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50 años en Mongoumba, Centroáfrica

El 18 de octubre se cumplen 50 años de la llegada de los Misioneros Combonianos a Mongoumba, Centroáfrica. El P. Fernando Cortés Barbosa, misionero comboniano mexicano y con varios años de trabajo misionero en Mongoumba, nos ofrece este pequeña crónica histórica de nuestra presencia en esta misión centroafricana.

Por: P. Fernando Cortés Barbosa, mccj

Una misión de echar las redes mar adentro

Los inicios de la evangelización en 1911

La misión de Mongoumba recibía sus primeras visitas pastorales hacia 1911 de parte del padre Marc Pédron, misionero espiritano, de nacionalidad francesa, como parte del recorrido que realizaba por la región de la Lobaye. El testimonio más antiguo que se tiene de la iglesia en Mongoumba es una carta del padre espiritano George Ratzmann, que data del 1 de marzo de 1950, en la que lamenta haber encontrado el templo en ruinas a causa de las fuertes lluvias. Mas no se arredró porque se apresuró a levantar uno nuevo el año siguiente.

Fundación de la parroquia de Mongoumba en 1968

Había Misioneros Dominicos, de nacionalidad española, desempeñando su labor en el antiguo Zaire (actual República Democrática del Congo), pero a causa de los conflictos políticos que se vivían en ese país, en la década de los 60, fueron recibidos en 1966 por el arzobispo de Bangui, Mons. Cucherousset, quien les ofreció la misión de Mongoumba. Ellos aceptaron y en febrero de 1968 ya se encontraban en la misión, que tres meses después se convertiría en parroquia. En este mismo año llegaron tres religiosas Dominicas de Namur, quienes se dedicaron a atender la maternidad, el servicio social y el apostolado, hasta que concluyeron su misión en 1983.

Misioneros Combonianos en Mongoumba hacia 1974

Seis años después de haber tomado posesión de la parroquia de Mongoumba, los Padres Dominicos la entregarían a los Misioneros Combonianos. De modo que, el 18 de octubre de 1974, llegaban a instalarse a la misión los padres italianos Euro Casale y Paolo Berteotti, que fueron recibidos por una comunidad católica de 2 mil miembros y con apenas veinte aspirantes a bautizarse. No fueron fáciles los primeros años de labor pastoral. Sucede que algunos misioneros no duraban suficiente tiempo en la misión a causa de enfermedades, por agotamiento físico y hasta psíquico o porque no se adaptaban al ambiente. Y no faltaron quienes tuvieron que repensar seriamente su vocación misionera frente a los desafíos u otras propuestas que se les iban presentando. Eran momentos críticos para meditar las palabras que san Daniel Comboni dirigía a quienes aspiraban ir a las misiones: “El misionero que no tuviera un real sentimiento de Dios y un vivo interés por su gloria y por el bien de las almas, le faltaría aptitud para su ministerio y con el tiempo caería en una suerte de vacío y de soledad insoportables”.[1]

Además, la misión contaba con sus propias dificultades, entre ellas, la gente no vivía con entusiasmo su fe cristiana, tanto así que en algunas comunidades la catequesis no funcionaba. El director de la escuela había prohibido la enseñanza religiosa y Mongoumba ya no era más que un lugar de esparcimiento que atraía visitantes de otros lados. Una realidad así recordaba aquella advertencia, tan actual, que en 1937 hiciera por carta el Provincial de Toulouse a los Misioneros Capuchinos destinados a Centroáfrica: “Los religiosos deben ser resistentes y de fe probada, porque continuamente tendrán que vivir solos… El país es difícil y agotador, por lo tanto se requiere de una gran voluntad para permanecer como un buen religioso y para resistir a diversas tentaciones”[2].

La falta de una asistencia estable de Padres Combonianos en la misión llevó a considerar hacia 1980 la idea de atender Mongoumba desde una localidad vecina, Mbata, que en noviembre de 1982 se convertiría en parroquia comboniana. La crisis no era fácil de sortear, tanto así que en 1988 los padres combonianos Venanzio Milani, asistente general en Roma, y Michele Russo, provincial de Chad y Centroáfrica, decidieron cerrar la casa de los padres en Mongoumba, con la indicación que desde Bangui y Mbata algunos sacerdotes se trasladaran a la misión al menos los fines de semana y las fiestas importantes. Y finalmente, a partir de 1995, Mbata se tomaría por sede para atender tres parroquias combonianas, entre ellas Mongoumba. Si ampliamos un poco la visión, nos daremos cuenta que la Delegación Comboniana de Centroáfrica a duras penas se daba abasto con su escaso personal para sostener las misiones que tenía a su cargo en el país y los padres tenían que hacer malabares para dar una mayor atención pastoral posible.

