perdona nuestras ofensas, Señor,
como nosotros perdonamos a los que nos ofenden,
y en este círculo de perdón concédenos tu paz,
esa paz que sólo Tú puedes dar
a quien se deja desarmar el corazón,
a quien con esperanza quiere remitir las deudas de los propios hermanos,
a quien sin temor confiesa de ser tu deudor,
a quien no permanece sordo al grito de los más pobres.

Vaticano, 8 de diciembre de 2024
FRANCISCO

Descargar el mensaje completo