Los misioneros combonianos llegaron a Manaus, Amazonia, Brasil, en 2006, y la archidiócesis de Manaus les confió el cuidado pastoral de una zona misionera periférica en el distrito de la ciudad de Monte das Oliveiras el 13 de diciembre de ese año. Hoy, los padres Carlos Romero Arrieta, John Bosco Mugerw, Siro Stocchetti y el escolástico Simeneh Lemessa Mintesnot forman parte de la comunidad comboniana de Manaus.
En Brasil, las áreas misioneras se diferencian de las parroquias tanto por el espíritu misionero que las anima como por su organización. Una zona misionera no tiene una «iglesia madre», sino que se compone de comunidades autónomas que viven en comunión. La de Monte das Oliveiras reúne a quince comunidades y se conoce con el nombre de distrito.
A principios de este año, las quince comunidades, reunidas en consejo, iniciaron un proceso de toma de decisiones con el objetivo de reunir información, evaluar alternativas y hacer una elección final para tomar la mejor decisión posible sobre quién podría ser el «Patrón» de su área misionera. El 26 de agosto, la mayoría de las comunidades eligieron a San Daniel Comboni, y el obispo auxiliar de Manaus, Mons. Zenildo Lima da Silva, validó la elección.
Las comunidades se preparan ahora para celebrar la primera fiesta patronal, el 10 de octubre, memoria litúrgica (para ellos «fiesta») de San Daniel Comboni.
Hoy en Brasil hay tres parroquias (Guriri, en el Estado de Espírito Santo; Salvador, en el Estado de Bahía; São Luís, en el Estado de Maranhão) y un área misionera que tienen a San Daniel Comboni como patrón. Hay también muchas comunidades cristianas que llevan el nombre de este santo misionero y profeta.
Creemos que, por intercesión de San Daniel Comboni, nuestro servicio misionero prestado a estas comunidades crecerá en fidelidad al carisma del Fundador para el bien de la población de esta región, confiada al cuidado pastoral de nuestro Instituto.
Estamos todos empeñados en la preparación de la próxima asamblea internacional de los Laicos Misioneros Combonianos (LMC), que se realizará del 9 al 15 de diciembre de 2024, en Maia (Portugal), acontecimiento fundamental en la vida de nuestro movimiento misionero. Sólo cada seis años tenemos la oportunidad de reunirnos los LMC de los tres continentes (Europa, África y América) y de los más de 21 países en los que estamos presentes. (En la foto: Misión de Mongoumba, República Centroafricana).
Es sin duda un momento de ilusión que queremos preparar bien. Un momento que determinará las orientaciones para los próximos 6 años. Este año de una manera especial con el horizonte puesto en el reconocimiento de nuestro carisma por parte de la iglesia universal en un futuro cercano, muestra de nuestro caminar a través de los años y nuestra madurez.
No podemos, ni queremos olvidar nuestro servicio misionero en nuestros países de origen, sabemos que la misión está en todos lados, pero seguimos teniendo presente nuestra llamada a servir fuera de nuestras fronteras. En medio de todo esto surge de nuevo una emergencia de continuidad en alguna de nuestras misiones, en este caso Mongoumba, que celebraba hace poco nuestro 25 aniversario de presencia continuada.
No podemos olvidar nuestro primer amor… Cada uno de nosotros ha sido llamado a la misión y en particular el LMC nació con el objetivo de hacer posible ese sueño misionero de salir a otros países a compartir nuestra vida con otros pueblos, a ser misioneros allá donde el Señor nos llamase.
No podemos olvidar nuestro primer amor… De nada sirven nuestras asambleas internacionales, continentales o nacionales si no damos respuesta a ese primer amor. Si entre todos no somos capaces de dar continuidad y apoyo a nuestras presencias misioneras. Toda organización que queramos tener, todos nuestros documentos solo tienen el fin de servir a la misión, de hacer un movimiento fuerte que posibilite el servicio misionero, un movimiento que nos ayude a permanecer fieles a nuestra vocación.