La labor misionera de Marisa Caira 1978-1999

No obstante la escasez de sacerdotes para atender adecuadamente la misión, la Divina Providencia no se olvidaría de Mongoumba al enviar un soporte valioso en la persona de Marisa Caira, una laica italiana, consagrada, de 52 años de edad, quien llegaría a Centroáfrica en 1978, procedente de una misión en Burundi, para poco después instalarse en Mongoumba donde permanecería hasta 1999, prestando sus servicios a la misión por más de 20 años, siendo al día de hoy la persona que por más tiempo y de modo ininterrumpido ha permanecido en Mongoumba desarrollando su labor misionera. Marisa Caira tuvo que echarse en hombros la misión, llegando a ser el referente de la labor pastoral, pues tuvo que guiar la catequesis, fundar algunas capillas, encargarse del área de la salud, dirigir la educación de la escuela católica y dar atención a los pigmeos. A ella se debe la fundación de la “Da ti ndoye” (Casa de acogida) el 1 de agosto de 1988, para personas con alguna discapacidad que requiriesen de rehabilitación o de alguna operación, que aun hoy sigue en funcionamiento. En octubre de 1991, para la conformación de una comunidad, Marisa recibía a Lucía Belloti y más tarde a Giuseppina Braga, ambas laicas consagradas de nacionalidad italiana, quienes poco antes de la partida de Marisa fueron destinadas a otra misión centroafricana.

Los Laicos Misioneros Combonianos en 1998

Hacia el final del servicio de Marisa Caira, y a petición de la Delegación Comboniana de Centroáfrica, los Laicos Misioneros Combonianos (LMC) de España envían a las laicas Teresa Monzón y Monserrat Benajes, que llegan a Mongoumba el 1 de junio de 1998. Marisa las recibió y las introdujo a la vida de la misión hasta su retorno definitivo a Italia ocho meses después. Con una presencia a distancia de los Padres Combonianos, también las laicas tuvieron que conducir la misión por algunos años. Cabe señalar que, desde entonces y hasta la fecha, han pasado 17 laicos por Mongoumba, siendo mujeres la mayoría. Algunas renovaron sus servicios a la misión. Las nacionalidades más representativas han sido de España, Portugal y Polonia. Ellas, además de asumir las obras creadas por Marisa, se hicieron cargo del servicio de Caritas, de la gestión de medicamentos, del seguimiento a la educación católica y de una atención más cercana al pueblo Aka. Los LMC junto con los Misioneros Combonianos constituyen actualmente la comunidad apostólica para la organización de la vida de la misión.

Reapertura de la comunidad de los Combonianos en 2009

La parroquia de Mbata pasaría al clero diocesano el 24 de octubre de 2009. Es entonces cuando se tiene pensado reabrir la comunidad comboniana en Mongoumba con tres objetivos específicos: servicio pastoral permanente en la parroquia, acercamiento al pueblo Aka y vivencia de la comunidad apostólica entre padres y LMC. Con esta novedad, en diciembre de 2009 llegaría el padre italiano Giuseppe Brisacani, pero antes, en octubre, había llegado para dirigir la parroquia el padre español Jesús Ruíz Molina, quien llegará a ser consagrado obispo en 2017, para pasar en 2021 a dirigir la diócesis de Mbaïki, a la que actualmente pertenece la misión. Con él serían dos los padres que, habiendo pasado por Mongoumba, terminarían siendo obispos. El otro es Michele Russo, italiano, que de 1976 a 1979 estuvo en Mongoumba, fue obispo de Doba, en Chad y falleció en 2019.

A partir de finales de 2009 la misión gozará de una mayor permanencia de padres combonianos, quienes comenzarán a hacer períodos de entre tres, seis y nueve años en la misión. Entre ellos, además de los ya mencionados, en orden de llegada se encuentran Maurice Kokou, de Togo; Samuel Yacob, de Etiopía; Fernando Cortés, de México; y más recientemente Giovanni Zaffanelli, de Italia; y Billo Junior, de Centroáfrica. Además, fueron recibidos un par de sacerdotes diocesanos para que comenzaran su servicio sacerdotal en la misión. La parroquia, dividida en sectores pastorales, gozará de un mayor seguimiento por parte de los misioneros. Con la apertura de las comunidades eclesiales de base se buscará que los católicos den testimonio de la Palabra de Dios en lo concreto de la vida cotidiana. Además, la comunidad apostólica se repartirá las comisiones, grupos y movimientos existentes para mejorar su atención a la gente. Se elaboró un plan pastoral para seguir ciertos objetivos por año y una carta de la comunidad religiosa que guiara un horario cotidiano, la vida fraterna y el fomento espiritual entre sus miembros. Tan bien había comenzado la reapertura de la comunidad de los Combonianos que, por esas vueltas que da la vida, también tuvieron que hacerse cargo de la pastoral en Mbata hasta 2011, no sin poco sacrificio, mientras se regularizaba la presencia de sacerdotes diocesanos en esa parroquia.

Una pastoral misionera puesta a prueba

Cuando el 6 de diciembre de 2009 el padre Jesús Ruiz tomaba posesión de la parroquia, apenas dos días después el territorio de Mongoumba se cimbraba con una avalancha de refugiados provenientes de la República Democrática del Congo huyendo de la violencia que se desataba en aquel país. En pocas semanas los refugiados eran alrededor de 25 mil. Este suceso supuso una dura prueba a la pastoral parroquial. Muchos refugiados, con el paso del tiempo, se dispersaron por el territorio o buscaron regresar poco a poco a su país. Fue en la comunidad de Batalimó donde unos 7 mil 500 fueron reagrupados. A los católicos, que venían, se dio atención pastoral durante cuatro años.

