De México a Colombia. Retos y alegrías de la misión

El sacerdote comboniano Guillermo Aguiñaga Pantoja, ha realizado su actividad misionera en Polonia, Sudán del Sur y México. A inicios de febrero pasado, el padre Guillermo se incorporó al trabajo de la parroquia María Madre del Buen Pastor en la comunidad de Charco Azul, en Cali, Colombia. De 2018 a 2024, vivió entre los indígenas de la sierra de Zongolica, en el estado de Veracruz, experiencia que nos comparte en este texto.

Por: P. Guillermo Aguñaga Pantoja, mccj
Desde Cali, Colombia

No cabe duda de que el Señor sigue confiando en uno. Después de 40 años como religioso misionero comboniano, y 35 años como sacerdote, no queda más que decir gracias. Las fuerzas, la edad, los trabajos, la entrega y tantas otras cosas ya no son las mismas, pero la fidelidad y bondad de Dios siempre están ahí. Él se sigue fijando en mí para continuar con la misión que me ha encomendado y que yo libremente acepté.

Reconozco que no ha sido del todo fácil. He tenido pruebas, retos, dificultades, miles de sorpresas, aventuras, tristezas, alegrías y momentos grises y brillantes, pero Él nunca me ha dejado solo. Cómo olvidar a tanta gente que Dios ha puesto en mi camino: mis padres, mis hermanos, familia, amigos, bienhechores, compañeros y un sinnúmero de fieles y personas que he encontrado en los diferentes lugares donde he estado compartiendo mi vida y mi fe… Si les hablara de todas y cada una de estas experiencias no terminaría, pero sí me gustaría decir que aprecio y valoro cada una de ellas y las asumo como una gran bendición. De todas he aprendido a crecer y aceptar mis límites y toda clase de retos y de pruebas.

Misión de Comalapa, en la Sierra de Zongolica

Luego de tantas experiencias misioneras durante 29 años, en 2018 el Señor me concedió un nuevo reto: trabajar en la misión de la Sierra de Zongolica, en el bello estado de Veracruz. La parroquia, dedicada a san José, está situada en el poblado de Comalapa, perteneciente a la diócesis de Orizaba. Comalapa está rodeado de bellas montañas y acantilados; para llegar ahí hay que viajar unas dos horas por carreteras sinuosas y grandes pendientes. La parroquia está compuesta por 50 localidades o pueblitos y casi el 90 por ciento de su población es de origen náhuatl, aunque un buen número habla español. La población total suma unas 17 mil personas.

Quiero compartirles esta última experiencia misionera, no porque sea más importante que las otras que Dios me ha concedido, sino porque aún está fresca en mi mente y porque ha representado una gran oportunidad para reinventarme y volver a conocer mejor las raíces de la cultura y sus tradiciones. Así es, en la parroquia se sentía un ambiente sagrado, lleno de mucha fe, tradiciones, costumbres y ritos que aún se mantienen vivos.

Fue bonito recorrer los caminos, veredas y senderos a través de las montañas para llegar a cada una de las comunidades, visitar a las familias en sus casas o atender a los enfermos. Cualquier celebración se convierte en fiesta, a la que todos están invitados a participar. Es impresionante la cantidad y variedad de alimentos que preparan. Todos cooperan y alcanza para todos, incluso para llevar a casa.

Ritos y celebraciones

Fue motivo de gran alegría y satisfacción vivir entre esa gente humilde y sencilla. Sus danzas y ritos enriquecían cada uno de nuestros actos litúrgicos y celebraciones. Cómo olvidar el Xochikoscatl o rito de purificación dado por los ancianos del pueblo, que te llenaban de incienso y te ponían un collar, una corona y un ramo de flores, que representan la dignidad, el respeto y el poder para proclamar y celebrar sagradamente la eucaristía. Es la bendición que te otorgan para entrar al recinto sagrado.