No podemos olvidar nuestro primer amor… Porque sabemos las dificultades que tenemos para partir en muchos momentos de nuestra vida, toca siempre volver al primer amor. Para que la organización de nuestra vida no nos ate en demasía y nos permita salir ahora o en un cierto futuro. Para que en nuestra vida mantengamos presentes las presencias misioneras donde estamos y donde están nuestros hermanos y hermanas. Presentes en nuestro pensamiento, en nuestras oraciones, en nuestra organización, en nuestra economía…
No podemos olvidar nuestro primer amor… Cada uno de nosotros fue llamado a la misión. El amor recibido de Dios nos desborda y nos impulsa a entregarnos. Ese amor es el que deseamos contagiar y ofrecer a nuevas personas. Que en nuestros grupos esté siempre presente y sepamos transmitirlo. Que cada nuevo curso pensemos en cómo abrir nuestros grupos a nuevas personas que se puedan acercar, no olvidemos darnos a conocer, decir “Estamos dispuestos a acompañar a cualquiera que sienta una vocación misionera”. Que cada vez que alguien llame a nuestra puerta o realicemos una animación misionera sepamos presentar nuestra vocación y en particular la llamada y el compromiso común a servir a la misión. La Iglesia necesita voces que griten en el desierto y proclamen que es necesario seguir saliendo en primera persona a servir a nuestros hermanos y hermanas más pobres y abandonados.
No podemos olvidar nuestro primer amor… Y damos gracias a Dios por cada LMC que ha dejado casa, familia, país, para servir a la misión. De manera particular en estos momentos tenemos presentes a Agnieszka, que aun quedándose sola permanece en Arequipa a la espera de un apoyo, de un relevo. Ojalá que Mercedes y Carolina puedan completar su preparación y salir para Arequipa. A Xoancar que tras tantísimos años continua firme en Piquiá, o a Anna y Gabriele que en seis meses también necesitarán ser sustituidos tras dos años de misión, o Flavio y Liliana que tras muchos años ahora tomarán un descanso tras acompañar a una familia fidei donum que se ocupa de Ipê Amarelo. Y con estas próximas salidas nuestra situación en Brasil se fragiliza de nuevo. Gracias a Élia que regresó a Mongoumba a acompañar a Cristina que en breve regresará a Portugal y a la que agradecemos su entrega. Si Dios quiere, noticia de última hora, Teresa acudirá de nuevo a esta llamada de necesidad en Centro África (RCA). Misioneras que tras el paso de los años siguen respondiendo a su primer amor. Pero que no son suficientes para una misión como la de Centro África y que necesitan de ayuda. Gracias por la juventud que representan Linda, Marzena o Pius en Kenia. Que con entusiasmo llevan adelante el reto de abrir camino en Kitelakapel, nuestra última presencia misionera. Probablemente en unos meses puede que Iza se una desde Polonia para dar mayor estabilidad si cabe a nuestra presencia. Gracias a Regimar y Tito que han renovado para estar en Carapira, porque el tiempo es necesario para hacernos hueco, nuestra misión no habla de inmediatez sino de caminar paciente. También a IIaria y Federica que se han unido a Carapira y están poco a poco entrando en la realidad del pueblo macúa. Y por último a Maria Augusta, gran veterana, que vuelve literalmente a su primer amor en Mozambique tras haber estado también en Mongoumba o en Portugal en Camarate. Vemos que el Señor no solo llama a los más jóvenes, o quizás sí, pero de espíritu. Tendremos en breve a Mercedes con 79 años, pero tenemos a más de una en los sesenta y tantos. La edad no es un límite para salir, aunque sabemos que con seguridad el Señor les pedirá otro tipo de presencia, no con el vigor de la juventud sino aprovechando la madurez de los años. De todas formas, necesitamos completar esas comunidades y preparar personal.
No podemos olvidar nuestro primer amor… No podemos dejar de atender a nuestros hermanos, y sobre todo hermanas LMC que son la mayoría que están, en su día a día. Para nosotros dos personas no son suficientes, no es justo, es demasiado cansado, necesitamos comunidades de 4 o 5 personas. Aunque después, seamos más a entendernos y sabemos que no es siempre fácil, si colocamos al Señor en el centro lo hará posible. Pero para completar nuestras comunidades debemos prepararnos, que la lengua no sea un problema para dar continuidad, por ejemplo en Mongoumba. Nuestra disponibilidad a partir donde existe mayor necesidad debe estar acompañada con la capacitación necesaria para ir a estos lugares. Sabemos que no es solo cuestión de buena voluntad, así que desde el inicio propongamos la misión, pero a la vez recordemos que debemos ofrecer el mejor servicio y para ello ser Santos y Capaces como quería Comboni.