Ni bien se calmaba el asunto de los refugiados congoleños, en marzo de 2013 a Centroáfrica le tocaría vivir un golpe de Estado que dejaría profundas heridas entre sus habitantes. Por un lado los “Seleka”, de raigambre musulmana, eran los que habían dado el golpe; y de otro lado los “Antibalaka”, que los medios presentaban como milicias cristianas, eran los que se habían alzado contra los golpistas. Ambas partes provocarían muerte, destrucción y un sinnúmero de refugiados. Mongoumba no fue ajena a este conflicto, que también supuso una dura prueba para la misión. Los musulmanes que vivían en Mongoumba temían las represalias por parte de antibalaka, quienes llegaron a destruir su mezquita, razón por la cual tuvieron que salir huyendo. A causa de esta situación católicos, evangélicos y musulmanes, convocados por la parroquia, crearon el Comité de Acuerdo Interreligioso para la defensa de la justicia y la procuración de la paz. El 8 de diciembre de 2013 hacían una marcha por la unidad y para manifestarse por el cese de la violencia.

En la actualidad

En los últimos quince años la misión de Mongoumba ha visto cómo se ha vuelto más estable y significativa la presencia de los Combonianos, quienes, junto con los LMC, además de asegurar una mayor permanencia y cercanía con el pueblo, se han dado a la tarea de realizar algunas construcciones como capillas, salas de reuniones y una biblioteca, y en rehabilitar algunos espacios para un mejor servicio, especialmente en las áreas de la educación y de la salud. De hecho el templo parroquial, aquel que levantara el padre George Ratzmann en 1951, como dijimos al inicio, fue mejorado para su reinauguración el 1 de enero de 2017, bajo la gestión de Mons. Jesús Ruíz Molina, cuando fungía como párroco de la misión. Las casas de los padres y de los laicos también recibieron algunas mejoras para volverlas más confortables, y se pudo conseguir algunos vehículos para llegar a toda la parroquia en menos tiempo.

Una misión que se abre paso

La parroquia actualmente cuenta con unos 5 mil bautizados, de los cuales la mitad están confirmados. En sus diecisiete comunidades hay catequistas preparando a niños y jóvenes para los sacramentos de iniciación cristiana, y casi todas cuentan con grupos, movimientos o fraternidades que tienen una espiritualidad específica para el crecimiento de su fe y de su pertenencia eclesial. Se ha conseguido que algunas parejas lleguen al altar para el sacramento del matrimonio, pero ésta sigue siendo una ardua tarea. Se busca impulsar una mayor conciencia misionera para que los cristianos se sientan llamados y enviados por el Señor. No han faltado incluso el surgimiento de algunas vocacionales sacerdotales. También se procura acompañar al pueblo Aka en la vivencia de su fe cristiana y para atender a sus necesidades dada la exclusión en la que vive. El principal reto es hacer que los bautizados vivan como cristianos y que se liberen de creencias tradicionales que juegan en su contra, como el “likundú” o hechicería. Sin duda alguna hay mucho por hacer y mejorar. Pero la misión, que la hacen todos, sigue abriéndose paso según su lema: “Église londo, tambula, kpe mbeto pepe” (Iglesia levántate, avanza sin miedo).

A cincuenta años de atención pastoral en Mongoumba los misioneros han visto tanto sus límites como sus capacidades, pues no pocas veces les faltaron algunas condiciones o recursos para asegurar una permanencia más estable en la misión, y no obstante, por gracia de Dios, podían recoger con gusto los frutos del evangelio que como semilla iban sembrando con esfuerzo por el camino. Es entonces cuando se aprende aquel sentido de lo que Jesús dijera a sus discípulos, de no llevar ni oro ni plata por el camino mientras se anuncia el Reino, se curan enfermos y se expulsan demonios, pues al trabajador no le faltará su salario (Mt 10, 7-10). Lo cierto es que, de cualquier modo, con o sin personal suficiente, de cerca o de lejos y aun en medio de duras pruebas, los Misioneros Combonianos jamás dejaron de anunciar el evangelio y de brindar asistencia por básica que fuera a una misión a la que el Señor los envió no para quedarse en la comodidad de la orilla, sino para echar siempre las redes mar adentro (Lc 5,4).

P. Fernando Cortés Barbosa
Misionero Comboniano
Misión de Mongoumba, Centroáfrica


Fuentes de consulta:

  • Les Missionaires Comboniens en Republique Centrafricaine. Fundazione Nigrizi Onlus. 2015.
  • Ruiz Molina Jesús, MCCJ. Jubilé de la paroisse St. George de Mongoumba 1968-2018. Mundo Negro, Madrid, 2018.
  • Toso Carlo, OFM cap. Centrafrique, un siècle d’évangélisation. Conference Episcopale Centrafricaine. Bangui, 1994.

[1] Reglas del Instituto de las Misiones para el África, 1871. Décimo capítulo del reglamento destinado a desarrollar el espíritu y las virtudes de los postulantes.

[2] Centrafrique, un siecle d’evangelisation. Carlo Toso, ofm, cap. Bangui, Conference Episcopale Centrafricaine, 1994, p. 137.