También celebran el Xochitlali, un rito en el que se utilizan varios elementos, como comida (mole, tamales, sopa, tortillas y pan) y bebidas (atole, café, champurrado, licor, tequila, cerveza, etcétera) y otras cosas. Todas estas ofrendas se meten en un pequeño hoyo después de haber rezado e invocado a Dios en la lengua local. A continuación se cubre el agujero con la misma tierra y se vuelven a poner flores. Este ritual se utiliza para pedir permiso al Creador por una nueva obra, por un año de bendiciones, para pedir perdón por situaciones adversas, para pedir lluvia o una buena cosecha. Con todo esto demuestran una profunda y auténtica fe que manifiestan orgullosamente. Aunque algunos no profesen la religión católica o estén alejados, no se pierden las fiestas y las grandes celebraciones.

Todo esto parecería folclor, pero para quien lo vive y experimenta constituye una gran riqueza y bendición, porque logras renovarte y transformarte de manera increíble. Me siento agradecido con Dios porque esto me llenó de alegría, tocó mi vida y renovó mi vocación misionera.

También agradezco al obispo de Orizaba, Eduardo Cervantes Merino, que nos concedió colaborar y llevar nuestro carisma comboniano a ese lugar y por haberme hecho sentir como hermano entre el presbiterio diocesano. Mi aprecio y cariño a todos esos fieles por haberme aceptado como uno de ellos. A pesar de mis límites, siento haber dado todo lo mejor de mí y haberme entregado en esa bella misión de Comalapa.

Nueva misión en Colombia

Ahora que estoy mayor, y cuando pensaba que me iba a dormir en mis laureles, recibí un llamado para salir a una nueva misión. Se me presentaron varias opciones y al final me propusieron ir a Colombia. Parece fácil, quizá porque es la misma lengua y con cosas más o menos similares a mi país, pero mirándola fijamente, también hay diferencias y nuevas cosas que aprender. Con todo esto, siento que el Señor me ha consentido, siempre camina a mi lado y me da nuevos bríos para comenzar esta nueva aventura.

Me recibieron de maravilla todos mis hermanos combonianos que trabajan acá. Me siento en casa y como un niño que aprende y mira con curiosidad y admiración todas las cosas, personas, lugares, historia, cultura y costumbres de este país. Mi nuevo destino es la parroquia María Madre del Buen Pastor, entre la población de mayoría afrocolombiana.

Tiempo de dudas

Por: P. Rafael Pérez Moreno, mccj
desde Guatemala

Cuando llegué a Guatemala en noviembre de 2022 me destinaron a Casa Comboni, una comunidad para la animación misionera y la promoción vocacional donde también tenemos un centro para la formación en temáticas actuales de los líderes parroquiales. Estoy comprometido un poco con todo, pero me pidieron de forma especial que centrara mi servicio en la promoción vocacional y, desde entonces, acompaño a jóvenes guatemaltecos con inquietudes misioneras. Siempre es bonito trabajar en el mundo juvenil, aunque sea necesaria mucha paciencia porque no siempre se ven los resultados de manera inmediata. Los jóvenes cambian mucho, lo que no quiere decir que sean contradictorios, sino solo que están atravesando un período en sus vidas donde son normales las dudas y las incertidumbres. Estando con ellos siento a veces que no sé por dónde me van a salir, pero también sé que mi presencia cercana puede ayudarles mucho y eso me da ánimos.

Una parte importante de mi trabajo consiste en recorrer parroquias, grupos juveniles y colegios, pero también participar en las expo vocacionales, que son encuentros eclesiales donde se presentan a los jóvenes las múltiples vocaciones que ofrece la Iglesia para vivir un compromiso cristiano, incluida la vida religiosa. Solemos ir religiosos y religiosas de diversas congregaciones para presentarnos y yo, como comboniano, siempre hablo del carisma misionero ad gentes. Las expo vocacionales son ocasiones magníficas para conocer a jóvenes e invitarlos a venir a las convivencias que organizo todos los primeros fines de semana de mes.