No podemos olvidar nuestro primer amor… Por último, pero quizás más importante, toca aceptar el desafío a todos y cada uno de nuestros países. Cada uno de nuestros países está llamado a enviar LMC a nuestras comunidades. No es con el esfuerzo de unos pocos que será posible sino con la colaboración de todos. Que sea un reto a cumplir en cada país, preparar, acompañar, apoyar la salida de algún misionero de nuestro país en los próximos meses o pocos años. Sabemos que a veces no es fácil disponer de ese tiempo, sabemos también que a veces existen dificultades económicas para hacer frente a esos envíos, pero si todos y cada uno de nosotros como LMC, y todos y cada uno de nuestros países ponemos de nuestra parte será posible, será sostenible en el tiempo, será incluso ampliable. Si cada uno aportamos nuestro granito de arena tendremos pronto una montaña, si cada vez que podamos animamos a la misión y proponemos la salida misionera pronto tendremos más personas dispuestas, que con el soporte de los que de momento estemos en la retaguardia, haremos posible el ser fieles a nuestro primer amor, a nuestro primer sueño por el que nacimos como LMC para servir la misión allá donde el Señor nos quiera enviar.
Un abrazo. Comité Central de los Laicos Misioneros Combonianos
El 18 de octubre de 2023 llegué a Nairobi para comenzar mi servicio como formador en el Centro Internacional de Hermanos, última etapa formativa para aquellos jóvenes misioneros combonianos que deciden consagrarse para la Misión como hermanos y no como sacerdotes. Conozco la capital keniana porque me formé en esta misma comunidad y, además, en 2015 obtuve aquí mi doctorado en Filosofía. Aunque no es la primera vez que la congregación me pide este servicio –ya he sido formador de postulantes en Togo y en mi país, la República Democrática del Congo–, antes de venir amplié mis estudios en este campo en la Universidad Pontificia Salesiana de Roma.
Para este curso, seremos 14 miembros en la comunidad, uno más que el año pasado. En 2024 estamos celebrando los 50 años de la llegada de los primeros misioneros combonianos a Kenia y, por primera vez, tendremos en nuestra comunidad un hermano misionero de este país, lo que consideramos una feliz coincidencia. Además de los siete hermanos misioneros y los dos formadores –el Hno. Christophe Yata, de Togo, y yo–, nuestra comunidad acoge a cinco escolásticos, jóvenes combonianos candidatos al sacerdocio que acaban de llegar a Kenia y están aprendiendo inglés. En total, en la comunidad están representadas ocho nacionalidades.
Nuestra vida comunitaria está bastante bien estructurada. De lunes a viernes todos estudian. Mientras que los escolásticos avanzan con el idioma, los hermanos siguen sus clases en el Instituto de Ministerialidad Social de la Universidad Tangaza, situada a unos 30 minutos en coche de nuestra casa. Las tardes las dedicamos al trabajo manual, las catequesis y el estudio. No faltan los momentos para el deporte, los encuentros festivos o el ensayo de cantos, todo ello intercalado con los imprescindibles tiempos para la oración. Todos los días tenemos la eucaristía a las siete y media de la mañana, que celebra algún sacerdote de la casa provincial, situada junto a la nuestra.
Tenemos un gallinero, criamos conejos y cultivamos un pequeño huerto. Desde que llegué, nunca hemos comprado legumbres porque las producimos nosotros. Aunque la congregación aporta el 80 % de nuestro presupuesto, con estas actividades y mi pequeño salario de profesor intentamos cubrir el resto. Además de su valor económico, estas tareas ayudan a los hermanos a comprender el valor del trabajo y la necesidad de comprometerse en proyectos de autofinanciación para que luego, cuando sean enviados a la misión, hagan lo propio con la gente.
Los fines de semana están dedicados al apostolado. Nos dividimos en tres grupos. Unos van a la parroquia Nuestra Señora de Guadalupe, muy cerca de nuestra casa; otros a nuestra parroquia comboniana de Kariobangi; y los últimos a la barriada de Kibera, también próxima a la comunidad. En las dos primeras, los hermanos y los escolásticos acompañan a los grupos infantiles y juveniles, mientras que en Kibera colaboramos con una ONG que distribuye alimentos y otras ayudas de emergencia entre las familias más pobres. Yo suelo acompañar a los chicos a Kibera, donde tantas personas viven hacinadas en condiciones muy difíciles.