Fallece el P. Cadé

Fecha de nacimiento: 11/01/1932
Lugar de nacimiento: Zanica, Bergamo (Italia)
Votos temporales: 09/09/1951
Votos perpetuos: 09/09/1957
Fecha de ordenación: 01/03/1958
Llegada a México: 1978
Fecha de fallecimiento: 14/10/2024
Lugar de fallecimiento: Castel d’Azzano, Italia

En la madrugada de este 14 de octubre, hora de Italia, nos dejaba el P. Pierluigi Cadé, conocido en México como el P. Pedro Cadé. Llegó a nuestro país en 1978 y dejó una gran huella en Ciudad Constitución, donde trabajó con gran entusiasmo misionero y donde construyó el hermoso Santuario de la Virgen de Guadalupe que hoy conocemos.

El P. Cadé nació el 11 de enero de 1932 en Zanica, en la diócesis de Bérgamo, en Italia. Hizo sus primeros votos en 1951 y fue ordenado sacerdote el 1 de marzo de 1958. Tras 5 años de labor misionera en Italia fue destinado a Burundi, donde trabajó hasta 1965, año en que se vio obligado a regresar a Italia para recuperarse de una fuerte malaria.

Tras pasar 15 años trabajando en la formación de misioneros, pidió ir a la misión de Centroáfrica, pero fue destinado a la Baja California, a donde llegó en 1978. Estuvo diez años en la parroquia del Corazón de María. Luego fue destinado a Ciudad Constitución, con la misión de ocuparse de la comunidad de Guadalupe, donde permanecería 16 años. Allí se dedicó en cuerpo y alma no sólo al cuidado pastoral de una comunidad que no dejaba de crecer, sino a construir el hermoso templo del Santuario de Guadalupe que conocemos hoy. En Ciudad Constitución dejó una gran huella entre la gente, que siempre lo recordará. Regresó a la Paz, al que era entonces templo expiatorio del Sagrado Corazón de Jesús, donde estuvo otros nueve años. Lo remodeló para darle el aspecto que tiene hoy, ya convertido en parroquia.

En 2013, mayor y enfermo, tuvo que regresar a Italia. Fueron 92 años de vida y 66 años de sacerdocio, de los cuales 35 los dedicó a la Baja California Sur. A sus espaldas, una gran labor misionera que muchos recuerdan y agradecen. Descansa en paz.



Compartimos también algunos videos de hace algunos años en los que el P. Cadé hace un repaso a su trabajo misionero en Baja California durante los 35 años que vivió entre nosotros.

Más vídeos

40 años de sacerdocio misionero comboniano

El pasado 29 de septiembre, fiesta de los Santos Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael, el P. Enrique Sánchez González cumplió 40 años de sacerdocio. Aquí nos deja este hermoso testimonio de agradecimiento a Dios por todos esos años de ministerio sacerdotal, misionero y comboniano.

«El próximo 29 de septiembre de 2024, Dios mediante, cumpliré 40 años de mi ordenación sacerdotal misionera y comboniana. Pienso que sea una fecha que no puede pasar inadvertida y puede ser una oportunidad para agradecer al Señor por este bello don.

Es también una ocasión para decir gracias, a través de la oración, a tantas personas que han compartido conmigo este largo caminar y que han hecho posible que llegara a este día, sobre todo quienes me han acompañado con su cariño, su amistad, su apoyo material y espiritual.

No he sido un sacerdote solitario, sino que he gozado de la cercanía de muchas personas que me han ayudado a vivir con gratitud este regalo inmerecido. Con todas ellas quisiera bendecir al Señor por haberme llamado a este ministerio, a esta vocación.

Para recordar lo que han sido cuarenta años de ministerio sacerdotal, como misionero comboniano, necesitaría escribir muchas páginas y creo que no terminaría. Porque ha sido una experiencia marcada principalmente por la fidelidad, la misericordia y la bondad del Señor que no tienen límites.

Basta una palabra para resumir todo lo que he vivido y esa palabra es simplemente: Gracias, no merecía tanto.

Recorriendo los años hacia atrás, sólo puedo darme cuenta de que he llegado hasta el día de hoy porque el Señor ha mantenido su palabra, nunca me abandonó y siempre se mantuvo a mi lado.

Él ha sido presencia, consuelo, luz en el camino, fortaleza en los momentos de cansancio, misericordia en los tropiezos y caídas; pero también motivo de entusiasmo, de felicidad y de inmensa alegría.

He sido sacerdote, ciertamente, no por mis méritos o virtudes. Ha sido gracia suya que se ha ido derramando a través del tiempo y que me ha permitido ir diciendo un “sí” día tras día. A veces con el corazón lleno de alegría y de entusiasmo, en otras ocasiones agarrado sólo de lo pobre de mi fe y confiando en su Palabra.

Como a Josué, en el antiguo testamento, a mí también se me ha dado muchas veces el poder escuchar aquellas palabras del Señor que decía: “Como estuve con Moisés estaré contigo; no te dejaré ni te abandonaré. ¡Ánimo, sé valiente! Que tú repartirás a este pueblo la tierra que prometí con juramento a sus padres. Tú ten mucho ánimo y sé valiente para cumplir todo lo que te mandó mi siervo Moisés; no te desvíes ni a derecha ni a la izquierda, y tendrás éxito en todas tus empresas” (Josué 1, 5-7)

Durante cuarenta años puedo decir que me ha tocado ser más testigo que protagonista de una historia que ha ido creciendo y floreciendo. Ha sido una historia en donde el Señor me ha llevado de sorpresa en sorpresa y en donde me ha concedido vivir todo lo que nunca hubiese pensado.