Conozco y hablo con muchos chicos durante mis visitas, pero la realidad es que son muy pocos los que responden positivamente a la invitación para participar en las convivencias, y menos todavía los que se animan a entrar en un proceso de acompañamiento más personalizado. Durante estos dos años he podido comprender que los guatemaltecos, y en general los pueblos latinoamericanos, están muy arraigados a la familia y a la tierra, por eso cuando decimos a los jóvenes que nuestro carisma exige salir fuera del propio país durante largos períodos de la vida, aprender otras lenguas, convivir con culturas diferentes y hacerlo con una mentalidad abierta, se van alejando poco a poco. No importa, aunque sean pocos los candidatos a la vida misionera que les propongo, todos los que participan en las convivencias reciben una formación humana y religiosa que estoy seguro de que les ayudará en sus vidas.

Durante el año realizamos dos o tres campos de misión con los jóvenes. Tienen lugar en Navidad y Pascua, pero también en Cuaresma, que son tiempos litúrgicos que en Guatemala se experimentan de una manera muy vivencial. Solemos ir a nuestra parroquia de San Luis de Petén, en el norte del país, e invitamos a los jóvenes a integrarse en las comunidades cristianas. No solo participan en los actos religiosos, sino que también visitan a los enfermos e incluso organizan encuentros con los jóvenes locales. Así se dan cuenta de que los combonianos somos de diferentes nacionalidades y trabajamos con un marcado estilo misionero.

Como promotor vocacional doy mucha importancia a la capacidad de escucha y a la empatía, que es un actitud humana que nos hace capaces de ponernos en la piel de los de-más y darnos cuenta de lo que están viviendo. Cada joven es diferente y hay que tener mucha paciencia, darle tiempo y no juzgar demasiado rápido. Los jóvenes están un poco saturados de información y un poco descentrados, por eso intento ayudarles a crecer en lo que yo llamo «criterio propio», para que sean críticos a las realidades de la vida y se den cuenta de que no todo vale. Me gusta empoderarlos y decirles que tienen muchos valores y virtudes, que sepan explotarlos y que no piensen solo en lo más cómodo y gratificante a corto plazo.

Si todo va bien, en febrero podrían entrar en el postulantado comboniano de Costa Rica tres jóvenes guatemaltecos a los que estoy acompañando: José, Julio y Nelson. Cada uno es diferente, pero todos han hecho un bonito camino. El curso aquí termina en diciembre, mes en el que escribo. Si todos aprueban y los exámenes psicológicos son favorables, la decisión será suya.

José viene de una familia muy sencilla. Dejó de estudiar para echar una mano en el negocio familiar, una pequeña tienda de frutas y productos perecederos. Un día me dijo: «Quiero ser como usted», y yo me quedé extrañado. Cuando le pregunté qué quería decir, me respondió que tenía muchas ganas de ayudar a la gente y hablarles de la Palabra de Dios, pero que sabía que no tenía la preparación necesaria y su familia no tenía recursos para ayudarle con los estudios. Comenzamos un proceso juntos, hablé con su familia y al final consiguió compaginar el trabajo con los estudios. Ahora está a punto de obtener el graduado de acceso a la universidad para adultos.

Aunque Julio y Nelson son de ciudades distintas, es curioso que ambos están estudiando para ser contables. Julio vive en Retalhuléu y Nelson en Alotenango, dos departamentos lejanos a la capital, lo que no les impide participar en las convivencias. Julio tiene facilidad para interactuar con los demás, tiene inquietud y es bastante religioso. Nelson es muy bromista, jovial y sabe ver lo positivo en todo, lo que no es una cualidad menor. Visito periódicamente a sus familias y paso días enteros conviviendo con ellas para conocerlas y que ellas me conozcan a mí. Ojalá sigan adelante con fe y esperanza, sorteando todas las dificultades y lleguen a ser buenos misioneros combonianos.

Comunidad católica internacional: Misa internacional en Hawassa

Por: P. Pedro Pablo Hernández, mccj
Desde Hawassa, Etiopía

Entre los varios servicios pastorales que tengo en mi nueva misión, también se encuentra el de celebrar la misa cada Domingo a la pequeña comunidad de católicos extranjeros en la ciudad.