Entre mis responsabilidades como formador está la de preparar las catequesis, lo que me obliga a estar siempre en una actitud de búsqueda y de formación permanente. También hago el seguimiento formativo de los jóvenes y al menos una vez al mes me encuentro con cada uno de ellos. Me alegra que abran su corazón y me cuenten sus dificultades, algo que, a la vez, me interpela a ser coherente en mi vida misionera. Soy consciente de la confianza que la congregación ha puesto en mí, por lo que intento responder lo mejor que puedo, a pesar de mis límites personales. Trato de aplicar lo que me enseñó un profesor sobre este proceso: saber cuándo hay que estar próximo a los jóvenes y cuándo distanciarse y dejarlos caminar solos.
Mi mayor alegría como formador y educador es ver que las personas a las que has acompañado tienen éxito en la vida. Llevo muy poco tiempo en Nairobi, pero en mi país he vivido experiencias muy bonitas, como cuando antiguos postulantes que ahora son sacerdotes me impusieron las manos después de su primera misa en señal de bendición. Da mucha alegría ver cómo jóvenes que llegan a las casas de formación con dificultades con la lengua y muy poco conocimiento de lo que significa la vida consagrada y comunitaria, poco a poco van madurando humana y espiritualmente.
Por otro lado, mi mayor sufrimiento como formador es tener que decirle a un joven que regrese a casa. En la Universidad Pontificia Salesiana nos decían que debemos saber tomar decisiones, por duras que sean las circunstancias. Cuesta escribir un informe negativo de alguien, porque cada persona es un misterio y nunca estás seguro al cien por cien de tu parecer. Estoy contento, aunque también un poco preocupado por la disminución de vocaciones misioneras de hermanos en nuestro instituto. Rezo para que el Señor siga enviando vocaciones santas y capaces de hermanos para la Misión.
En la imagen superior, el Hno. Jean Marie, tercero por la izquierda, con un grupo de postulantes combonianos en su graduación en Kisangani (RDC). Fotografía: Hno. Jean Marie Mwamba Kabaya.
Estamos aquí de nuevo para daros noticias y compartir, con vosotros, este último tiempo. Durante estos meses, desgraciadamente, nos resulta difícil responder a todos vuestros mensajes (que son muchos), debido a acontecimientos imprevistos, pero todo esto forma parte de estar en misión y vivirla plenamente, hasta el último momento de cada día.
La última vez, os contamos la pena de despedirnos del Padre Jaider, el padre comboniano, que partió urgentemente hacia su tierra natal, debido a repetidas enfermedades.
Pues bien, el mismo día, exactamente un mes después de su partida (de nuevo el 5, pero de julio), la comunidad de los Padres Combonianos fue golpeada de nuevo por una terrible noticia. Mientras esperábamos para acoger a un hermano comboniano de vuelta de sus vacaciones en su tierra natal, recibimos la noticia de su muerte durante la noche, el mismo día en que debía reunirse con nosotros.
A día de hoy, la comunidad comboniana sólo está formada por un padre y un estudiante de teología. Han sido meses difíciles, intensos, llenos de obstáculos, pero incluso en este tiempo, la infinita misericordia y bondad de Dios no ha cesado de obrar maravillas y de darnos la fuerza para afrontar este tiempo y seguir mirando hacia un horizonte cada vez más alto junto a estos hermanos y hermanas nuestros. De hecho, ha sido precisamente en este tiempo de fatiga, de fragilidad, cuando el Señor nos ha unido aún más como comunidad con los padres, como familia comboniana, y nunca hemos dejado de sentir que el Señor nos guiaba. Es precisamente en la fragilidad donde al Señor le gusta trabajar, si dejamos siempre todo en sus manos y nos confiamos a su Gracia. Como dice una mujer sabia que camina con nosotros: «construye con los que quieren construir y avanza siempre con la alegría que viene del Señor»; son palabras verdaderas, porque cuanto más dejamos todo en manos del Señor, más construye Él.
En estos nuestros primeros seis meses en Mozambique, no han faltado las dificultades y los obstáculos, y en algunos casos no han sido fáciles de superar, sobre todo los surgidos de las personas más cercanas a nosotros, pero realmente sólo con la ayuda del Señor, con vuestra presencia, con vuestro haceros oír, y con la ayuda de la gente, hemos conseguido mantener siempre viva en nuestros corazones, la alegría, la paz y la esperanza, para seguir abrazando esta maravillosa tierra, rica en belleza pero al mismo tiempo con muchas contradicciones.