Han sido años durante los cuales no todo ha sido grandioso y espectacular, y no han faltado los momentos de prueba, de dolor, de tentación y de oscuridad. Sobre todo, cuando me olvidé de que no era yo quien llevaba las riendas de mi vida, sino que había optado porque fuera Él quien se encargara de guiar mis pasos.

Hoy, de lo profundo de mi corazón brota espontáneo el agradecimiento, sobre todo porque han sido años bendecidos y vividos en el ejercicio de un ministerio, de un servicio a la vocación misionera comboniana que el Señor me regaló.

Mis cuarenta años de sacerdocio han sido vividos, en su mayor parte, sirviendo a la misión a través de muchos años de entrega al Instituto de los Misioneros Combonianos. Mi experiencia no me permitió vivir en un ministerio directo al servicio de una comunidad parroquial, pero eso no ha impedido que, a lo largo de todos estos años, haya tenido la fortuna de compartir la vida con muchas personas que han entrado a mi corazón para quedarse ahí por siempre.

Lo que me ha permitido perseverar en mi vocación misionera, puedo decirlo con toda honestidad, no han sido mis virtudes o mis capacidades, sino la presencia de tantas personas que me han hecho entender que el sacerdocio no es un regalo personal, sino un instrumento para entregarse amando a los demás.

Con sencillez, puedo decir que, si soy hoy, todavía, sacerdote y misionero es algo que se lo debo a tantas personas que he encontrado por los caminos de la misión. Todas sin excepción han contribuido en la construcción de lo que soy, como persona y como sacerdote, como misionero y como comboniano.

Tal vez, las personas que más me han ayudado a ser agradecido con la bendición del sacerdocio son aquellas con las que compartí apenas unos cuantos meses en la misión de Mungbere, en la República Democrática del Congo.

Ahí quedó mi corazón misionero y ese ha sido un punto de referencia que me ha ayudado a seguir agradeciendo en todas partes el poder compartir el cariño que brota de mi corazón como don que Dios me va otorgando a cada paso. Pero igual están todas aquellas que la misión me permitió encontrar en continentes y contextos tan distintos.

Dios tiene sus tiempos y sus caminos y estoy convencido de que él me ha llevado por donde ha querido y me ha permitido vivir lo que sólo él sabía que me convenía.

En mis tiempos, muchas veces he tenido que hacer las cuentas con mi fragilidad, mi inmadurez y mi incapacidad de entregarme totalmente. Sacerdote no se nace y cada día el Señor va haciendo el milagro de hacernos según su corazón.

En mis caminos me ha tocado vivir días de lágrimas amargas, sintiéndome pequeño ante lo grandioso del sacerdocio; pero, al mismo tiempo, cada momento ha sido escuela que me ha enseñado a entender que mi sacerdocio no depende de mis capacidades, de mis habilidades, ni de lo perfecto que quisiera ser.

Muchas veces he hecho mías las palabras de Jesús cuando agradece a su Padre el haber revelado a los pequeños los misterios de su amor. “Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has revelado todo esto a los pequeños y lo has ocultado a los sabios y astutos”. (Mateo, 11, 25) Y, No creo que exista un sacerdote que pueda presumir de sí mismo, ni considerarse digno del don del sacerdocio.

Dios se ha servido, incluso de mi pobreza humana para ayudarme a entender que sólo su amor basta. Que es en la debilidad en donde se manifiesta su fuerza y que sólo con su gracia es posible seguir avanzando.

En muchos momentos he podido sentir su mano que me protegía, me cuidaba y me guiaba. De todo se ha servido para que pudiera llegar hasta este día, dándome cuenta de que ser sacerdote es una gracia que Dios se encarga de inventar cada día y que va poniendo en mí corazón para vivirla compartiéndola con los demás.

Cuarenta años de sacerdocio, en mi caso, se trata de una vida que ha estado marcada por la sencillez y lo ordinario de cada día entregado con generosidad y con el deseo de brindar a otros la posibilidad de encontrar, aunque sea, un pequeño espacio de felicidad, de consuelo y de paz en sus vidas. Ser instrumento de reconciliación y de perdón ha sido uno de los dones más bellos que he vivido viendo a muchas personas salir de su dolor retomando la vida con esperanza y gratitud.

En el día a día de todos estos años lo extraordinario y lo más bello que me ha sucedido es poder celebrar la Eucaristía siendo testigo de primera mano del gran misterio por medio del cual el Señor ha querido quedarse entre nosotros. Creo que puedo contar los días en que no pude celebrar la misa, incluso en ocasiones solo, en los momentos de la enfermedad que nos obligó a aislarnos.

Ha sido un gran regalo para mí el poder ser instrumento del perdón de Dios y me ha llenado el alma de alegría ver a tantos hermanos y hermanas salir del confesionario con el rostro resplandeciente y agradecido, porque a través del instrumento que soy, pudieron reencontrar el camino de la libertad y de la vida.