La Eucaristía la tenemos a las 8:00am en la capilla de la misión debido a que la Catedral se encuentra ocupada toda la mañana con dos misas; una en lengua amárico y posteriormente otra en lengua Sidamo.

Nuestra misa es en inglés, recibiendo personas o familias procedentes de varias partes del mundo que han decidido vivir aquí o que están de paso, y también tenemos algunas Hermanas Religiosas que participan regularmente.

Entre nuestros cristianos hay algunos, tal como se puede ver en la foto, que son de Sudan, España, Etiopía, Inglaterra, Sir Lanka y México. También hay otros que son originarios de Italia, Filipinas, Corea, Uganda, Austria, India, Ruanda, Polonia, Chile, Alemania, etc.  No son un gran número de fieles que se juntan, pues algunos sólo están de visita, pero todos participan con profunda espiritualidad. ¡Son un testimonio muy positivo de fortaleza en su fe!

El hecho de que gentes procedentes de varios continentes, razas, culturas y con diferentes edades nos pongamos juntos a escuchar la Palabra de Dios, a orar y a participar en el Banquete del Señor en la iglesia, es un signo visible de la catolicidad y universalidad de la Iglesia, que manifiesta su unidad dentro de la gran diversidad universal. Vivimos juntos un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo. Después de la comunión, para subrayar nuestra riqueza en la diversidad, tenemos un himno en la lengua de algunos de los participantes. Hemos tenido algunos cantos en italiano, tagalo, coreano e incluso en árabe.

Nuestra misa dominical también ofrece gran apoyo espiritual a todos los que participamos pues siendo los católicos una minoría, menos del 1% de los 120 millones de etíopes, el acto en sí de juntarnos para compartir nuestra fe nos llena enormemente del Espíritu de nuestro Señor y nos fortalece el alma.

El constatar todo lo que vivimos, me motiva a orar a Dios por todos los cristianos que viven fuera de su tierra (las razones son muchas, algunas por opción y otras por no tener otra opción) quienes, además de enfrentar los desafíos diarios que encuentran como extranjeros, también se dan un tiempo para buscar, procurar y alimentar su espíritu en la Iglesia con el fin de fortalecerse y llevar sus vidas adelante lo mejor que pueden. Ciertamente, también doy gracias a Dios, una vez más, por su gran testimonio.

(La foto es del domingo pasado, primer domingo de cuaresma, donde decidimos poner la ceniza debido a que el miércoles no pudieron participar. Por eso se puede ver la ceniza, en forma de cruz, sobre nuestras frentes).

Iglesia en Gumuz, Etiopía: compromiso por la paz y relanzamiento de la pastoral

Por: P. Isaías Sangwera Nyakundi, mccj
Desde: Gublak, Etiopía

comboni.org

Etiopía es un país de gran diversidad cultural, lingüística y religiosa. Con el tiempo, el fortalecimiento del sentimiento de identidad, alimentado también por la definición constitucional de «república federal», ha contribuido a la escalada de tensiones entre los distintos grupos, tanto en las relaciones internas como en las relaciones entre los estados regionales y el gobierno central. [En la foto, el padre Isaias Sangwera, comboniano con los gumuz, da las gracias a la ONG Cnewa].

El estado regional de Benishangul-Gumuz está situado al oeste del país, en la zona de Metekel, y limita al norte y noreste con la región de Amhara, al sur y sureste con las regiones de Oromia y Gambela, y al oeste con Sudán. La capital regional, Assosa, está situada a unos 680 kilómetros al oeste de Addis Abeba. La mayoría de sus habitantes son de etnia gumuz, un pueblo de origen nilótico, no muy numeroso (unos 200.000) pero que abarca un vasto territorio y habita actualmente tanto en Etiopía como en Sudán. En Etiopía, los gumuz permanecieron al margen de la sociedad etíope durante muchos siglos. En las últimas décadas han adquirido derechos propios y control sobre sus tierras y responsabilidad política gracias al ascenso de su propia élite en la gestión del poder. Agroclimáticamente, la mayor parte de la región se sitúa entre los 580 y los 2730 metros sobre el nivel del mar. Está dotada de enormes recursos naturales, como bosques, tierras de cultivo y agua.