Cada día, la gente de Macua nos enseña y nos da la alegría de compartir nuestras vidas con ellos. Durante este tiempo, también hemos vivido momentos inesperados y enriquecedores, como la visita del consejo general de las hermanas combonianas y, a principios de agosto, también la de los padres del consejo general comboniano. Cuánta Gracia hemos recibido, inesperada y enriquecedora…
Dentro de nuestros corazones, se abren sueños más grandes con horizontes más amplios que parten de la escucha de la realidad en la que estamos insertos; todo esto sabemos con certeza que con nuestras solas fuerzas, no podremos lograrlo.
Durante este tiempo, hemos tratado de permanecer siempre un paso por detrás para observar y tratar de entender cuáles son las principales necesidades de esta tierra y hacerles realmente protagonistas de su historia y de su tierra. Esta es nuestra misión: crear relaciones verdaderas y auténticas, tender puentes, crear una red.
Somos extraordinariamente felices a pesar de algunas dificultades y alguna malaria que nos azota (las dos estamos a 2), pero la alegría, la esperanza, la pasión y el amor que sentimos por esta tierra es un impulso que nos mueve cada día a seguir sembrando y construyendo. También os seguimos dando las gracias a todos y cada uno de vosotros, porque vuestra presencia, cercanía y ayuda son combustible para seguir ilusionándonos y creciendo, para poder construir un futuro mejor junto a estas personas, y para sentirnos todos peregrinos de la esperanza en un mundo mejor, donde todas las personas tengan derecho a vivir una vida digna.
Todos somos misión y nosotras, con todos vosotros, nos sentimos como en familia.
Un abrazo desde el fondo de nuestros corazones. Seguimos rezando por todos vosotros y vosotras también, seguid rezando por nosotras.
Esta mañana se hizo público el nombramiento por parte del papa Francisco del P. Víctor Hugo Castillo Matarrita, misionero comboniano, como nuevo obispo de Kaga-Bandoro, en la República Centroafricana. El P. Víctor Hugo era hasta ahora el Superior de la Delegación de los Combonianos en Centroáfrica.
El P. Víctor Hugo nació el 19 de marzo de 1963 en Mansión, en la diócesis de Tiarán, Costa Rica. Ingresó en la Congregación de los Misioneros Combonianos del Corazón de Jesús en su país natal e hizo su primera profesión religiosa el 7 de mayo de 1988 en el entonces noviciado de Sahuayo, México. Realizó sus estudios teológicos en el escolasticado internacional que entonces los Misioneros Combonianos tenían en París y fue ordenado sacerdote el 8 de agosto de 1992 en Costa Rica.
Su primer trabajo como misionero lo desempeñó en la República Centroafricana, como párroco en Grimari, entre 1993 y 1998. De 1998 a 2001 fue formador y superior en el postulantado de los Combonianos en Bangui, la capital del país. En 2002 fue elegido Superior Provincial de los Combonianos en Centroáfrica y presidente de la Conferencia de Superiores Mayores del país.
En 2008 regresó a Costa Rica para ser formador de postulantes en San José. En 2013 fue elegido Superior Provincial de los Combonianos en Centroamérica, cargo que ejerció hasta el 2020, en que fue nombrado responsable de la comunidad de estudiantes de los Combonianos en Roma. El 1 de enero de 2023 fue elegido nuevamente Superior de la Delegación de los Combonianos en Centroáfrica, cargo que ejercía hasta su nombramiento como obispo de Kaga-Bandoro el 5 de septiembre de 2024.
El pasado domingo, 1 de septiembre, la parroquia San José de Comalapa, en la que trabajan los Misioneros Combonianos desde hace casi diez años, celebró el XXXII aniversario de su erección. Participaron en la fiesta los numerosos grupos y movimientos de la parroquia, así como las 47 comunidades parroquiales que dan vida y sentido a la comunidad en la vivencia de la fe.
El P. Rodrigo Ariza Catarino, misionero comboniano y párroco de San José de Comalapa, afirmó al periódico diocesano Buena Noticia que se sentía contento de llevar la Palabra de Dios a esta zona. “Me siento feliz porque es ahí donde Dios nos ha puesto y es a donde anunciamos a Jesucristo, tanto como personas con el ministerio sacerdotal y, vocación misionera ya que intentamos vivir ahí nuestro carisma que es: ir a los más pobres y abandonados que, esa zona no es que estén pobres y abandonados pero sí en necesidad de fortalecer la iglesia… para nosotros esa es la Misión”.