He sido padre y hermano para muchas personas y para muchos de mis compañeros combonianos. He sido oído que escucha, hombro sobre el cual han podido recargarse cuando la carga se hacía pesada. He sido simple instrumento en las manos de Dios que quiso tocar por mi medio la vida y el corazón de muchos que volvieron a sentirse amados.

Creo poder decir que mi sacerdocio ha sido un sacerdocio misionero y para la misión. He querido estar siempre disponible y he tratado de responder siempre con disponibilidad y generosidad a todos los servicios y ministerios que se me han solicitado. Deseo seguir en esa actitud y le pido a Dios la gracia de poder seguir diciendo sí a todo lo que se me pida con la certeza de que él me llevará por los caminos que me convienen.

De cara al futuro, siento que no tengo grandes planes ni proyectos y en mi corazón se mueve sólo el querer estar disponible y abierto a todo lo que el Señor seguirá haciendo en mi vida y a través de mí.

Me gustaría que los años que vienen me bridaran la oportunidad de crecer en la experiencia del abandono y que mi sacerdocio siga siendo envuelto por la experiencia de la alegría de saber que Dios pue de hacer grandes cosas en mi vida con lo poco que siento que puedo poner a su disposición.

Pido, como gracia, el seguir creciendo en entrega y generosidad para hacer de este ministerio un instrumento que brinde un poco de vida y de felicidad a todas las personas que iré encontrando por los caminos de la misión.

Me gustaría que los años de sacerdocio misionero que me esperan en el futuro sean años vividos con la pasión que movió siempre a san Daniel Comboni. Una pasión misionera vivida entre los más pobres y abandonados. Una misión vivida en comunión y construyendo fraternidad con las personas que podrá a mi lado.

Me encantaría que los años que vienen mi sacerdocio me permita acercarme un poco más a la cruz del Señor y que se me conceda la gracia de vivir sin poner límites a la entrega, al sacrificio, a la cercanía con quienes tienen necesidad de una palabra y de una mano tendida que les permita descubrir la presencia de Dios en sus vidas.

Hoy doy gracias porque el Señor ha sido bueno conmigo, porque me ha acompañado con una gran paciencia, porque ha sido fiel y en ningún momento me ha dejado solo. Doy gracias porque ha sido misericordioso y compasivo en los momentos en que, por mi fragilidad, no he sabido responder como él lo hubiera esperado.

Doy gracias porque voy entendiendo que soy sacerdote y misionero no por méritos míos, sino por una gracia enorme que el Señor sigue concediéndome, simplemente porque me ama.

Agradezco a quienes se alegran hoy conmigo y a quienes me han acompañado a lo largo de estos cuarenta años. Ha sido una bella experiencia, ha sido un largo peregrinar, ha sido un tiempo único en el que Dios nos ha hecho entender cuanto nos ama.

Que la aventura siga por muchos años y que cada instante se convierta en oportunidad para vivir dando gracias».

P. Enrique Sánchez González Mccj
29 de septiembre de 2024

Noticias de la comunidad misionera comboniana en Beirut, Líbano

La provincia de los misioneros combonianos de Egipto-Sudán tiene una comunidad de formación cerca de Beirut, Líbano. El padre Diego Dalle Carbonare (en el centro de la foto), superior provincial, visitó la comunidad -compuesta por cuatro escolásticos y un formador- para comprobar con sus propios ojos la situación en la que se encuentran los misioneros. Según Naciones Unidas, más de 720 personas han muerto ya en Líbano y 211.000 han sido desplazadas desde el pasado lunes, cuando se produjo la nueva escalada del conflicto en Oriente Medio con las incursiones israelíes en territorio libanés. El sábado 28 de septiembre, desde el Líbano, el Padre Diego envió el mensaje que publicamos a continuación.

comboni.org

«Esta vez no os envío el “boletín de guerra” desde Sudán (donde, sin embargo, la guerra continúa, aunque los medios de comunicación lo hayan olvidado), sino desde el Líbano, donde vine la semana pasada para visitar a nuestros escolásticos y su formador. Aproveché también para hacer ejercicios espirituales en una casa jesuita en la frontera con Siria, en la zona de Zahle.
A pesar del silencio de los ejercicios, escuchamos más de una vez por la noche -y hoy también a plena luz del día- algunas explosiones, pero todas lejanas de nosotros.
Hasta donde sabemos, los ataques en curso sólo se producen en lugares estratégicos de Hesb. El Líbano es un país pequeño, pero dividido en zonas, por lo que para aquellos que no viven en la zona chií, la vida parece transcurrir con normalidad. Estamos al norte de Beirut, en una zona cristiana, y estamos lejos de las explosiones de misiles y de las columnas de humo que se elevan al sur de la ciudad.
Sin embargo, incluso hoy, mientras regresábamos a casa por la carretera principal del país que bordea el mar de sur a norte, comprobamos con nuestros propios ojos que por cada 4 ó 5 coches que se dirigían al norte, uno era un coche chiita que huía de la zona de guerra: coches y camiones repletos de mujeres, niños, maletas y colchones, que huyen hacia el norte. ¿Dónde exactamente? Cada familia tiene su propia dirección en estos caminos de esperanza.
Como siempre, ante cualquier tipo de guerra la pregunta es: ¿Por qué? ¿Con qué propósito? ¿Para quién?
El Líbano es una perla de rara belleza, pero la crueldad de los poderosos no conoce motivos. Como siempre, pido sus oraciones.»