La Iglesia católica

La primera misión católica de la región fue abierta en 2000 por las hermanas misioneras combonianas en Mandura. Los combonianos les siguieron y abrieron dos comunidades apostólicas en Gilgel Beles en 2003 y en Gublak en 2011. Benishangul-Gumuz es una zona de primera evangelización y de compromiso con la promoción humana y el desarrollo, llevado a cabo principalmente en los sectores de la educación y la sanidad. Desde hace unos cuatro años, por desgracia, la zona -como varias otras regiones de Etiopía- es escenario de combates que han puesto a dura prueba la vida de la población.

La misión católica de Gublak fue la más afectada y sufrió las peores consecuencias del conflicto. Cuando estallaron los combates, la población se vio obligada a huir para ponerse a salvo. Los misioneros habíamos optado por quedarnos solos en la zona, pero al empeorar la situación, también nos vimos obligados a abandonarla. La población en general, pero también nuestras comunidades cristianas, experimentaron inseguridad, inestabilidad, saqueos, asesinatos, y varios jóvenes católicos se unieron a las milicias rebeldes.

A nuestro regreso en 2022, junto con miles de personas que también habían vuelto, habíamos celebrado con los fieles la gran solemnidad del Mesqel (la Cruz) con una misa solemne en la víspera, encendiendo el tradicional gran fuego de la bendición (demerà), una hoguera litúrgica, con bailes, cantos y gritos de alegría. En los enfrentamientos interétnicos que se han producido en los últimos años en torno a las misiones de Gilgel Beles y Gublak, hemos sido una fuente de aliento para todos los gumuz. A veces vistos con recelo por el gobierno, a veces hemos sido convocados por las agencias de inteligencia de seguridad.

Algunos misioneros de Gublak fueron incluso detenidos durante un tiempo y nuestros vehículos fueron confiscados temporalmente bajo la sospecha de que se utilizaban para el contrabando de bienes robados o, peor aún, para comunicarse secretamente con los rebeldes.

Años de conflicto

En los últimos años, por tanto, nuestras actividades y la fe de las comunidades cristianas se han visto puestas a prueba. Como misioneros y misioneras en esta zona, hemos optado por permanecer junto a la población a pesar de los peligros. Hemos sufrido las consecuencias de nuestras opciones misioneras. Desde nuestro regreso, hemos centrado nuestro trabajo en animar a los miembros de los diversos grupos étnicos a vivir en unidad y coexistencia pacífica. Más aún en este año jubilar centrado en la esperanza. Hemos reanudado la organización de iniciativas de formación cristiano-humanas a todos los niveles, animando a los líderes eclesiales y a los fieles a profundizar en su fe, en el conocimiento de la palabra de Dios y en la identidad de la Iglesia católica, su estructura y su tradición. Ser profético hoy en Etiopía exige un serio compromiso en los campos de la justicia, la paz y la promoción de los derechos humanos.

El compromiso de larga duración de la Iglesia con el desarrollo humano integral va de la mano con la formación sobre la Doctrina Social de la Iglesia para promover colaboradores laicos capaces de ayudar a crear una cultura de la vida, la paz, la justicia, el desarrollo sostenible y el respeto por la creación. Después de más de 20 años de presencia, somos conscientes de que el evangelio que hemos tratado de comunicar no ha calado hondo en el tejido cultural de los gumuz, y en este tiempo ha prevalecido el poco respeto por la vida humana y un fuerte sentido de venganza. Así nos lo confirmaron jóvenes católicos que regresaron a sus hogares tras haber formado parte de grupos combatientes.

Cientos de inocentes han perdido la vida, como la madre de un catequista asesinada con veneno por los rebeldes porque se sospechaba que practicaba el mal de ojo, o la ejecución sumaria de varias jóvenes enfermeras secuestradas y ejecutadas a sangre fría sólo por ser de etnia no gumuz por los rebeldes, entre ellas algunos jóvenes católicos que confesaron. Tales episodios dejan una profunda herida en quienes sufrieron sus consecuencias.