Padre Diego Dalle Carbonare, mccj
Superior Provincial de Egipto-Sudán

Inicia la 21ª edición del Año Comboniano de Formación Permanente en Roma

El 23 de septiembre de 2024 comenzó oficialmente el Año Comboniano de Formación Permanente (ACFP) 2024-25. Dieciocho Misioneros Combonianos, dieciséis Padres y dos Hermanos, de doce Provincias, caminarán juntos durante unos ocho meses «hacia más vida», como reza el lema del curso de este año. Recemos por estos hermanos para que vivan plenamente esta experiencia de crecimiento y renovación.

En la Misa que inauguró este viaje, el P. Tesfaye, Superior General de los Misioneros Combonianos, recordó la importancia de esta iniciativa, en la que se invita a los misioneros a participar después de 10-15 años de trabajo misionero, para reexaminar su experiencia misionera -a la luz de la Palabra y del carisma comboniano- y volver a la misión con más fuerza y energía. El P. Tesfaye subrayó que este viaje es un don y un privilegio, teniendo en cuenta que a muchos laicos también les gustaría poder detenerse durante un tiempo tan largo, para renovar sus fuerzas, y no pueden hacerlo.

En la semana de apertura, los dos miembros de la Comisión de Formación Permanente -el P. Alberto Silva y el Hno. Alberto Degan- presentaron la carta de formación que, después de una panorámica de la historia del Año Comboniano, explica la propuesta formativa para el curso, que se centra en cuatro «pilares»: una profundización en la relación con Dios y su Palabra; un encuentro renovado con San Daniel Comboni y con nuestro Instituto; una revisión de la propia experiencia misionera y una profundización en los desafíos de la misión de hoy; y un mayor autoconocimiento en la verdad, la acogida y la integración.

Un elemento clave de este viaje será el intercambio de experiencias entre los dieciocho participantes, que ya han tenido la oportunidad en esta primera semana de compartir sus expectativas sobre el curso. He aquí lo que dijo un participante sobre el camino que les espera: «Espero poder reencontrarme conmigo mismo, relacionarme más profundamente con la persona de Comboni y con Cristo, el Maestro de la Misión».

La primera semana del Año Comboniano terminará con una misa celebrada en la Basílica de San Pablo Extramuros. En la segunda semana comenzarán las conferencias. El Año Comboniano contará con la colaboración de unos 30 conferenciantes, algunos combonianos y otros no.

Hay tres palabras que resumen el significado de este período sabático: don, derecho y deber. El Año Comboniano es ante todo un don, es decir, un período de gracia, ofrecido a todos los Combonianos que se encuentran en la fase de «media vida»; es un derecho, en el sentido de que todos los Combonianos tienen derecho a participar en este camino para renovar su motivación y energía; y es un deber, en el sentido de que los participantes están llamados a vivir este camino con una actitud participativa y responsable para después volver en medio de su pueblo con un compromiso renovado.

comboni.org

Encuentro en Roma de los obispos combonianos

Cada dos años, el Instituto de los Misioneros Combonianos invita a todos los obispos combonianos a unos días de encuentro para compartir experiencias y desafíos pastorales, celebrar juntos la fe y revitalizar el espíritu comboniano. Este año, el encuentro tuvo lugar en Roma del 17 al 24 de septiembre con la participación de 13 de los actuales 24 obispos combonianos. Al final del encuentro, los prelados escribieron un mensaje a la Familia Comboniana titulado «Peregrinos de esperanza», que publicamos a continuación.
Mensaje de los obispos combonianos a la familia comboniana
“Peregrinos de la Esperanza”

«Porque trabajamos y nos esforzamos
porque hemos puesto nuestra esperanza en el Dios vivo,
salvador de todos».
(1Tm 4,10)

Roma, 17-24 de septiembre de 2024

Queridos hermanos y hermanas:

Hemos acogido como un don la oportunidad de reunirnos para compartir nuestras experiencias de misión y ministerio como obispos combonianos en nuestras respectivas diócesis, pero también para reflexionar juntos sobre los nuevos desafíos de la misión en un mundo en el que parece faltar la esperanza cristiana. Estamos agradecidos por la dedicación de nuestros hermanos y hermanas, laicos y laicas combonianos, que ofrecen sus vidas por la misión de la Iglesia.

Nuestro grupo está formado por un cardenal, dos arzobispos, veinte obispos y un administrador apostólico. En los dos últimos años, el Señor ha llamado hacia sí a dos de nuestros queridos hermanos, Mons. Max Macram Gassis y Mons. Lorenzo Ceresoli, de quienes hemos hecho memoria. Al mismo tiempo, el Santo Padre ha nombrado a Mons. Dominic Eibu, obispo de Kotido (Uganda), Mons. Antonio Manuel Bogaio Constantino, obispo auxiliar de Beira (Mozambique), Mons. Ndjadi Ndjate Léonard, obispo auxiliar de Kisangani (R.D. Congo), Mons. Victor-Hugo Castillo Matarrita, obispo de Kaga-Bandoro (África Central). No todos los obispos estuvieron presentes en persona, pero tuvimos un momento de intercambio con el cardenal Miguel Ángel Ayuso Guixot, con monseñor Luis Alberto Barrera Pacheco y con monseñor Miguel Ángel Sebastián Martínez a través de una videollamada. Otros se unieron con mensajes vocales y escritos. En la reunión estuvimos 13 obispos, acompañados por el Padre Tesfaye Tadesse Gebresilasie, Superior General, y el Padre Cosimo De Iaco, Procurador General.

Agradecemos a la Dirección General y a la comunidad de la curia su acogida y el tiempo que nos han concedido para ponernos al día sobre la situación del Instituto y de la misión. Al mismo tiempo, agradecemos también al Consejo General de las Hermanas Misioneras Combonianas, que nos habló de su proceso de reconfiguración, que han emprendido con gran valentía y pasión por la misión, ya que exige renovación y desarrollo. Agradecemos a Mons. Claudio Lurati y al P. Cosimo De Iaco la preparación y moderación del encuentro.

Del intercambio de experiencias se desprende que nuestra sociedad es cada vez más miope e indiferente ante la injusticia y el sufrimiento humano, mientras que los poderosos y los dirigentes de las naciones se esfuerzan por reconocer lo importante que es perseguir el bien común universal y defender los derechos humanos inalienables. En algunos casos, las decisiones de las naciones están en total contraste y desprecio por el valor de la vida. Pensemos, por ejemplo, en las numerosas guerras que hoy existen en el mundo. Nuestra voz de misioneros combonianos quiere dirigirse a todos en el mundo, sin distinción, para identificar un objetivo común y global contra la insostenibilidad de una economía desvinculada de las normas éticas, y que ahoga cada vez más el grito de los pobres forzados a una miseria inhumana, debido al egoísmo nacionalista, empeñado en producir una catástrofe global, que todos, conscientemente o no, sufrirán. Proponemos la visión evangélica de una economía de comunión basada en dar prioridad al otro antes que a uno mismo, para construir juntos un futuro más humano y fraterno.

Nuestra familia comboniana, en su propio contexto, experimenta también enormes desafíos que no deben afrontarse aisladamente, sino con una visión global. Europa afronta un momento de crisis debido a un retroceso interno marcado por los conflictos de Ucrania y Gaza, que dan testimonio de una grave polarización y politización, olvidando a esa parte de la población que sufre. Otros continentes, en cambio, están heridos por conflictos olvidados que no suscitan la atención y el interés de la comunidad internacional y, por tanto, tampoco de los medios de comunicación. Sudán vive un momento especialmente dramático en el desarrollo del conflicto, en el que no parece haber perspectivas de diálogo y, por tanto, de reconciliación. Pero a ello se suman situaciones igualmente dolorosas y problemáticas en el Cuerno de África, África Central, RD Congo, Mozambique y Sudán del Sur. Incluso en América Latina asistimos a una radicalización de la política más al servicio de los grupos de poder que de los ciudadanos, provocando un fenómeno migratorio incontrolado. Nuestra presencia de fe en estas situaciones de sufrimiento, tanto geográfico como existencial, es un signo de esperanza que, como una luz, muestra el camino. En esto nos anima el camino del sínodo sobre la sinodalidad y el tema del Jubileo 2025: «Peregrinos de la esperanza».

El Papa Francisco enseña que «el mundo tiene necesidad de esperanza, como tiene tanta necesidad de paciencia, virtud que camina de la mano de la esperanza». «Los hombres pacientes son tejedores de bien. Desean obstinadamente la paz, y aunque algunos tienen prisa y quisieran todo y ya, la paciencia tiene la capacidad de esperar. Incluso cuando muchos a su alrededor han sucumbido a la desilusión, quien está animado por la esperanza y es paciente es capaz de atravesar las noches más oscuras.

Esperanza y paciencia van juntas. También podríamos llamarla perseverancia, esa firmeza que animaba y caracterizaba a nuestro fundador San Daniel Comboni que nunca abandonó África, nunca cambió sus intereses a otra cosa que no fuera la evangelización de este continente. Nunca se resignó, ni siquiera ante los mayores obstáculos y dificultades. San Agustín decía que «la esperanza tiene dos hermosos hijos: el desdén y el coraje». Indignación ante la realidad de las cosas, coraje para cambiarlas.

La misión es de Dios y nosotros somos sus colaboradores en la medida en que estamos unidos en torno a Cristo en la Iglesia. El Santo Padre nos exhorta a vivir la fraternidad, a no dejarnos robar nunca la esperanza ni la alegría de evangelizar. Al final de nuestro encuentro reafirmamos nuestro compromiso de llevar la buena noticia del Evangelio viviendo en nuestra carne, personal y comunitaria, la vida resucitada de Jesucristo. Una vida que, aunque lleva las marcas de la pasión, se abre a una vida nueva.

Saludamos y bendecimos a todas las comunidades de la Familia Comboniana con el compromiso de un mutuo recuerdo en la oración.

Los Obispos Combonianos

comboni.org