Volver a la normalidad

En cambio, desde el cese de los grandes enfrentamientos, el gobierno regional ha hecho un llamamiento a las familias gumuz para que abandonen sus escondites y se instalen en lugares especialmente preparados. Muchas familias aceptaron la invitación a pesar de los inconvenientes causados por la ausencia de servicios básicos en los lugares establecidos, al tiempo que se convencía a muchos miembros de los grupos armados para que se sentaran a la mesa de negociaciones. De hecho, en la zona donde operamos y en los distritos de Pawi, Dangur y Mandura, a pesar de un acuerdo de principio, las autoridades se han desentendido hasta ahora de investigar la responsabilidad de los crímenes ocurridos. Así pues, la confianza de la población en las autoridades regionales, en el puesto de mando de Meketel y en las instituciones gubernamentales de Addis Abeba ha ido disminuyendo. Como consecuencia, algunos grupos rebeldes marginales están reforzando su presencia en algunos pueblos del distrito de Mandura y lanzando ataques esporádicos contra las milicias gubernamentales. A mediados de enero, el ejército respondió lanzando una operación especial que acabó con la vida del líder rebelde. Unos días más tarde, en represalia, un vehículo público que circulaba entre las localidades de Gilgel Beles y Chagni fue atacado causando decenas de víctimas. Una señal concreta de que aún no se ha logrado una verdadera pacificación. Con este telón de fondo, estamos convencidos de que los esfuerzos y recursos de la Iglesia deben desplegarse en la preparación de los trabajadores laicos mediante una educación seria y una formación continua en una Iglesia local que se transforme en una auténtica «escuela de educación para la paz».

Proponemos, por tanto, que los programas de educación, formación e iniciación sacramental encuentren, siempre que sea posible, una conexión con el gran tema de la paz, haciendo hincapié en los modos concretos para que todos los fieles, desde los niños hasta los jóvenes y los adultos, encarnen estas enseñanzas en sus relaciones mutuas y en la sociedad de la que forman parte. Son ellos, de hecho, quienes actuarán en el gobierno, la empresa, la judicatura, la vida familiar, la sociedad civil y el ejército.

Si bien es cierto, en efecto, que los sacerdotes y los religiosos son llamados, instruidos, formados espiritualmente y encargados sobre todo de responder a las necesidades de los fieles para su crecimiento espiritual, el papel específico de los laicos, como exhortó el Vaticano II, es «la renovación de todo el orden temporal».

Diálogo interreligioso e inculturación

Otro tema prioritario de nuestra actividad pastoral es el diálogo interreligioso. Geográficamente, nuestros centros de misión de Benshangul-Gumuz limitan con Sudán. En consecuencia, la religión islámica tiene una gran influencia en la vida de nuestra población. El conflicto de los últimos años ha puesto de manifiesto que la religión puede ser a veces fuente de conflicto y división. Desde nuestro regreso, hemos observado que cada vez se construyen más mezquitas en los pueblos de la gumuz.

A menudo están dirigidas por operadores musulmanes, incluso de otros países, con evidentes intenciones proselitistas y actitudes radicales y agresivas. Utilizan en muchos casos la distribución de ayuda material o dinero para atraer a la gente, en contraste con lo que se hace en nuestras misiones, donde incluso la ayuda humanitaria siempre se ha dado y se sigue dando de forma incondicional e independiente a todos, independientemente de su afiliación religiosa o étnica. Estamos convencidos de que la práctica religiosa, en sus diversas expresiones, puede desempeñar un papel importante en la promoción del encuentro, la aceptación mutua y la paz.

En cuanto a la urgencia pastoral de inculturar el Evangelio expresándolo a través de los valores tradicionales de los gumuz, estamos muy agradecidos a los primeros misioneros que dieron pasos positivos en este ámbito. Pretendemos seguir colaborando con la Iglesia local en la producción de material litúrgico y catequético, adoptando la gramática oficial propuesta por el gobierno, para profundizar en el encuentro del evangelio con la cultura local.

Conclusión

Somos conscientes de que la evangelización es una realidad compleja y dinámica. Esto se ha hecho aún más evidente para nosotros en la familia comboniana de Etiopía, entre los gumuz, en este período de renacimiento pastoral en el post-conflicto. Hemos tenido la confirmación de que la auténtica evangelización no debe partir de nosotros mismos, sino de la contemplación de la obra del Espíritu, verdadero protagonista de la actividad apostólica, que sopla y actúa de maneras siempre nuevas.

El compromiso de todo evangelizador es, por tanto, poner la oración y el encuentro con Cristo en la base de toda iniciativa. Esto nos ayuda a discernir cómo nos pide el Señor que actuemos, creyendo en la fuerza del Evangelio testimoniado y en la acción del Espíritu. En efecto, es el Espíritu quien nos inspira los mismos sentimientos de san Pablo: «Porque anunciar el Evangelio no es para mí una vanagloria, ya que es una necesidad que se me impone: ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio! Si lo hago por iniciativa propia, tengo derecho a la recompensa; pero si no lo hago por iniciativa propia, es un encargo que se me ha confiado» (1 Co 9,16-17). Las palabras de Lucas 5,4 nos animan: «Salid al mar y echad las redes para pescar», una exhortación significativa para nosotros, combonianos de Gumuz, hoy, que nos invita a recordar el pasado con gratitud, a vivir el presente con entusiasmo y a mirar al futuro con confianza.

Nuestro trabajo, nuestro compromiso, nuestro camino de «peregrinos de la esperanza» continúan en este año jubilar en la búsqueda de nuevos caminos de evangelización.

Recemos por los catequistas

En la misión, los catequistas han sido y continúan siendo brazo derecho del misionero. Viven con sus familias en centros en que está dividida la misión. Cuentan con una preparación académica-pastoral de dos años. Más que referirme a su ministerio catequético subrayo el valor testimonial familiar cristiano en el lugar en que habitan, es decir, en las aldeas.

Se dirá que es obvio; tal vez. Lo que no es obvio es la apreciación o depreciación de sus familias; tanto de parte del misionero que los asigna, como de parte de la gente que los recibe. Es cierto que habitar en un lugar u otro no lo es todo, pero es lo primero que las familias pagan. Cuesta dejar la propia aldea, la parentela, encargar la casa y rentar la milpa. Pertenencias que vuelven a ver cada año. Cultivar otra milpa y compartir espacios con nuevos vecinos cuesta trabajo. Cuesta trabajo ser familia misionera.

La gente los llama abusa (pastores) y a las esposas amama abusa. Saben de su servicio ministerial y los respetan. Los tiene como visitantes y saben que un día serán reasignados a otro centro. La mudanza y permanencia temporal de los catequistas, con sus familias, llaman a voz la frase vocación misionera laical. Son familias misioneras. Estar en un lugar u otro de la misión es testimonio de vida cristiana en territorio de primera evangelización. Misión difícil para cualquier familia.

Esperar más de los catequistas son retos que a todos nos concierne. Aprecio de la disponibilidad familiar y formación permanente, de parte del misionero y apoyo material de parte de la creciente comunidad de los centros. Los catequistas no son empleados a sueldo por eso necesitan apoyo material y espiritual. En la escasez de dichas necesidades no sorprenden las crisis familiares. Sí Sorprende que varios catequistas abandonen su papel en la misión y haya menos candidatos a la formación catequística. El centro se queda sin testimonio familiar y sin catequesis. El fervor de todo principio pasa. Queda la esperanza de que en el menos, haya más vocación a la misión difícil. Sobre todo que el testimonio familiar ofrecido haya arraigado en más familias.

Pastorear a cristianos de reciente conversión, proponer el evangelio a los no cristianos y atender a los catecúmenos requiere más que buena voluntad. Requiere siempre mayor fuego del Espíritu Santo. Recemos por los catequistas y su familias para que sean perseverantes en su ministerio.

La vida es algo sagrado que nos desborda

Por: Hna. Patricia del Rosario Lemus Alvizures, smc.
Desde: Sri Lanka

Soy Patricia Lemus, Misionera Comboniana, de Guatemala y actualmente estoy en la misión de Sri Lanka. Aquí las Misioneras Combonianas tenemos dos presencias en la provincia central: en Talawakelle y en Hatton. Yo estoy en esta última. Realmente la comunidad somos dos personas nada más, porque dependemos de la comunidad de Talawakelle en la que están cuatro hermanas. Es una comunidad reciente, que se ha iniciado el 4 de febrero de 2024. Nuestra casa está situada justo enfrente de un templo hindú. Nuestra misión aquí es la educación, el trabajo en la pastoral social y el diálogo interreligioso.

Hatton es una ciudad bastante pequeña, a mil 270 metros sobre el nivel del mar. Fue fundada durante la época colonial británica para producir café y té. Tiene este nombre por la ciudad de Hatton, una localidad en Aberdeenshire (Escocia). Aquí todas las plantaciones de té tienen nombres de aldeas escocesas.

En Hatton, como en todas las ciudades, conviven las cuatro religiones mayoritarias: hinduismo, budismo, cristianismo e Islam. En este contexto intercultural e interreligioso se entiende que el día empiece con la oración.

La primera oración del día es la de los musulmanes, hacia las 04:30 de la madrugada. Esa es la oración que me despierta todos los días. Es un momento muy particular poder sentirme en comunión con los musulmanes que rezan a esas horas. Unos minutos más tarde, hacia las 05:00 empieza la meditación de los budistas con mantras que repiten y que también hace que me conecte con ellos. Me ayuda a pensar en tanta gente que busca la trascendencia. Sabemos que el budismo no es una religión, pero las personas budistas intentan trascender a algo más. Más tarde sigue la oración de los hindúes. Inician los himnos, los rituales propios que tienen para todos los dioses. Y por último oímos la campana de la Iglesia que nos llama a participar cada día en la Eucaristía. Ese es el inicio de cualquier día que se sigue compartiendo la vida. Es el diálogo de la vida en el que todo está conectado con la trascendencia, con lo divino.

Hatton es una pequeña ciudad en la que hay cuatro grandes centros educativos. Muchos estudiantes vienen desde los pueblos más cercanos para poder estudiar aquí. Yo trabajo en uno de esos institutos y cuando voy allí veo toda una marea blanca que se desplaza. Yo lo llamo “el río blanco”. Son todos los estudiantes que van a clase con sus uniformes. En el instituto en el que trabajo la mayoría de los estudiantes son hindúes. Ellos, antes de salir de sus casas hacen también sus oraciones. En cada casa, en cada familia hay un altar en el que rezan con gestos, con oraciones.

Y del mismo modo que el día inicia con la oración, también se termina así, con la oración. Eso hace parte de la vida, de la cultura. Toda la vida de las personas gira alrededor de la religión, de la convivencia, de la celebración. Hay momentos muy particulares para compartir, para crecer como comunidad.

También hay una característica especial en Sri Lanka, y es la cultura del té, que es el cultivo por excelencia. Un día en la misión no puede pasar sin el té. El té hace parte de la vida, por eso donde quiera que vas te ofrecen siempre una taza de té.

Nosotras tenemos unas vistas privilegiadas. Los campos de té parecen jardines muy ordenados. Pero detrás de esa belleza se intuye tanto sacrificio y tanta injusticia. Las mujeres son las grandes trabajadoras en este tipo de cultivos. Muy temprano por la mañana van a trabajar a los campos y trabajan ocho horas para recibir un salario bastante miserable. Por la tarde las vemos regresar bajo el sol o bajo la lluvia, con cargas pesadas. Viven en una gran precariedad.

Toda esta vida y oración compartida es algo muy importante para mí. Me hace sentir en comunión, conectar con los cuatro diferentes grupos de culturas, de religiones que buscan entender la vida como un algo más. La vida no es solo trabajar, estudiar, disfrutar, sino un algo más, algo sagrado que nos desborda.

Misioneras Combonianas-Madrid